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El dije

El dije

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"Zoey es la típica chica enamorada del bombón de la escuela, Zackary Collins. Como es de esperarse, él ni sabe que ella existe, y se pasea por el colegio casi las veinticuatro horas del día con Mariska Sullivan colgada de su brazo. Pero la vida de Zoey será otra al encontrar el cuerpo de Zack destrozado por una de las máquinas del sótano, justo después de hallar un extraño dije de cristal tirado cerca del cuerpo. Ahora, no solo tendrá que lidiar con horribles imágenes en su cabeza, sino también con la misma muerte que le pisa los talones, pues ese collar no es un simple objeto inanimado y hará que la protagonista se convierta en la persona con más posibilidades de morir de todas las que conoce. Eso sí, lo peor podrá evitarse si Zack logra regresar del más allá para proteger a la nueva propietaria de ese dije misterioso y terrible, el mismo que le tiene preparado un sinfín de horrores a la poseedora de la pieza mortal. "

Capítulo 1 1

Capítulo 1

«Ignavi coram morte quidem animam trahunt, audaces autem illam non saltem advertunt»

«Los cobardes agonizan ante la muerte, los valientes ni se enteran de ella»

Julio César

Zoey dejó que sus ojos vagaran por las aguas del río, mientras los dedos se aferraban a las rejas del puente.

Un grupo de patitos en fila nadaba contra el fuerte viento que traía la tormenta y en ese momento solo atinó a preguntarse por qué hacía semejante cosa. Negó con la cabeza, incrédula. Esas curiosidades de la naturaleza servían de forma perfecta para distraerla un poco de lo nerviosa que estaba en ese momento.

Levantó la mirada cuando una gruesa gota de agua le golpeó la mejilla y entrecerró los ojos, deseando huir de allí. Odiaba mojarse más de lo que odiaba nada más en ese mundo. Las tormentas no le gustaban ni un poco.

Se volteó entonces, bajando la vista hacia Jessica, que se tocaba de forma casual su corto cabello negro. Suspiró, y vio que su amiga y sus demás compañeras hacían lo mismo. En verdad, ninguna quería empaparse, pero no podían entrar al colegio hasta que la profesora de Educación Física regresara.

Miró hacia el final del puente. La costanera del río estaba desierta porque, claro, los habitantes del pequeño pueblo de Villa Helena estaban bien refugiados en sus casas. Ellas eran las únicas que estaban allí, congelándose los brazos. Justo cuando comenzaba a impacientarse y a mirar la creciente caída de gotas con rencor, la profesora apareció, caminando apresurada.

Antes de llegar hasta ellas, la mujer las instó a que se acercaran a las rejas y las niñas obedecieron, muertas de frío. Sacando un manojo de llaves del bolsillo de su chaqueta de algodón, se metió entre las señoritas y abrió la gran puerta de barrotes negros y adornados.

Las alumnas bajaron las escalinatas y corrieron a través de la plaza circular hasta el abrigo del hall de entrada del colegio. En ese momento la lluvia se lanzó estrepitosamente sobre el lugar.

Zoey bufó, realmente molesta con el clima. No solo no le gustaban las tormentas sino que, a causa de ella, todos sus planes de la tarde libre de los miércoles estaban arruinados. Casi pudo ver a Jess rezongar de la misma forma por el rabillo del ojo. La idea, desde hacía días, era pasar la tarde echadas en el jardín tomando sol y comiendo dulces. Y eso era lo más divertido que se podía hacer allí.

Entraron finalmente al vestíbulo tibio del edificio, observando con desgano las señas de la profesora para continuar la clase de Educación Física en algún aula, de forma escrita.

Era el colmo, eso creía Zoey. A ella le gustaba el ejercicio y la tormenta entorpecía esas actividades porque el campo de deportes, del otro lado del río, a dos cuadras de la costanera, quedaba fuera de su alcance. Se arriesgaban a quedar varadas en el gimnasio en medio de un diluvio de principios de otoño.

