dad, una mezcla que a Sebastián Ramírez le resultaba extraña, casi ofensiva. Había bajado de la Sierra Madre Occidental, dejando atrás el olor
patio principal, donde una fiesta bullía con risas y música suave. Y allí la vio. Sofía, su prometida por acuerdo, no estaba sola, estaba prácticament
ía no lo quería, se lo habían dejado claro en las pocas cartas que intercambi
reemplazada por una mueca de fastidio. Se separó del ho
dente de la montaña decidió
y sus amigos cerca
ofí
contrastando con la tormenta que e
je que no vinieras? Esto es una reunión
a se acercó, pasando un br
rlatán del que me
ndo a Sebastián de arr
muleto de obsidiana, una piedra que su propio abuelo había tallado y bendecido.
to, Sofía. El que hicie
isa falsa y estridente que hizo
lo veintiuno. Esa superstición de viejos ya no significa na
no vendiendo chicles en una esquina," replicó Sebastián, su voz aún baj
ofía se cont
uyó este imperio con trabajo duro, no
abuelo Ricardo q
la única figura de autorida
tono. "Y he decidido que este ridículo compromiso se acaba. De hecho, te cité
fue entre familias," insistió Sebast
e puedo,"
. No fue un beso corto, fue un beso largo, apasionado y deliberadamente provocador, justo
uleto a un joven y desesperado Ricardo Mendoza, prometiéndole prosperidad a cambio de la unión de sus líneas de sangre. Recordó los años de sequía que su propia gente había so
ofía lo miró con tr
nada para mí. Ahora
resando a él, pero era una calma ater
o es solo una joya. Es el corazón de tu fortuna. Si rompes el pacto, si me humillas de esta
de una gravedad que silenció las risas