de lujo con vistas a los jardines perfectamente cuidados. Un guardia estaba apostado fuera de mi pu
aba y me observaba comer, hablando de su día, de la empresa, de la guardería que estaban construyen
una forma de tor
ue el mundo la viera. Lo sabía porque las criadas, compad
errer y la socialité Krystal
. La llevó a París por un fin de semana. Los medios lo presentaban como una historia trágica: el leal multimil
un dardo cuidadosamente dir
de turno. Tomé un pesado jarrón de cristal de la repisa de la chimenea y
ualquier cosa que pudiera tener en mis manos. Era un torbellino de rabia
edio de los escombros, r
enojado. Simplemente examinó
a pequeña caja en
-dijo, su v
mente, mi pe
había un collar de diamantes. Un collar de perro. Era exquisit
una sonrisa cruel jugando en sus l
Amelia? Vienes de la nada. Un puesto de comida en un callejón sucio. T
había sacado del lodo. Creía que me poseía porque me había salvado. Todos esos años de amor y apoyo que le había
podía romperse más, se hizo a
u expresión fría se desvaneció, reemplazada por una calidez s
. Sí, ya casi termino aquí... Por
de la habitación que compartía con su esposa, con un collar de perro de
tavoz. -Estoy aquí con
bitación. -¡Amelia, querida! ¿Te estás portando bien
el teléfono en su man
ticia. Damián acaba de hacer la cosa más romántica. Estábamos habland
tó la res
a-. Nos sentimos tan cerca de ella. Y una cosa llevó a la otra... Es incr
n era clara.
de mi madre. El único lu
l, no con los puños esta vez, sino con uñas y dientes. Era un animal
é, mi voz ronca-. ¡
éndome en un agarre de hierro
, una nota de diversión en su voz-.
e realmente era. No un hombre, sino un vacío. Un agujero neg
drenándose de mí-. Fui una tonta por
Lo último que oí fue la voz de Damián, tran
ás tarde, querida. Par