Su escuela no contaba con un gimnasio techado, así que no había otra. Era hora de copiar en las carpetas los nombres de los músculos y los huesos, o escribir las reglas del voleibol. Por eso también ahora odiaba la lluvia.

Frotándose los brazos, se apresuró a alcanzar a Jessica para caminar junto a ella, por el pasillo de la planta baja, rumbo a las aulas.

—Esto es genial —masculló Jess. Zoey asintió mientras continuaba masajeándose los codos; tenía piel de gallina—. Es todo lo contrario de lo que me imaginaba de la tarde del miércoles —suspiró—. ¿Puedes creer que hizo un calor horrible y un sol terrible desde el lunes, y debido a las clases no hemos tenido tiempo de disfrutar del aire libre?

Ella hizo una mueca.

—Piensa que la lluvia supone un alivio para el calor —dijo, casi a la fuerza—, al menos quiero convencerme de eso.

—Pero todos nuestros planes se van directo a la basura.

Se sentó en el fondo del aula, decidida a no poner atención a lo que fuera que la profesora pretendiera hacer. Cuando Jess se sentó a su lado, apoyó la cabeza en la mesa y sonrió tontamente. Tan solo había visto por dos minutos el bello rostro de Zack Collins en aquel nefasto día y su recuerdo era suficiente como para olvidar la molesta realidad por largos minutos.

¡Qué daría por una mirada de sus ojos grises! Era capaz de regalar cada una de sus muñecas de colección, las cuales guardaba desde niña con cariño. En verdad sería capaz incluso de arrancarles la cabeza si él lo pedía.

Pero eso no ocurriría, por supuesto, porque Zackary Collins era el chico más popular de ese viejo colegio de construcción colonial. Estaba siempre rodeado de amigos y, para colmo, de chicas. Una de ellas, Mariska Sullivan se la pasaba coqueteándole y la mayoría sabía que Zack se dejaba coquetear.

Zoey no tenía esperanzas. Era menuda, de un cabello rubio oscuro que poco la hacía notar; tenía los ojos bastante grandes para su gusto y así decía todo el tiempo que era igual a una libélula. Por más que Jessica insistiera en lo contrario, ella seguía buscando trucos de maquillaje en internet para que sus ojos se vieran un poco más chicos.

Zack nunca iba a notarla teniendo junto a él a esa morena glamorosa y bella, que le meneaba las faldas delante de su nariz. Pero soñar no costaba nada y ella inventaba, cada noche antes de dormir, que él, su príncipe azul, la descubría de una forma romántica y boba para no dejarla ir nunca más.

—Zoey —inquirió Jessica, inclinándose sobre ella—, ¿qué estás haciendo?

Soltó la lapicera con la que había estado escribiendo el pupitre. En color azul, ahora rezaban las palabras: Zack & Zoey.

—Nada —murmuró.

Jess arqueó una ceja.

—¿Sabías que esta es el aula que usan los de tercero para la clase de Literatura? —Jessica observó cómo su mejor amiga se ponía cada vez más pálida.

—¡No! —gritó Zoey, apresurándose a tomar el corrector líquido blanco.

Zack estaba en tercero; cuando fuera a Literatura vería las palabras escritas en ese pupitre. Pasó el corrector por encima de las palabras y rezó para que a nadie se le ocurriera rasparlo para ver qué había debajo.

Jessica suspiró.

—Vaya cabeza hueca —la criticó sin malicia.

—¿Me creerías que si te dijera que no estaba pensando?

—Claro que sí, ya sé que no estabas pensando en nada.

Estabas pensando en él, si cabe decirlo.

—Sí, bueno. Es que… —Zoey frunció el ceño—. A que esto van a verlo seguro.

—Podrías apostar, tal vez.

Ambas guardaron silencio.

—¿Funcionará? —Zoey tocó con los dedos el corrector, que en algunas partes aún no se había secado.

