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El rey Elías III muere dejando a Ainara su hija como la siguiente sucesora al trono de Lousa, una mujer independiente y fuerte, querida por todos en aquel país siendo un gran referente para todas las niñas, sus planes eran cambiar aquel sistema masculino que manejaban. Más sin embargo su plan no funcionó. El parlamento de Lousa le exigía a la reina casarse, provocando un revuelo con todos los hijos nobles, todos los hombres querían tomar el puesto del rey. En una de esas tantas citas programadas conoció a Steven Maxwell, hombre de la vida loca, con múltiples mujeres todos los días y alcohol. Obligado por su padre asistió a la cita, ambos congeniaron, pero Ainara sabía cómo era él y para evitar tener más citas decidieron tener una relación falsa. Pero aquella atracción iba a traer muchas locuras y problemas.
AINARA WELLINTONG.
Jamás llegue a pensar que mi ascenso al trono iba a ser a tan temprana edad, aunque mi papa era quien llevaba el récord al rey más joven y hasta ahora el más longevo, comenzando su reinado a la edad de 13 años cuando mi abuelo Elías II murió a causa de una neumonía, mi padre Elías III asumió su responsabilidad como todo un hombre y puso a Lousa en todo el mapamundi siendo uno de los países más próspero y rentables para vivir con una taza de pobreza mínima. Era todo un sueño vivir en este hermoso país.
Pero ahora no les hablare de la tan buena infraestructura de este imperio. Elías III falleció por la mañana a los 60 años a causa de un paro cardio respiratorio, mientras yo me encontraba de gira en países donde la necesidad de todos los elementos básicos de vidas era literalmente escasa.
Ahora me encontraba viajando de regreso a Lousa en donde en unas cuantas horas seré coronada como la nueva reina, bajo la presión de muchas especulaciones, y es que desde muy pequeña me criaron para este grandioso día.
El avión privado desciende hasta tocar pavimento, a través de mi ventana pude ver la cantidad de fotógrafos que me esperaban. Llevaba todo un atuendo de color negro, todos los miembros de la realeza debían llevar uno por si esta clase de situaciones se presentaban. El sombrero que tenía en la cabeza llevaba una malla que tapaba parcialmente mi rostro, lo bajo y mi asistente me hace una seña indicando que ya podía salir.
En pocos segundos los flashes impactaron en mi rostro, de inmediato en mi garganta se hizo un nudo y quede completamente estática en las escaleras del avión. Las preguntas comenzaron a ser lanzadas como granadas, unas buenas y otras malas afectando mi estabilidad emocional en aquel momento.
Haber perdido a mi padre y no estar ahí para acompañar sus últimos días de vida carcomían mi cabeza, el rey Elías a pesar de llevar ese gran cargo sobre sus hombros, sacaba tiempo para jugar conmigo y mis hermanos, fue un padre ejemplar.
- No te preocupes cariño estamos contigo.
Mi asistente me toma de la mano y terminamos bajando, afortunadamente el auto que nos esperaba no estaba tan alejado, nos subimos y partimos rumbo al castillo de Westershire, desde allí se comenzara la caminata hasta el cementerio de la familia real Wellington.
Mientras íbamos de camino a las afueras de todas las casas habían izado la bandera del país, con un fondo azul, franjas rojas y un gran circulo rojo con una estrella en el medio. En los balcones las jacarandas adornaban la fachada y ni hablar de las casas coloniales que aún se mantenían en pie y por otro lodo se encontraban los edificios gigantescos. Siendo un gran contraste entre lo moderno y lo antiguo.
Cuando entramos a la calle que da directamente hacia el castillo Westershire en las aceras se encontraban la mayoría de los ciudadanos movían sus mini banderas en el aire en honor a mi padre. Sonríe a labios cerrados y hable.
- Quiero bajarme aquí. - hablo.
- ¿Por qué? Su madre nos esta esperando, tenemos de retraso diez minutos. - Mi asistente le temía a mi madre y no la culpo aquella mujer podía ser la misma encarnación del diablo.
- He viajado durante quince horas, unos minutos no la mataran, así que Martín detén el auto.
- Como ordene su majestad. - Martin detiene el auto a mitad de la calle y al abrir la puerta del auto blindado el barullo no tardo en penetrar mis oídos.
Los fieles Lousianos entre llantos y vitoreo me entregaban rosas de color blanca en un símbolo de esperanza y paz, a cada uno le voy sonriendo a labio cerrados y estrechando sus manos. Entre todo el montón de adultos, niños y niñas aseguraban que algún día iban a ser, príncipes y princesas como lo era yo y mis hermanos. Cuando estaba entre toda mi gente me sentía plena y feliz, no había ni un solo momento en que no pensara en el bienestar de cada uno.
Mi asistente Marie me siguió durante toda mi caminata y el auto iba con suma lentitud sin separarse un solo segundo de mis espaldas. A pesar de ser un gran país y completamente neutro en decisiones de guerras teníamos enemigos que querían ver muerta a la realeza de Lousa.
Agité mi mano al aire en señal de despedida y volví al auto para ya por fin darle una santa sepultura a mi padre. Entre mis manos tenia tantas rosas que definitivamente las colocaría en el ataúd de papá. Las grandes rejas de acero del palacio se abren dándome paso a mi hogar, donde pase la mayor parte de mi tiempo jugando entre la inmensidad del palacio Westershire.
- Ainara llegas media hora tarde al entierro de tu padre. ¬¬- esas son las primeras palabras que mi madre me dice luego de haber estado tres meses fuera del país.
Margaret Hebert es una mujer fría y calculadora, era la reina consorte del rey Elías III. Ambos son descendientes del Rey Arthur I y Magnolia de Buitrago. Famosamente conocidos como los abuelos de todo el continente. Siendo mi padre y mi madre, primos, pero muy, muy, muy lejanos. Ya saben como era la realeza en temas de genética.
