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Tras la muerte de sus padres, Mel tenía en sus manos la vida de su hermano menor, siendo su tutora legal y completamente enamorada de la única persona viva de su familia a la que el destino no había llevado... Al menos hasta que descubra una enfermedad terminal que pone en peligro la vida del niño. Desesperada por mantener vivo a su querido hermano, Mel es capaz de hacer todo, incluso aceptar un extraño trabajo de un hombre inusual. Levi Santiago era hijo de un magnate poderoso y socio de la empresa de la familia. Un CEO conocido por todo el mundo, pero que nadie sabía nada al respecto. Encerrado en su mansión en un condominio de lujo, Levi buscaba mantener sus placeres diferenciados lejos de todo y de todos. Su fascinación por el deseo y la dominación podría ser mala para los negocios. Ya que pocas personas permaneció a su lado cuando realmente lo conocían. Nunca estuvo obsesionado con una mujer, siempre dejó en claro que sus experiencias estaban en la cama y ningún sentimiento era depositado, cuando estaban allí solo para servirle y darle placer. Pero ningún hombre con autocontrol de todo a su alrededor puede contar al encontrar a una mujer que no está dispuesta a ajustarse a sus reglas, dejándolo al borde de la locura... No solo en el estrés, como una perfecta no sumisa.
Una vez más al final de ese día agotador y estresante, Mel acababa de abotonarse la camisa hasta el cuello analizando los pantalones de color oscuro para diferenciar el color más claro de la parte superior. El zapato dorado se convirtió en su marca, ya que era casi su último calzado. Los pelirrojos eran lo único que lo hacía único en aquella cafetería de la esquina, pero su sonrisa delicada, su mirada azul y penetrante más allá de una educación y paciencia de dar envidia, no fue suficiente para dejarla quedarse en el empleo de camarera por algunas semanas más.
Volvió a buscar su bolso en el banco y volvió al espejo nuevamente, tendría que enfrentar nuevamente aquel mundo cruel en busca de un nuevo empleo, pero no se daría el lujo de desistir. Eso nunca, nunca. Levantó la cabeza y salió del baño de aquel lugar siguiendo hasta la salida. Ya había pocos clientes y sus jefes, o ex jefes terminaban de arreglar las últimas mesas.
Aunque se hubiera lastimado por haber sido despedida, no podría salir de allí sin despedirse de la gente que le ayudó durante el tiempo que pasó allí. Se despidió con un fuerte abrazo y dio la espalda para siempre sin que ninguno de ellos la viera llorar. Ellos no necesitaban saber nada en el momento.
Caminó libremente por las calles de esa fría ciudad portando su único abrigo amarillo que no hacía juego con la ropa de debajo, pero hacía juego con las zapatillas y eso era suficiente. Todos en el hospital ya conocían a la hermosa chica de cabello rojo y ojos verdes, así como a su hermano que había estado internado allí por más tiempo del necesario y después de ocho meses entrar por esas puertas ya no era bueno.
En los pasillos hablaba con todo el mundo, en la recepción las enfermeras ya le informaban todos los chismes del día, era como trabajar ahi. Siguió caminando por los pasillos hasta la habitación de su hermano, donde todos ya lo conocían y lo querían.. Entró en el espacio viéndolo sentado de la cama, la sonrisa era débil, pero él no dejaba de dar al ver a su hermana.
- Miel... - Murmuró después de una mirada brillante, al menos así es como él quería que estuviera. - Llegaste temprano hoy? Dormirás conmigo?
- Hm... Tal vez. - Dejó la bolsa de lado encima de uno de los sillones y se acercó a la cama para abrazar al pequeño. - Cómo se siente hoy?
- Estoy bien. - Esperó a que terminara el abrazo para mirar a su hermana y sonreír un poco más. - La Dra. Evelyn dijo que pronto estaré bien. - Sonrió y su hermana estuvo de acuerdo.
