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Rebecca es la reina de las carreras ilegales de NY, pero nadie sabe que es una chica. Su título es seguro hasta que llega un nuevo retador, Jack, que sin saber quién es ella realmente, se siente muy atraído por la tosca mujer Emily Didonato está harta de que la sobreprotejan y decide huir. La vida la hace cruzarse en el camino de Matt Avner, un encantador corredor que despierta una atracción muy grande en ella, pero debido a su padre, deberá alejarse de él
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El ronroneo del motor era como un coro de ángeles, la vibración del vehículo que se transmitía a su cuerpo era el mejor masaje que podía desear, las luces bordeando la ruta eran como destellos que le indicaban su destino, la gente gritando por fuera del automóvil eran como el canto del viento en otoño. Todo en conjunto era la mejor sensación para Rebecca Smith. Cuando ella le daba el contacto a su bebé, el mundo adquiría un nuevo sentido para ella y todo se resumía al camino que iba a recorrer. A la nueva carrera que iba a ganar.
Conocida como «Mistery[1]», Rebecca Smith era la mejor conductora de carreras ilegales en todo Nueva York, nadie la superaba, nadie la vencía y nadie la conocía. Como su apodo decía, ella era un misterio para todos. Simplemente llegaba a la carrera pocos minutos antes, no se bajaba de su Ford Mustang Shelby GT 500 del '67 negro con líneas blancas y vidrios tintados, esperaba hasta la señal y luego, simplemente, ganaba la carrera.
¿Cómo se enteraba de las carreras? Nadie sabía. ¿Quién era? Era un misterio. ¿Alguien podría alguna vez ganarle? Ha, imposible. ¿Algún día le verían la cara? Antes se congelaría el infierno.
Mistery era una leyenda entre las carreras y su reinado llevaba ya cinco años. Había ganado cada carrera en la que se había presentado sin problemas. Jamás había aparecido alguien que pudiera hacerle la competencia. Los demás soñaban con algún día estrechar la mano del mejor corredor de todos los tiempos, pero eso jamás pasaría. Mistery no dejaba que nadie se le acercara y no iba a permitir que nadie le delatara frente a todos, porque todo el respeto que le tenían como corredor, se perdería al enterarse de que Mistery era nada más y nada menos que una mujer.
Becca lo sabía bien, el mundo en el que ella se desenvolvía, el de las carreras nocturnas, era extremadamente machista. Ella estaba sola, oculta en su bebé y nadie la sacaría de ahí hasta que la derrotaran y eso, sencillamente, no iba a pasar nunca.
La muchacha que se denigraba hasta la categoría de puta caminó contoneándose de lado a lado mientras avanzaba para ponerse al alcance visual de los dos autos en competición. Si se quiebra un poco más al caminar, terminará usando muletas, pensó Becca, con sus manos aferrando el volante con fuerza. A ella le importaba una verdadera mierda quien fuera o como caminara la muchacha que daría la partida a la carrera, a ella lo único que le importaba era sumar una nueva victoria a su, ya de por sí, larga lista de carreras ganadas.
La muchacha bajó con fuerza el pañuelo rojo de por encima de su cabeza hasta su rodilla y los dos motores rugieron. Becca no estaba preocupada ni nerviosa, sólo ansiosa. Competía contra un novato que había osado a desafiarle. Ya vería el insolente, lo había visto cuando había llegado a la calle de la carrera. Un tipo de no más de veintitrés años, -con suerte- cabellos rubios desordenados y cortos, arremolinados sobre la cima de su cabeza simulando un mohicano. Vestía todo de negro y se apoyaba en su Chevrolet Camaro rojo intenso como si fuese el rey del mundo. Ya le bajaría ella los humos al niñato. No importaba que tuvieran casi la misma edad, el tipo tenía mucho que aprender de un verdadero corredor.
Aceleró a fondo y en la primera curva no se molestó ni en bajar una marcha, simplemente derrapó aprovechándose de su velocidad y dejando al niñato atrás. Miró por el espejo retrovisor y sonrió con burla; ni se podía ver el Chevrolet Camaro atrás. Becca se relajó y tomó con más cuidado las siguientes curvas. Ni siquiera llevó al máximo a su bebé hasta que de pronto vio al vehículo rojo como las llamas del infierno pasar por el lado.
-¡Imposible! -rugió Becca, el niñato ese no podía sobrepasarla. ¡Ella era la reina de las carreras!
Apretando el acelerados a fondo, exigiéndole a su Ford Mustang que alcanzara los casi ciento setenta kilómetros por hora, alcanzó al otro vehículo. Sólo para asustarlo se le acercó peligrosamente en la curva de más adelante, pero el mocoso ni se movió, siguió manejando impecablemente como si no hubiese estado a punto de chocarlo por el costado.
Becca llenó el auto de maldiciones y todo tipo de palabrotas que había aprendido en el taller donde trabajaba. Había subestimado al otro corredor y no había tomado toda la ventaja que pudo en un principio. Ahora sería más difícil.
Derrapó en la última curva bloqueándole a su vez el paso al Camaro rojo, logró sacarle unos seis pies de ventaja, pero no era suficiente para Becca. Ella debía ganar, al menos para poder dormir tranquila, por quince pies de diferencia; pero el niñato le pisaba los talones y eso la estaba sacando de quicio.
Pudo ver la meta unos metros más allá. Era imposible que ella perdiera, pero tampoco quería ganar por tan poco. Aceleró y el Ford Mustang negro como la misma noche llegó casi a los doscientos kilómetros por hora, pero el Camaro rojo infierno no se quedó atrás y con un derrape del que sólo Becca se creía capaz de realizar, se aprovechó de la última e insignificante sinuosidad del camino para recuperar la distancia que ella le había conseguido ganar.
Juntos, al mismo jodido tiempo, ambos corredores cruzaron la meta.
¡Un empate! Había sido un maldito y puto empate y ella estaba hirviendo de furia dentro de su coche. Usando el freno de mano hizo derrapar su auto para detenerlo perpendicularmente frene al Camaro rojo infierno en un intento por asustar al niñato, pero nada otra vez. Becca estaba a punto de tirar sus cinco años de anonimato para retorcerle el pescuezo al mocoso que la había dejado en la embarazosa situación de un empate. ¡Ella! La mejor corredora de todo el maldito país había empatado con un novato. ¡Infiernos, un novato! ¿Qué podía ser más humillante?
Pero no dejó que su furia la dominara. Se quedó dentro de su coche y le subió aún más el volumen al estéreo, Animals de Nickelback sonaba a todo poder y era lo único que podía calmarla en ese momento explosivo.
El tipejo se bajó de su Camaro y saludó a un moreno de cabellos alborotados con el que chocó el hombro en una señal de camaradería, ¡lo estaban felicitando! ¡Al muy desgraciado lo felicitaban por empatar con ella! Tuvo que recurrir a todo su escaso autocontrol para no matarlo en ese momento por la vergüenza que le estaba haciendo pasar. A ella no le importaba el dinero, tenía un buen trabajo; tampoco le importaban los estúpidos premios o las fiestas; a ella lo único que le importaba de las carreras era su reputación y el orgullo y ese niñato se lo estaba quitando.
Mientras hacía girar el auto en punto muerto haciendo salir humo de las ruedas para que todo el mundo viera como se retiraba, se juró que el tipo ese se las pagaría, la humillación de este día no se quedaría así. Si había una próxima vez entre ellos le ganaría de tal manera que lo dejaría llorando como un bebé y llamando a su mamá para que lo fuese a buscar.
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