Cabe recalcar que no llevo una buena relación con ella y es por una razón bastante justificable.
Mis abuelos obligaron a mi madre a ser perfecta desde muy niña, el destino de ella ya estaba más que trazado y debía cumplirlo al pie de la letra y pretendía hacer lo mismo conmigo, pero mi padre no lo permitió y fue gracias a él que mis hermanos y yo vivimos nuestras etapas, claramente sin olvidar nuestras obligaciones reales.
- No pienso discutir contigo madre. - paso de largo, mientras hago un ademán con mi mano, pude sentir sus pasos apresurados venir en mi dirección. - No es el momento para eso, quiero despedirme de mi padre.
- ¡No me des la espalda Ainara! - Exclama llena de cólera.
Y sin prestarle ninguna atención seguí caminando hasta el gran salón real, el resto de mis familiares, amigos de papá y famosos de la farándula se encontraban ahí.
- Ainara. - mi hermano menor Paul, al verme se acerca con sus ojos llorosos a mí.
Paul Wellington tiene 15 años llego a nuestras vidas como un ángel caído y era el niño de los ojos de mi padre. Lo envuelvo entre mis brazos y beso su coronilla.
- Tranquilo hermanito.
- Estuve con el cuando eso sucedió. - hipea. - fue muy triste verlo así.
- Que ese no sea el ultimo recuerdo que tienes de él Paul, recuérdalo cuando era feliz, cuando corría detrás de nosotros en patio.
- Eso intento, pero no puedo. - me ve directamente a los ojos.
- Paul, estoy segura de que a papá no le gustaría verte así, debes ser fuerte, por él y por nosotros.
- Para ser sinceros tu debes ser la fuerte por nosotros.
Mikelson Wellington, el hermano del medio llega a nuestro lado. Mike era la sensación entre toda la elite en la que vivimos, alto, rubio, de ojos grises y con un cuerpo malditamente tonificado... bueno los tres teníamos un régimen estricto de ejercicios, no se nos permitía engordar para nada, ya que debíamos mostrarle al pueblo que, llevando una vida sana, podíamos vivir mejor. Paul era tan idéntico a Mike físicamente que podrían fácilmente ser mellizos. Más sin embargo yo era un poco diferente. Mi cabello era rojizo y mis ojos de un café claro, el tono de mi piel era un poco más bronceada, y era más baja que mis hermanos.
- Mikelson, amigo.
Otra voz ajena a nosotros se une a la conversación, al girar veo a uno de los hombres más codiciados de todo el país. George Stainfield, aborrecía a aquel hombre, era arrogante, manipulador, ególatra, marcasita y simplemente porque su padre es Duque de Lousa y un cercano amigo de papá. Coloco los ojos en blanco y sigo mi camino junto a Paul el cual tambien lo odiaba.
- No entiendo como Mikelson lo puede soportar. - dice mi hermanito.
- Ni que lo digas, yo ni siquiera puedo escuchar su nombre porque todo mi día se daña - Paul ríe levemente.
- Te dejare a solas para que puedas ver por ultima vez a nuestro padre. - dice al estar cerca del féretro de Elías III.
- Gracias hermano.
Paul se aleja dejándome a solas junto a mi padre y claramente otras personas, pero ellas mantenían su conversación de alcurnia. Al ver el rostro de mi padre a través de un vidrio sentí que mi corazón se hizo trocitos, se veía tan sereno, como si simplemente estuviera tomando una bonita siesta.
- Solo mírate. - le hable bajito. - no pudiste esperar a que llegara de mi viaje. - le reprocho. - ahora me dejaste sola.
Lagrimas silenciosas comenzaron a rodar por mis mejillas, rápidamente las limpio ante el protocolo que se debe mantener.
- Jamás te vamos a olvidar.
Y poco minutos después en un carro fúnebre Elías Wellington marcho por la gran calle que lo llevaría a su descanso eterno. Los ciudadanos lloraban la partida del gran monarca, un hombre integro que nunca le fallo a su pueblo y dio todo lo mejor de sí para que sus vidas fueran las mejores.
Como futura reina no se me permitía hacer cierto tipo de cosas, pero en aquel momento me dio igual, llevaba siempre conmigo un relicario donde aparecíamos mis hermanos, yo y nuestro padre, sin mamá porque nunca quiso salir en nuestras fotografías, la coloqué sobre el féretro y di las indicaciones para que comenzaran a sellar la tumba.
El lugar donde Elías fue sepultado era tan grande que había 4 lugares más para cuando nosotros, sus hijos fallecieran y claramente su esposa tambien, pero en ningun momento me incomodo, después de todo al final del túnel es lo único que nos espera.
Cuando el Reloj marco las seis de la tarde, las campanadas de la gran torre del reloj comenzaron a sonar seis veces y ahora yo tenia un vestido de color hueso y una gran capa que ocupaba casi todo un salón, era muy pesada para mí y detrás que respaldaba todo un pueblo, junto parlamentarios y mi familia, justo en frente mío se encontraba un sacerdote dándome la bendición.
- Por el poder que se me otorga, proclamo a Ainara Isabel Wellington Hebert como la nueva soberana de Lousa. - sobre mi cabeza posaron una hermosa corona llena de diamantes y piedras preciosas de colores.
Los militares en un acto sincronizado hacen un arco con espadas la cual daba hacia un gran balcón, las cortinas rojas que impedía que vieran hacia dentro se abre y de inmediato el barullo se escucha, las trompetas comenzaron a sonar y salgo a la luz.
Justo le estaba dando la cara a mi pueblo como la nueva monarca de Lousa.
Pero se que apenas este es el comienzo.
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