—Hum, puede ser. De todas formas, ambas ya sabemos que Zack no tiene idea de nadie de los cursos inferiores.

—Es cierto, ¡pero déjame tener esperanzas! —se quejó, dándole un manotazo a Jessica en el hombro—. Todavía puedo imaginar que ha oído mi nombre.

Su amiga frunció los labios.

—Hay como doscientos alumnos en esta escuela, Zo. —Se cruzó de brazos, mientras Zoey apoyaba la cabeza en la mesa—. Sabes que él vive en la luna más que nosotras deseando tomar sol en el patio.

—Lo sé, pero somos pocos los que vivimos aquí dentro.

Yo reconozco todas las caras de los que se quedan todo el año.

—Pero no Zack. Él es de ellos.

Zoey no vivía en Villa Helena, ni tampoco Jess, por supuesto. Pero aquel pueblo era el único en 150 km a la redonda que tenía un colegio privado.

Jess vivía en Carmen Elisa, una de las ciudades con más alto poder adquisitivo de los alrededores. Justamente, la misma ciudad en donde vivían Mariska Sullivan y Zackary Collins. En cambio, ella vivía en un pequeño pueblo rural, más campo que casas.

Todas esas comunidades y pequeñas ciudades quedaban algo lejos de allí como para ir y venir todos los días, por lo que un porcentaje de los alumnos vivía en la escuela en período de clases.

Así, había chicos que se conocían más que otros. Los de Carmen Elisa se conocían de vista; los de Villa Elena siempre estaban más juntos; los de otros pueblos, como Zoey, eran los menos recordados, sobre todo por no coincidir en los veranos.

—Debo ir a tu casa en las vacaciones —murmuró—, será mi última oportunidad para verlo. Luego se irá a la universidad.

—Y nosotras dos seguiremos aquí luchando con la rutina —se lamentó Jess con abatimiento.

—¡Ah! —suspiró—. Si estuviéramos en el mismo curso él sabría quién soy.

—Y estarías bastante aburrida de él, estoy segura. Cuando conoces a alguien tanto tiempo, es poco probable que sigas viéndolo de la misma manera. Yo creo que deberías mirar también a otros chicos —recomendó Jess—. Recuerda que Zack tiene a Mariska deambulando. Si él no ve más allá de esas faldas y tú no le hablas, no creo que termines casada y con cinco niños.

Zoey apoyó el mentón en el pupitre, ignorando intencionadamente la mención de la chica que seguía a Zackary a todas parte. La mayoría creía que eran pareja.

—Los demás no son como él.

—¡Hay chicos bastante lindos, no bromees!

—Pero Zack es único —contestó entre dientes—. Es simplemente perfecto. ¿No has visto lo profundos que son sus ojos? El tono gris que se mezcla con el verde en el extremo de la pupila…

—Está bien —la cortó Jessica, a riesgo de ponerse a reír en su cara—, te acepto que es lindo y popular, pero Adam Smith también es guapo.

Zoey hizo una mueca.

—No —discrepó. Adam tenía expresiones demasiado duras para su gusto. Comparado con Zack, que gozaba de una sonrisa cálida y divertida, parecía un asesino en serie.

Puso la mano debajo de su mejilla, y contuvo los deseos de imaginar que Zackary la notaba en algún momento señalado por el destino. Sin embargo, sus ideas eran algo toscas. La premisa siempre era la misma: que Zack entraba en el aula, buscando alguna cosa, y que sus ojos grises y encantadores se toparían con los suyos, en la típica escena de película que iniciaba el futuro amor. Él se quedaría pasmado al verla por primera vez, se marcharía del salón anonado y preguntaría su nombre a cuantos conociera.

Cerró los ojos, imitando la oscuridad de su sueño. Esa misma noche, Zack iría por ella, treparía ágilmente por las ventanas hasta la de su cuarto y la llamaría con un susurro:

¿Zoey?

¡Zoey!

