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Seduciendo al Amor

Seduciendo al Amor

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Ella tenía treinta y cinco años y desde que cumplió los dieciséis años, sabía que sería la esposa de Merritt Downey, un empresario archimillonario, a quien había sido prometida por arreglos comerciales entre su padre y éste hombre, quien le triplicaba la edad. Su padre Alfred Hawkins, era un exitoso millonario armador de barcos que se había asociado a Merritt Downey, para hacer crecer sus inversiones y con la promesa de completar su transacción financiera casándose con Eleanor Downey quien en ese tiempo solo era una adolescente, pero perfilaba ser una bella mujer. El matrimonio se realizaría apenas cumpliera los diecinueve años, cuando Eleanor obtuviera su título en Comercio Internacional, esa era la condición que había puesto ella, al saber las intenciones del millonario. No era una chica agradable a primera vista, sonreía muy poco, era cortante, dura en sus apreciaciones y muy poco amigable, eso sí, poseía una extraordinaria belleza; de ojos color azul celeste casi rayando en el violeta, pestañas color marrón, y cabello del color del trigo maduro, su tez era blanca y cremosa asemejando al marfil. Su cintura estrecha, pechos generosos, caderas redondeadas, con un trasero hermoso y respingado, provocando la mirada de los hombres al ella pasar, se sabía hermosa y disfrutaba de provocar las miradas masculinas. A los treinta y cinco años estando al frente de una de las oficinas de gerencia comercial del consorcio empresarial de su marido, conocería a Calvin Foster, un joven guapísimo, de veinticinco años que le movería el piso, con el único defecto, era diez años menor que ella. Calvin al ver por primera vez a Eleanor, se enamoraría de ella al verla, sería un flechazo fulminante, ella al notar el interés de él pondría un muro entre los dos, para evitar que el se acercarse demasiado. Él era un joven que a pesar de su edad era tenaz, astuto y perseverante, dejando una huella imborrable la primera vez que están juntos, por Eleanor haberse pasado de tragos en una reunión social de la empresa. Calvin era nieto de uno de los socios de Merritt Downey y venía a encargarse de la parte que le correspondía a su abuelo por éste estar delicado de salud, era sagaz en los negocios y muy guapo. De cabellos negros, ojos azul oscuro, tez tostada, como si siempre estuviera bronceado. Tenía un torso muy hermoso producto de su amor a los ejercicios de alto nivel los cuales practicaba con regularidad, piernas musculosas y bien formadas, espalda amplia y musculosa, brazos tallados como rocas sin llegar a la exageración. Era un espectáculo de hombre y él se sabía deseado y admirado por las féminas, pero esto no lo hacía ególatra, al contrario daba la apariencia de un hombre sencillo, eso sí era muy observador y muy varonil. Eleanor lucharía por no involucrar su corazón con este joven tan apuesto, para al final rendirse a sus pies totalmente enamorada, dejándose seducir por el amor una vez fallecido su marido, sin importarle las habladurías ni la sociedad que la rodeaba para disfrutar de su amor a plenitud.

Capítulo 1 Comienzo

Eleanor Hawkins, era una niña afortunada al nacer en el seno de una familia adinerada, pero a pesar de esto, su padre fue exigente en la crianza de ella.

Cómo estudiante, no le permitía que sus notas fueran mediocres, era portadora de su apellido y la educación que recibía era de nivel superior; era la heredera de una cuantiosa fortuna y por ser su única hija no le quedaba otra opción que ser educada en el rigor de números e inversiones y sin sentimientos a la hora de tomar una decisión.

Ella, se sentía orgullosa de ser una Hawkins, por generaciones el apellido había estado relacionado con armadores de barcos, era un apellido de tradición en negocios multimillonarios, y su padre Alfred Hawkins había heredado del padre de él, una habilidad y un olfato súper desarrollado a la hora de hacer una inversión.

Apenas cumplía los 12 años, y era conocida por su carácter férreo, con un genio de los mil demonios y la astucia suficiente para profetizar que sería una dura en los negocios, como su padre.

Su madre Alexia Atkinson era una bella mujer, algo tímida, muy dulce y maternal con su hija, quien siempre se quejaba de cómo ella la trataba y que no necesitaba de mimos y de arrumacos, que dejara esas boberías y tuviera un comportamiento, de una mujer de clase y sociedad.

Alexia solo sonreía y meneaba la cabeza en gesto de resignación, pues sabía que Eleanor era en carácter, la viva estampa de su padre, solo heredó de ella su extraordinaria belleza, que era lo que había cautivado a Alfred, solo cuando ella tenía diecisiete años.

