A P
aire como una sentencia de muerte. Pero antes de que pudiera dar do
urró, su voz un siseo venenoso des
ro su agarre era sor
demasiada presión, tratar de estar a tu altura". Sus ojos brillaron con un triunf
gir el máximo dolor. Y combinadas con la agonía desgarradora de
ata de una mesa cercana. Con un grito gutural, lo balanceé con t
blanco y se desplomó en el suelo, un charco de san
rrió a su lado, recogiendo s
u voz, cuando habló, ya no era la suya. Era más profunda, más áspera, impregnada
te at
mis rodillas se doblaran. Se levantó de un salto, acunando a
abrasadora y candente estalló en mi espalda cuando la plata hizo contacto con mi piel. Para un hombre lobo, la
iera me miró. Ya se estaba alejando, su única pre
voz, fría y desprovista de toda emoción, llegó hasta mí, c
Smith, acepto
o, un vacío abriéndose dentro de mí tan vasto y desolado que amenazaba con tragarme por complet
e costosos zapatos de cuero se detuvieron a mi lado. Levanté la vista y mi mira
una fuerza física. No se parecía en nada al olor terrenal de Luciano. Esto era una tormenta embotellada, una mezcla embriagadora de coñac ca
mpo en su dolor, se agitó. Por primera vez, pr
Mí
ombros, protegiéndome de las miradas indiscretas de la multitud. Luego, con una facilidad
corrió mi brazo. Mi corazón, que pensé que se h
me sacó del caos, dejando atrás