—¡Zoey! ¡Ya es la hora! —murmuró Jess en su oído, despertándola. Abrió los ojos, algo confundida—. ¡No más clases por hoy! ¡Vámonos!

Frotándose los ojos, Zoey la siguió hasta la puerta del aula.

Está bien, eso de que trepara a su habitación era demasiado. Y también muy trillado. Tal vez solo podría arrojar un lápiz cerca de ella para tener la excusa de recogerlo y entablar conversación.

Y eso también era imposible.

Jess tenía razón. Era difícil mirar más allá de las cortas faldas de Mariska Sullivan.

Dejó por fin sus pensamientos referentes a Zackary y buscó concentrarse en algo más. Hubiera deseado realmente el sol durante ese día, para no tener que ir a internarse en su cuarto a hacer deberes.

Compartía habitación con Jessica, y por suerte solo con ella. El estar las dos solas facilitaba las cosas. No había tanto problema con los armarios o con usar el baño en los horarios más comprometidos; como eran las mejores amigas, se ponían de acuerdo para usar las cosas.

Ambas entraron a la pieza desganadas. No querían hacer tarea, ¡vaya que no! Jessica se derrumbó sobre su cama sin siquiera dignarse a abrir la mochila.

—Creo que… dormiré una siesta.

—Buena idea. —Zoey, en cambio, tomó su notebook. Iba a entrar directamente al Facebook de Zack para ver su rostro en las fotos una y otra vez.

«¿Qué más puedo hacer entonces, eh?», se preguntó. Al final, todo iba y venía con él.

Cliqueó para abrir las ventanas correspondientes y ahogarse con todos los sentimientos que le provocaba. Era incapaz de mirarlo y no sentir como el corazón le explotaba —o al menos como las mariposas se chocaban unas con otras dentro de su estómago.

El chico tenía cerca de cuatrocientas fotos, cosa que no impedía que se las viera todas casi todos los días. Pero esta vez, al entrar, encontró un álbum nuevo entre las fotos de una compañera de curso. Él estaba etiquetado en algunas de ellas, así que lo abrió para poder ver todo.

Se trataba de las imágenes de una pequeña fiesta ilegal que algunos alumnos de tercero habían llevado a cabo dentro del colegio hacia unos días, tal vez en alguna de las habitaciones más grandes.

Por supuesto que Zoey no había ido. No era de esas que preferían arriesgarse de una manera tan disparatada. La aventura era tal vez cosa de Jess, y lo cierto es que ni ella había creído que ir era buena idea. Y luego estaba el hecho de que ninguna había sido invitada. Era más que obvio que no pensarían jamás presentarse en una fiesta de tercero cuando nadie las tenía en cuenta para ello.

¿Pero lo había deseado? ¡Pues sí! Había pensado que esa sería una perfecta situación para entablar una amistad con Zackary, tal y cómo la deseaba.

Las imágenes le decían que había sido una pequeña juntada muy movida. Zack estaba en casi todas, con sus amigos, posando con chicas coquetas, bailando y riendo. Zoey apoyó la mejilla en su mano y siguió pasando las imágenes, mientras suspiraba frustrada. ¡De lo que se había perdido!

Entonces, su corazón dio un vuelco.

Allí estaba la foto que le rompía el alma en miles de pedacitos y luego los incineraba. Zack sostenía a Mariska de la cintura y ella tenía sus brazos anudados en su cuello. Eso no era nada, el tema estaba en que él le mordía uno de los labios.

Su rostro se contrajo y cerró la notebook de un manotazo. Jess tenía razón. Él era inalcanzable. Nunca en la vida sentiría algo por ella.

—Ten. —Jessica puso una bandeja llena de comida delante de ella.

—Te dije que no tengo hambre —susurró ella, empujando la bandeja.

Jessica puso mala cara.

—¿Puedes dejar de ser tan melodramática? Ya sabías que entre Mariska y Zack pasaba algo —le susurró.