Eleanor, era extraordinaria en todo lo que se proponía, le encantaba montar a caballo y lo hacía con destreza, caminaba apenas con sus doce años con una elegancia y su cuerpo, el cual ya se perfilaba hermoso, era grácil y muy atlético, a esa edad, con suaves curvas muy definidas.

Tenía ojos azul intenso, pestañas de color marrón, tez blanca, cabello con el color rojo, nariz respingada y perfilada, que sería la envidia de cualquier cirujano plástico, su boca era carnosa y de un rojo natural, sí, sería una mujer bellísima.

Alfred, su padre la veía venir hacia él y se le inflaba el pecho de orgullo; y más al saber lo implacable que sería en los negocios, era toda una digna heredera del prestigioso apellido Hawkins.

— ¿Cómo está la heredera de todo lo que poseo?— preguntó su padre al verla llegar con el ceño fruncido.

— ¡Estoy súper enojada por estar acá!— respondió ella.

Así era la vida de la pequeña heredera, con tan corta edad, ya todos sabían que le gustaba todo bien hecho y a tiempo, así que todo el personal, cuando sabían que ella vendría trataban de tener todo de punta en blanco.

— Eleanor, ya Will tiene todo listo, así que quita tu cara de severidad y vámonos— fueron las palabras de su madre al dirigirse a ella.

Ella vio duramente unos segundos al viejo Will, éste sólo bajó la cabeza en señal de disculpas, los padres y ella salieron hacia el campo abierto y disfrutar de una cabalgata mañanera y así respirar aire puro.

Al día siguiente, celebrarían el cumpleaños sólo con Eleanor y los empleados, pues la misma jovencita le había dicho: "no estoy para ver la cara de tantos idiotas". Así que sus padres invitaron a familiares cercanos, que sumarían unas veinte personas.

Esa mañana, llenaron el patio de flores y todos se sentían festivos, pues la pequeña patrona estaba arribando a sus hermosos doce años. Su padre había, a pesar de ella, organizado algo hermoso y lleno de alegría.

— Quiero que disfrutes de tu cumpleaños mi princesa, todo esto y más, un día será tuyo, y ya no habrá tiempo de disfrutar sencillamente, así que, antes que se te vaya la niñez, disfruta, porque la vida de negocios que te espera es dura e implacable— Alfred le dijo ésto lleno de orgullo por su hermosa heredera.

— Está bien papá— dijo besándolo con ternura en una de sus mejillas— prometo disfrutar, pero no más fiestas de cumpleaños, por favor.

Él asintió con su cabeza y le dio un fuerte abrazo, ella se dispuso a cumplir con lo prometido a su padre; estuvo revisando cada rincón con los empleados que conocía de toda la vida, río, bailó y luego sencillamente dijo:

— Bueno, yo ya estoy cansada, voy a descansar, quedan todos en su casa, señores, buenas noches— y salió cual reina entrando en la casa y dejando a todos, incluyendo a sus padres, con los ojos redondos por la sorpresa.

Y como lo dijo, lo cumplió, subió a su cuarto, se puso su pijama y se metió en su cama, quedando profundamente dormida a los pocos minutos de haber puesto su cabeza en la almohada.

Pasó el tiempo y Valeria llegó a sus dieciséis años, su madre se sentía orgullosa de ella. Era alta y esbelta, pelo rojo fuego, con sus ojos color azul que era muy raro entre los pelirrojos, pero ella era única; le encantaba la vida al aire libre, ir a la playa o hacer escaladas, montar a caballo.

Las fiestas o reuniones sociales, no le gustaban mucho, decía que las fiestas solo eran para perder el tiempo y sólo dejaban, cansancio y estrés que no eran nada divertido.

Su padre le decía, que las fiestas eran, en ocasiones, muy especiales para conocer personas y a él le encantaría presentarla en una fiesta social, como la hermosa dama que era.

— Muchas veces, las fiestas nos ayudan a ampliar nuestro círculo social, hija— dijo Alfred muy sabiamente— deberías aprender esto, pues un día tendrás que organizar muchos eventos sociales.

— Está bien, organicen ese evento social y yo haré lo que haya que hacer— dijo ella, con gesto huraño— y no me hagan sonreír, porque no estaré feliz.

Alfred Hawkins meneo su cabeza y suspiró, su hija era de carácter fuerte y muy seria, a pesar de tener apenas dieciséis años. Se preparó para salir, porque ese día, más tarde, tendría una reunión con un posible socio, Merritt Downey. Este hombre era un hombre de negocios, archi millonario y con quién pensaba formar sociedad y así aumentar sus arcas de dinero.

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