dó a Carla cuando despertó. Hospital de nuevo. Se est
su rostro grabado con una pract
ra arrancada de su garganta e
adosamente neutral. "Ya se encarg
rrando su brazo, su voz elevándose
e. "No te preocupes, te compraré uno n
le había regalado por su vigésimo quinto cumpleaños. El gato que había acercado a su cara, ronroneando,
y ardiente agonía brotaron de sus ojos. Él había matado una parte de ella, una parte viva y
ró, las lágrimas ahogán
o un inconveniente. Cogió un tazón de arroz congee de la mesita de noche. "Necesita
de él, tan tranquilo, tan impasible después d
su dolor convirtiéndose
él, su voz endurecién
un manotazo. El tazón cayó al suelo, salpicando el conge
ustración crudas que había debajo. "¿Por qué tienes que ser tan difícil?", gruñó. "¿Por qué no puedes ser compre
a el problema. Su dolor, su pena, su negativa a aceptar sus traiciones en silen
odo bien? Oí gritos". Miró el desorden en el suelo, luego a Carla, con los ojos muy abiertos por una falsa preoc
ento en que la vio. "Está bien, Valeria. N
i tiempo es corto y quiero ver el mundo. París, Roma, los cerezos en flor en Japón... Quiero verlo todo an
un brevísimo instante. Miró a Carla, un
enir", sugirió, su voz goteando falsa magnanimidad. "Será una oportunidad para que t
nvitación; era un castigo. Una exhibición pública
sa", dijo, su rostro iluminándose. "Iremos todos juntos". Se vo
a, su voz un mo
o su brazo de nuevo. "Necesitas
a subir a su jet privado y la obligó a ver cómo él y Valeria
ndo le señalaba los lugares de interés a Valeria. Se sentó sola en una mesa separad
una mirada. Él y Valeria susurraban y reían, compartiendo bromas internas. Incluso cambió la voz del GPS del coche del acento americano por defecto a uno britá
ea". Qué mentiroso. Estaba perdidamente enamorado. Cada mirada tierna, cada toque gentil, cada risa compartida era un testimonio de la profundidad de sus sentimientos