Zoey levantó los ojos y revisó el comedor. Ni un solo rastro de Zackary Collins en las inmediaciones.

Frunció el ceño y tomó un pedazo de pizza casi con ira. Le dio un mordiscón furioso y asintió. ¿Hambre? ¿Era en serio? Estaba que se moría. No valía la pena intentar sentirse peor con eso.

—Pero nunca lo había visto. Esto ha roto mi corazón de verdad —añadió, incluso sorprendida de sí misma, mientras tragaba la pizza.

—Te ilusionas demasiado, amiga. —Jessica comenzó a comer, feliz de haberla sacado de su falso letargo—. Te lo dije ayer, busca a alguien más accesible.

Zoey suspiró, menos apática que antes; tomó otro trozo de pizza y se lo llevó a la boca.

En ese momento, alguien entró corriendo al comedor. Lo reconoció de inmediato, por supuesto. Zack se notaba cansado, bastante agitado y, además, preocupado. Se acercó a una de sus compañeras, sentada a unas mesas más allá, le susurró algo en el oído y volvió a salir corriendo. Todo rápido, como si en realidad nunca hubiera entrado.

Jessica notó su mirada atenta, fija en la puerta por la que el muchacho acababa de salir.

—Es un amor platónico —suspiró, como para sí misma—. Ya verás que cuando estemos en el viaje de graduación conoceremos muchos chicos increíblemente sexys —agregó, como si deseara que el viaje fuera mañana mismo.

Zoey quitó los ojos de la puerta.

—Oye, ¿más sexy que ese chico? —replicó, incrédula. Eso sería posible solo si hablaran de Matt Bomer, o de Ian Somerhalder, ¡o de Alex Pettyfer!

—¡Por supuesto que sí! Ya te dije que creo que Adam Smith es más guapo.

—¿Y yo te dije que creo que estás loca? —Nunca, en su sano juicio, pensaría igual.

—¿Yo? ¿Que yo qué? —Jessica bebió un sorbo de su jugo—. Yo solo tengo más opciones a la vista.

—¡Oh, no bromees! ¿Smith es una de tus opciones a la vista? —Jessica no contestó a eso y, en cambio, robó el último pedazo de pizza de la bandeja. Zoey puso los ojos en blanco y se reclinó en la silla. En su cabeza todo eso daba igual. Incluso en el viaje de graduación pasaría desapercibida—. Olvídalo, quieres.

Jess arqueó una ceja, ahora confundida.

—¿De qué diantres estás hablando?

—Del viaje. Aunque viésemos chicos increíblemente sexys, ninguno va a mirar a la niña cara de libélula con cabello al estilo Mérida de Valiente —puntualizó—. En cambio, tu corte de cabello es genial. Eso sí llamará la atención.

—Zo, mi cabello está corto porque largo es un asco. No porque sea original.

—La verdad es que eres la única aquí que se anima a tenerlo corto.

Le encantaba la idea de imaginarse a sí misma con ese corte. Un corte bobo bien lacio y perfecto, con un flequillo entero y bien peinado. Pero su cabello rubio no era tan lacio como el de Jessica y si se cortaba se inflaba, se paraba y se rizaba de la forma más horrible que jamás hubieran podido ver. La única forma de poseer un lindo y elegante estilo como ese era realizándose un tratamiento de lacio permanente… o usando una peluca.

La campana anunció el fin del receso del almuerzo. Zoey no había terminado de comer para aquel momento, pero como

ya se había zampado dos porciones con furia, dio por terminada la contienda de aquel mediodía.

Tenían clase de Biología, lo cual siempre resultaba divertido. La profesora era de aquellas que iban a lo práctico; traía maquetas de partes del cuerpo humano, láminas y demás cosas que mantenían al grupo interesado. Era un alivio, porque aquella materia teórica era muy pesada como para estudiarla sin esa ayuda.

La mujer ya estaba en el aula cuando entraron.

