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Frágiles.

Frágiles.

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Cuando ella reposa su cabeza en mi pecho puedo sentir las guerras a las que se ha enfrentado, las batallas donde le han tenido miedo y el fin de todas ellas. Puedo sentir La Paz de todos sus conflictos. Su fragilidad se presta al cuidado, cada vez que la veo dormir, cada vez que la observo mirar a Bayes, me siento su peor adversario. Es como si supiera que soy el único que puede destruirla en un segundo, con tan solo una palabra. Ahora entiendo a algunos hombres, se han aprovechado de esto para hacer con ellas lo que quieren. Porque una mujer cuando ama, cuando se entrega deja a un lado su armadura y queda totalmente desprotegida de sus fuerzas, lo hacen a propósito, es su forma de decir que aman y que han encontrado su refugio. Su instinto cambia, ahora no se protegen a ellas mismas, protegen lo que las ha hecho conocer el amor. Con ella aprendí; “Que las personas más frágiles, afortunadamente son las más fuertes”. Yo soy su peor enemigo, y tuve que enamorarla sabiéndolo. Te invito a conocer a través de esta historia como lo hice.

Capítulo 1 Frente a esas montañas Blancas

Yo soñaba con aquella chica a las que mis palabras hicieran temblar, a las que mis poemas y detalles pusieran su piel de gallina. Era un reloj nuevo detenido a las Doce, esperando a contarle el tiempo cuando me llevara en su mano. ¿Creen que la encontré? Me gustaría decirles que no, pero ella está. ¿Donde? A mi lado y quiero que la conozcas.

Ella es un cubo de hielo que aprendió a no enfriar mi café. Su nombre es Murphy, si, como la niña de la película Interestellar.

Ella es terraplanista y lo que me enamora cada día más es su maniática teoría de que si algo da origen a la duda, es bueno dedicarle tiempo a esa duda. Sus ojos son como la luz del sol brillando en los pinos de montaña después de una helada. Su cabello es grueso y muy castaño, parece una niña y en sus escasas sonrisas sonríe como niña. Pero Murphy es muy fría y tan sincera como la ley que lleva su nombre; “Si algo malo puede pasar, va a pasar”. Por eso les escribí que me gustaría decirles que no la encontré, porque es un polo opuesto. Pero me ha llenado de la vida de nieve y navidad que vale la pena hablar de ella.

La conocí en una excursión, ella miraba el mismo árbol que yo. No me quizo notar a pesar de mi intento desesperado al comentarle que ese árbol sabía más de la vida que nosotros. Me miró y no dijo nada, luego siguió caminando detrás del grupo.

Yo buscaba la manera de hacerla hablar, quería asegurarme de que su voz no fuera chillona, de que hablara con más resonancia nasal de lo normal. No me gustaban ese tipo de voces y si hablaba así desistiría de inmediato a todo lo que era ella.

Ella es como una flor nocturna, tan brillante como la flor africana de Baobad, una de las más especiales. Le gusta la noche y contemplar estrellas que para ella no son soles a gran distancia, ni planetas. Para ella son solo seres con vida.

La vi aplanar con sus botas un poco el piso, pensé que quería colocar una sábana y sentarse y entonces la ayudé. De pronto vi que sacó una cámara y tomó fotos a unas flores amarillas que abrazaban un tronco viejo en el suelo.

Yo soy Botánico y me dedico cien por ciento al estudio de las flores. Le dije que si le interesaba saber el nombre de las flores para su publicación de aquellas fotografías. Me dijo que si y allí conversamos un poco. Gracias a Dios su voz no era chillona.

Ella siguió con su cámara y yo iba hablándole de cada una de las flores. Llegamos a un despeñadero que daba a la vista más hermosa que los dos jamás habíamos visto.

- ¿Ves lo mismo que yo? Pregunté.

-Si, obvio que lo veo. Respondió.

-Solo en un lugar como ese nacerían tus ojos.

Ella no dijo nada, pero por alguna razón sentí que desde ese día estaríamos conectados por siempre. Frente a esas montañas blancas brillantes.

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