Apenas terminó de hablar de la mujer cuando entró el Dr.
- Buenas noches Mauricio... mira... cariño llegaste tan temprano. Qué está pasando? - atravesó el cuarto siguiendo al niño, pues el pequeño comenzó a sentir sueño cerrando los ojos verdosos, como los de su hermana.
- Ah, sí. quiero decir, más o menos. - Puso las manos en el bolsillo observando con atención todos los procedimientos para que el pequeño se durmiera tranquilamente y no necesitara una vez más pasar la noche en vela con dolor. La doctora sonrió volviendo a la hermana. - Cómo está de verdad?
- Las sesiones de quimioterapia están yendo bien, disminuyendo el tumor en el hígado, pero es demasiado grande y agresivo. Las sesiones han aumentado, sabes. Tenemos que acelerar este procedimiento y en una o dos sesiones más está listo para ser operado. - Mel desvió la mirada hacia la cama mirando al niño - Y déjame adivinar, usted aún no consiguió el dinero de la operación ni de las cuentas y del quimo ni de nada. - Mel no respondió - Todos en el hospital lo aman, Mel, y te ayudamos con lo que podemos, pero no conseguimos hacer lo imposible.
- Muy bien. Muy bien. - Volviste a mirar a la doctora. - Sólo quiero que dejes morir a mi hermano. Creo que eso sería demasiado. - Comentó. Sus ojos se llenaron de lágrimas e incluso trató de ocultarlo. No quería tener que llorar otra vez delante de extraños, esto se estaba convirtiendo en un hábito. - Él es la única persona que tengo.
- La gente sabe. En ese momento me di cuenta de que ya no trabajas en la cafetería al final de la cuadra, verdad? - Ella estuvo de acuerdo - Tengo un primo que acaba de quedarse sin empleado en su cafetería, si quieres puedo preguntar si necesitas a alguien.
- Dios mío, lo quiero, claro. - Se animó al menos en ese momento. - Eso ayudaría mucho.
- Claro que sí. Y lo sé. Mañana enviaré un mensaje. Ah, y puedes dormir por aquí, es tarde para volver a casa. No quiero que te metas en problemas.
Vio tierna dando un último abrazo a la mujer que se había vuelto más que una amiga y se fue dejándola con su hermano.
Era agonizante ver a un niño feliz y lleno de vida sonriente y divertido prácticamente muerto encima de una cama de hospital. Estaba odiando la situación de tu hermano. No podía quedarse allí para siempre, y su única alternativa se encontraba en la mujer parada al lado de la cama preparándose para dormir. No es cada vez que una quimioterapia consigue disminuir un tumor en el hígado, entonces era en ese mismo momento cuando Mauricio necesitaba la cirugía principal. Pero cómo lo haría o tendría el dinero para hacerlo?
Las facturas del hospital podían haber llegado al apartamento donde vivían, las sesiones de quimioterapia tomaban todo el resto de lo poco que tenía, las médicas, enfermeras, y todas las residentes de aquel hospital ayudaban como podían, pero no todos pueden hacer todo, ¿verdad? No sabía cuántas veces había entrado y salido de Internet para sacar más fotocopias de su currículo. Estaba empezando a pensar que Dios no quería ayudarla de ninguna manera, pero en algún momento vería a esa hija allí.
Al amanecer, Mel salió del hospital antes de que todo se desmoronara. Necesitaba aire fresco y pensar, pensar mucho en qué hacer y en un nuevo empleo que tenía que buscar. Cerró los ojos para sacar energía y fuerza de vivir aún en aquella ciudad, en aquel barrio, en aquel mundo desastroso.