—¡Ah! ¡Qué bueno! —Se alegró al verlas—. ¿Pueden acompañar a Tamara y a Sofía al sótano por algunas de las maquetas del colegio? Tuve problemas con mi auto y no pude traer las mías.

—Claro.

Tanto Jess como Zoey mantenían un trato amistoso y agradable con todos sus compañeros de curso. A diferencia del Tercer año, en Segundo no había gente popular o demasiado bonita y rica como para resaltar, así que todos eran mucho más unidos. Tal vez podían mencionar a James Nicolo como uno de los más destacados, o incluso Jessica, pues ambos vivían en Carmen Elisa y eso significaba que tenían un poder adquisitivo superior. Tamara y Sofía, en cambio, vivían en Villa Helena. Ninguna de las dos se quedaba más tiempo del necesario en la escuela y siempre lamentaban la mala suerte de las chicas de no poder salir para ir al cine.

Las cuatro juntas, charlando justamente sobre esa mala suerte, llegaron a la planta baja con ánimos.

El sótano del colegio era enorme. En primer lugar, eso se debía a que la escuela no siempre había sido una institución escolar y el sótano había sido una parte importante del edificio en los años anteriores. Décadas atrás lo había usado la gobernación de Villa Helena, pero Zoey en realidad desconocía para qué lo habían utilizado.

El subsuelo tenía varias habitaciones: las más grandes eran el depósito y la vieja sala de máquinas. Las maquetas del colegio, de casi todas las materias, estaban bien guardadas en el depósito, accesible y seguro, y este se encontraba junto a la sala de máquinas, hacia el fondo de todo el sótano. Esta última, lógicamente, tenía la entrada prohibida a los alumnos. Era peligrosa, ya que si bien la mayoría de los viejos artefactos que estaban allí no funcionaban o estaban simplemente situados, la sala tenía un cableado eléctrico importante. Allí también estaba la caldera y los diferentes conductos de agua y gas. Siempre estaba cerrada con llave y las únicas tres que existían estaban en poder del conserje, de la directora y de una de las preceptoras. La sala de depósitos, en cambio, casi siempre estaba abierta para las clases.

Bajaron las escalinatas del sótano con cuidado, puesto que la escalera era pequeña y de escalones cortos; era fácil tropezarse en ella. Apenas estuvieron en la antesala, se percataron de un extraño sonido. Era algo que se oía bien fuerte, más hacia el fondo del lugar, como si algo se hubiera quedado atrapado en alguna máquina y no dejara que esta funcionara del todo bien.

—¿Qué diablos…? —Soltó Jessica, llevándose las manos a los oídos—. Es bastante insoportable. ¿Qué es eso?

—¿Está funcionando una máquina? —Zoey miró la puerta al fondo del cuarto, esa que correspondía con la sala que tenían prohibida—. Deberíamos avisar que una está andando mal.

—Parece que algo se rompió, tal vez es la caldera. Las demás máquinas no suelen estar encendidas —opinó Tamara—. Muy molesto el ruido, la verdad. Tienes razón, Jessica. —Hizo una mueca.

Caminaron hasta el depósito y cuando estuvieron allí, pudieron notar que la sala de máquinas tenía la puerta abierta.

—Debe haber alguien adentro —razonó Sofía—. Tal vez sea Jorge.

De alguna forma, Zoey no se convenció de ello. El único sonido que provenía de la sala era el de la máquina rota.

—No, a Jorge lo vimos limpiando el aula de Música antes de venir, ¿verdad Jess? —Jessica asintió—. Y Susi estaba con los alumnos de séptimo grado. No creo que la directora esté adentro. —Al no recibir objeciones, se acercó un poco a la puerta. Se recordó a sí misma que entrar era una locura y que además no solo podía resultar peligroso para ella en lo físico, sino también en lo académico si la descubrían. Pero, ¿y si alguien había olvidado la puerta abierta?—. ¿Hay alguien ahí? —preguntó desde el umbral, donde el sonido llegaba con más fuerza. No podía ver a nadie desde donde estaba. Las más viejas máquinas creaban una pared frente a la puerta, impidiéndole ver toda la sala.

