a clínica de mala muerte. Mi padre, Horacio Hortón, había traído a su propio equipo de médicos. Cuc
neando. El dolor físico era un zumbido sordo y cons
iniatura era un primer plano del rostro de Kenia Drake, su cabeza descansa
ilmado por ella. Pasaba de su rostro sonriente a Jul
pareció un mensaje de
otro
die. Dice que hacer el amor contigo siempre
t
á. Todas esas estrías. Dice que yo
después de que Ava nació. Las había llamado hermosas. Hab
ras.
a. Era la muerte final y agonizante de un recuerdo. No b
una lujosa fiesta de "recuperación" para Kenia, celebrando su exitoso trasplante.
do el asesinato
y desaparecería en la seguridad del imperio
erta de mi estéril habitación blanca, impecable con un traje de diseñador. Me miró, no co
fatal, F
espo
has hecho? -preguntó, su vo
do -dije, mi
esionándola, estresándola. Sus médicos dijeron q
cerc
lverás a donar cuando necesite un refuerzo. Es lo m
l asesino de mi hijo, el hombre que me había dejado por mue
neció. La mujer que lo había amado, que había construido una vida con él, se ha
sonreí d
puesto,
rendido por mi
Qu
-dije, mi voz
us ojos. Había esperado una pelea. Había venido
ordé la noche que nos conocimos, un incendio en una galería, una multitud en pánico. Me habí
val de negocios que había intentado manchar mi nombr
vado. Me hab
or, mi cuerpo, mi trabajo, la seguridad de mi hija
ia. Llamémoslo un empate. -Dejé que las palabras flotaran en el aire
tro. No entendió la finalidad en mi v
mpostura-. Me alegra que final
je del jefe de seguridad de mi
sonó. Su rostro se
o, ya casi termin
e sin decir una palabra
vi
levaron de vuelta al quirófano. Las luces eran igual d
los ojos. Esto no era una exp
última parte de mí que le daría.
lo deber