Su único placer en la vida era cuidar de su hermano pequeño, de apenas doce años, feliz y alegre. Trabajaba medio día en un restaurante cerca de la escuela del pequeño, cuando él salía, ella también terminaba su horario. Era suficiente para vivir con él, hasta que el pequeño comenzó a mostrar enfermedades exageradas y fue entonces que descubrió todo. Dejó su trabajo, la universidad y sus amigos para cuidar de su hermano, y todo empeoró cuando necesitaba el dinero. Él no podía estar solo, y ella no podía dejarlo. Cuando el niño fue internado en el hospital, ella se desesperó al punto de recibir analgésicos. Ahora, la cuenta estaba absurdamente alta, y ella ni siquiera tenía uno real en el bolsillo.
Las calles siempre le pasaban una calma y fue andando hacia un lugar que conocía bien. Sus padres solían comer allí cuando querían pasar tiempo juntos, el restaurante de su madrina... o casi madrina.
Se adentró en el espacio con una sonrisa en la cara que no dejaría que sus tristezas le impidieron sonreír a personas que un día fueron parte de buenos recuerdos.
- Mel. - La voz de su madrina la ha animado y animado a pedir ayuda. Ella necesitaba ayuda. - Cómo estás? Y Mauricio?
- Estoy bien. Y él también, está tomando sus medicinas y haciendo los procedimientos más complicados. - Respondió desviando la mirada. Su madrina la abrazó, masajeando su espalda y el pelo rojizo largo trenzado y desordenado.
- Necesitas algo más? - Rompiste el pequeño abrazo - Está un poco apretado, pero puedo ayudar en lo que pueda.
- Estamos esperando el momento adecuado para la cirugía, pero su ayuda es siempre bienvenida, incluso tengo que decir que fui despedida de la cafetería. - Casi pende de un hilo.
- Yo te contrataría, pero ya estamos llenos - la mujer pasó la mano en la cara de la chica y le dio una sonrisa después. - Mi amor, necesitas un café, ven que yo te sirvo.
Enseguida Mel le acompañó hasta el mostrador siendo servida de un café bien quien es perfecto, sin azúcar, su preferido. Tal vez la bebida más maravillosa que hay en la faz de la tierra. Mientras saboreaba su delicioso desayuno esa mañana que tenía todo para empezar bien, el impacto de una segunda persona a su lado la hizo volver a su mundo desastroso.
Primero, dejó la taza de vuelta al balcón viendo a su madrina sonreír para la mujer al lado y después le miró fijamente. La aflicción que venía de la misma la dejó tensa, imposible que una persona tuviera toda esa rabia antes de las ocho de la mañana.
- No puedo soportarlo más, Larissa, no puedo soportarlo. Ese hombre cree que soy una especie de esclava que está libre y lista para servirle cuando quiera? Será que él no se toca que yo también tengo una vida y necesito distraerme. - Gritó a la mujer, Larissa sonrió sirviendo otra taza de café para la mujer que intentaba deshacerse de todas las bolsas que traía y apagaba el celular. - Ah, no, aquí no me encontrarás, no voy a enloquecer y morir joven por tu culpa. Imbécil!
- Mirela, por favor, cálmate, y no eres tan joven para morir así de estrés. - Te paraste ahí viendo a la mujer tomar todo el café y pedir más. - Qué pasó esta vez?
- Hace tiempo que mi jefe busca una empleada privada. La última simplemente se dio la vuelta y se fue. - Contó la misma historia Larissa ya había oído unas quince veces - ¿Y sabe la dificultad de encontrar una nueva persona para que él pueda distraerse? Estaba en una cita cuando me llamó y me dijo que necesitaba que fuera a su casa a las dos de la madrugada. ¿Y sabes para qué? - La otra negó - Para hablar mal de mi incompetencia en no hacer lo que él quiere.
- Bebe más café. Eso es todo en lo que puedo ayudarte. - Dijo sonriente. - ¿Y tú Mel, cuándo será la cirugía? Ayudaré en lo que pueda para pasar tiempo con él en el hospital.
- Ah, - La mujer distraída simplemente sonrió volviendo a su café. - Sí, la Dra. Evelyn dijo que una o dos más de quimioterapia y el tumor se reducirá tanto como podamos para hacer la cirugía, así que será el momento adecuado. Sólo necesito dinero y un nuevo trabajo.