—Esto es muy extraño. —Jess se aproximó también, mientras Tamara, muy deseosa de no acercarse al cuarto, sacaba las maquetas del depósito.

—Iré a decirle a alguien que la puerta está abierta. Si ya lo saben, no habrá problema alguno, ¿no? —preguntó Sofía.

—Ve, esperaremos aquí por las dudas. —Jessica se apoyó en la pared, mientras Zoey seguía tratando de ver algo en la sala y Tamara revisaba el depósito.

—¡Vaya, qué cosas raras hay aquí! —exclamó todavía dentro de la habitación, sacando cosas al azar. Se asomó y les enseñó una copa de plata gastada—. ¡Esto debe tener siglos!

—Tantos como el colegio, ¿no? —se rió Jess.

Zoey se mordió el labio inferior. Estaba empezando a ponerse nerviosa y no sabía bien por qué. De alguna forma ese sonido se le antojaba más que solo extraño. Tenía la ligera sensación de que nada estaba bien. Se aferró al marco de la puerta; entrar era peligroso, ¡debía recordarlo!

Entonces, alguien gimió desde algún lugar de la sala. El sonido era muy suave; flotó a través del aire hasta ella, haciéndole llegar unas pocas palabras:

—Ayúdame, ayú… dame.

Zoey se sobresaltó.

—¡Jessica! —exclamó, tomándola del brazo—. ¿Escuchaste? ¡Hay alguien!

—¿Qué cosa? Yo no escuché nada —murmuró ella, asomándose a la sala.

—¡Alguien pidió ayuda! ¡Lo oí!

—¿Estás segura? —Tamara salió del depósito.

—¡Sí!

Sin esperar algo más, Zoey se metió dentro. Había tantas máquinas ahí, creando bloques de metal y óxido, que en esa gran habitación formaban un pequeño camino con giros inesperados. Caminando con extremo cuidado, bordeó unas cuantas griferías, donde el sonido del aparato roto se hacía más fuerte.

—¡Zoey! ¡Vuelve aquí! —Le gritó su amiga en cuanto la vio desaparecer detrás de un tubo de metal enorme y lleno de polvo.

Pero la ignoró, muy convencida de lo que había oído y de que allí había alguien más. Se acercó aún más a la máquina que hacía el endemoniado sonido y aún no podía ver.

Entonces su pie arrastró algo en el suelo. Extrañada, levantó el zapato para ver qué era. Se sorprendió al encontrar un pequeño dije de cristal verde agua, recubierto con extraños adornos en plata. Tenía una fina cadena del mismo material.

Con el ceño fruncido, tomó el collar, ahora bien segura de que alguien lo había dejado caer ahí. Apresuró el paso y avanzó hasta otra de las maquinarias. Estaba a punto de terminar con un pasillo para llegar a su destino. Asomó la cabeza y jadeó llena de horror. Una helada corriente subió por su columna vertebral paralizándola y no pudo hacer más que dejar que un gemido se atorara en su garganta.

Zackary Collins tenía el cuerpo atrapado en una de las máquinas más grandes del lugar. Una que tenía un agujero y un engranaje siniestro: una usina. El sonido lo producía el atasco en ella.

Se quedó inmóvil, con los ojos como platos, recorriendo el cadáver con la mente en blanco

La máquina lo había atrapado, lo había arrastrado y lo había destrozado. La sangre había hecho un lago en el suelo de cemento y él aún tenía los ojos ligeramente abiertos.

Pero estaba muerto, bien muerto. Y todo indicaba que había fallecido desangrado.

—¡Zoey! ¡Regresa aquí antes de que venga la preceptora! —chilló Jessica acercándose por detrás.

