mata. La casa, que siempre había sido un refugio humilde, ahora se sentía como una tumba. Cad
ostro concentrado, el lápiz detrás de la oreja, me golpeó con una fuerza devastadora. El dolor era un océano negro que a
só hasta que escuché la
So
ojos para enrojecerlos y su rostro estaba contorsionado en una máscara de do
. Nuestro niño... nuestro Miguelito..."
dora. A la mujer que hablaba por teléfono con su cómplice mientras su hij
había rastro de la angustia genuina que desgarra a un padre. Su ropa, aunque sencilla, estaba impecable. Y un leve, casi im
se a mi lado en el sofá, demasiado cerc
antes me habría reconfortado, pero q
uertes, Ricardo. E
onó contra el mío, buscando un consuelo que ella misma había destruido.
más profundo de mi ser. Su contacto me quemaba la piel. Er
té. No con violencia, sino con un
ca, sin vida, pero cargada de una firme
revelando una chispa de irritación en sus ojos. No esperaba resistencia. Esperaba un esp
endo tanto como tú...", empezó a de
red, viendo las imágenes de su traición repetirse una y otra vez en mi
ta vez con más fuerza,
que no m
imera grieta en mi coraza de hielo. La primer
sa y enfado. La víctima se estaba convirtiend