- Un nuevo trabajo o algo? - La chica de al lado simplemente miró a la otra y recibió una sonrisa a cambio - Estás buscando un nuevo trabajo, y qué tienes de experiencia?
- Mirela, no. - Al otro lado del mostrador, Larissa interrumpió. - Conozco el temperamento de tu jefe y ya voy diciendo que ese tipo de trabajo, no es bueno para mi ahijada.
- No, madrina, todo bien. - Se animó con la propuesta de empleo. - He pasado por muchos trabajos, pero tengo más restaurantes e innumerables cafeterías en mi currículum además de que realmente necesito algo.
- Mi jefe paga muy bien y necesita una criada, privada. - Comentó la última parte más baja y miró a su amiga del otro lado, la expresión no era de las mejores, pero si tuviera una oportunidad, aunque fuera mínima, de que a su patrón le gustara la chica, se aferraría a ella. - Bueno... eres hermosa, y tu pelo rojo se ve natural.
- Y lo son. - Estaba orgulloso de ello. Al menos con la belleza Dios le bendijo y acabó allí.
- Y ojos verdes, si quieres te puedo llevar a él ahora, entonces ustedes pueden hablar y pueden entrar en algún contrato.
- Yo quiero.
- Debo advertirle que es un hombre educado, pero completamente insoportable. Crees que tu autoridad es lo único que importa en el mundo y eso estresa a cualquiera. En otras palabras, es solo un mimado que tiene todo lo bueno y lo mejor y quiere más y más sin pensar en otras personas, básicamente, una persona sin corazón.
- Creo que sólo necesito servirle y luego salir, no voy a jugar con su corazón.
- No es necesario, porque como dije, no tiene. - Mel sonrió. - Tampoco es un hombre muy bueno en las relaciones. Evite hablar de su familia, a él no le gusta saber nada de sus empleados. Y tampoco hable de la suya, ni haga demasiadas preguntas.
- Señora... yo sólo necesito el empleo, ese tipo de cosas es algo natural. No voy a comentar nada. - Mirela la miró de nuevo y sonriente, recogió sus cosas después de pagar el café y bajó de la silla lista para ir.
- Entonces vamos que estoy ansiosa. - Salió primero dejando a la pelirroja atrás que acabó sonriendo también arreglado sus cosas para seguirla.
- Mel, por favor, si no te sientes bien en ese lugar, ríndete y regresa. No tienes que quedarte en un lugar donde no te sientas bien.
- Es sólo una entrevista, creo. Necesito hacer algo, es por el hermano. Creo que servir a un tipo que no le gusta hablar es fácil, y si voy a ganar un buen dinero, mejor aún.
- Muy bien. Buena suerte. - Deseó a la chica a pesar de que el hombre no era fácil. Ya había oído suficientes quejas de Mirela para saber que el hombre no era bueno.
Mel salió de la cafetería avistando a la mujer más vieja frente a un coche negro, hablaba por teléfono y mientras se acercaba la vio pelear con alguien y apagar el celular, cerrar los ojos respirando profundamente antes de mirarle de nuevo.
- Estás bien? Necesitas algo? - preguntó Mirella todavía mirando a los ojos verdes de Mel. Ella era hermosa, probablemente a su jefe le gustaría. - Si no hace falta, vamos. Mi jefe vive casi a la entrada de la ciudad.
- En serio? - Se subió al auto con una sonrisa en la cara. El olor del auto era reconfortante, perfecto para ser sincera. Y durante el camino, parecía mejorar. - Pensé que a la gente rica le gustaba vivir frente al mar, o justo en medio de la ciudad.
- No a todos los ricos les gusta esto. - Contó la otra - Mi jefe, por ejemplo, le gusta el silencio, la paz, no le gusta la gente, mucho menos hablar. Es una persona cerrada.
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