Pero la chica no la escuchó, ni la miró y menos contestó. Estaba en shock. Su amor estaba allí destrozado, pálido, muerto.

Muerto, muerto, muerto. Zack estaba muerto.

«Zack…»

Jessica llegó hasta ella y se paró en seco al ver la sangre.

«Zack, Zack… Está muerto». No se movió cuando Jess le clavó los dedos en el brazo. Estaba en shock.

—¡Oh, por Dios! ¡TTamara! —gritó horrorizada.

En ese momento, se le puso todo negro. Lo último que vio antes de caer al piso fueron los ojos grises entreabiertos y sin vida de Zackary.

Cuando despertó, estaba recostada en su cama, en penumbras. Afuera volvía a llover. Se sentó y buscó a Jessica con la mirada, pero ella no estaba en la habitación. Se frotó los ojos y se dirigió al baño.

Tenía apenas puesta una camiseta y unas bragas blancas. No recordaba haberse sacado el uniforme, ni menos haberse ido a dormir, ¿pero qué más daba? Necesitaba lavarse la cara y eso hizo.

Limpió su rostro con el agua fría del fregadero y miró su expresión en el espejo. Estaba pálida, demasiado, casi demacrada.

Suspiró buscando alguna cosa más deplorable en su rostro, pero no notó nada en ella, sino que vio algo distinto en su cuello.

De él pendía una larga cadena, con un dije de piedra verde agua, con detalles en láminas de plata. Lo tomó entre sus dedos, tratando de hacer memoria. ¿De dónde había sacado ese collar? El dije era una joya antigua, delicada; casi ovalado, y muy hermoso. Pero por alguna razón… se le antojaba malévolo.

Entonces lo reconoció y los recuerdos sangrientos llegaron a su mente, todos juntos de una vez. Todos chocaron contra su frente y la hicieron tambalearse del horror.

¡Zack estaba muerto!

Se sujetó del lavabo y se tapó la boca con una mano. La sangre, la máquina, Zack… El dije. «¿Por qué yo tengo este dije?».

Trastabillando, regresó al cuarto. Se sentó en la cama, aguantándose los mareos y las repentinas ganas de vomitar. Supo que debía volver al baño, pero no pudo levantarse.

—Zack… —gimió, soltando lágrimas gruesas y sinceras de dolor—, ¿qué te ocurrió? —Tomó el collar e intentó sacárselo. Su rostro se mostró aterrado en cuanto notó que no podía pasárselo por el cuello hacia arriba, por más que tirase con todas sus fuerzas—. ¿Qué diablos…? —chilló—. ¿Por qué tengo esto?

—Ahora es tuyo.

Zoey pegó un salto y se giró en busca del dueño de aquella voz. La conocía muy bien, pero los recientes hechos le gritaban en el oído que no podía estar oyéndola. Sin embargo, la había escuchado de verdad y, al voltearse, notó que no era incorpórea.

Zackary la miraba con tranquilidad, con el uniforme del colegio puesto, apoyado contra la pared de la ventana.

—Ahora que estoy muerto, tú eres la nueva dueña.

—Y entonces, contra todo pronóstico, él sonrió.

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Recién lanzado: Capítulo 101 101   12-25 18:37
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07/02/2023
3 Capítulo 3 3
07/02/2023
4 Capítulo 4 4
07/02/2023
5 Capítulo 5 5
07/02/2023
6 Capítulo 6 6
16/03/2023
7 Capítulo 7 7
16/03/2023
8 Capítulo 8 8
16/03/2023
9 Capítulo 9 9
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10 Capítulo 10 10
16/03/2023
11 Capítulo 11 11
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12 Capítulo 12 12
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13 Capítulo 13 13
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15 Capítulo 15 15
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16 Capítulo 16 16
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17 Capítulo 17 17
16/03/2023
18 Capítulo 18 18
16/03/2023
19 Capítulo 19 19
16/03/2023
20 Capítulo 20 20
16/03/2023
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