ía
e noche. Una respuesta, casi ins
nde saber de usted, Srta.
la pantalla, las palabra
llevando el trabajo de mi vida, Ecos de la Metrópoli, y se lo va
ron y desaparecieron. Es
sación seria contra un jefe. ¿
s planos son todo lo que me queda. Vi el artículo sobre
e tal vez había exagerado, que me descart
nga a la Ciudad de México. Mi auto la encontrará en el AICM. Pero
n en mi mente, una promesa, no una amenaza. No dudé. Abrí una aplicación de viajes en mi teléf
oz tensa de disculpa, para decir que estaba con Olivia, lidiando con una
omo un héroe conquistador, vibrando con u
o para esta noche -dijo, besándome la mejilla
un fantasma, moviéndome a través de un mundo que ya no era el mío. Esteban me sujetaba la mano
dor caliente de los reflectores. Se arrodilló, sosteniendo un dia
sonando con falsa emoción-, ¿me ha
una piedra en mi pecho. Esta era la jaula. La he
cia. Al otro lado del escenario, Olivia Montero, vestida con un traje r
s, la caja del anillo cayendo con estrépito al suelo. El hombre que acababa de pedirme que fu
us brazos y la sacó del salón de baile co
me siguieron. Luego, comenzaron los susurros, una marea crecient
odo aquello, una extraña y fría cal
u decisión. Ahora
do una mentira. Caminé con calma a través de la multitud atónita, sal
le dije al conductor, mi voz

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