vista d
alojada en un laboratorio subterráneo bajo nuestra sede corporativa. Contenía cada línea de código que había escrito,
un protocolo de autorización dual para la entrada del laboratorio. Un escaneo de retina y una huella de palma. De ambos. Simultáneamente
ón se había conver
jandro, un hombre de aspecto severo llamado Marcos, nos recibió al pie de la escalerilla. N
lejandro por encima del hombro.
e sola en la ventosa pista. Una hora después, otro auto llegó con mi
rente. "Mateo, cariño, escúchame. ¿Quiere
Alejandro, pero no tenían nada de su frialdad. Solo c
pi?", preguntó, su v
el estómago. Respiré hondo
Qué bueno", dijo. "Ya no me cae bien. Marcos me dijo que si ll
fuerte, mi propia ira un carbón ardiente en mi pecho. "Ya no pue
pequeños brazos rodeando
ón se endureci
ente mucho antes de que se pusiera el primer ladrillo. Los guardias de seguridad de la recepción me saludaron c
boratorio del subnivel no respon
oz estéril y computarizada. "Se
uí", afirmó, su simple observación cort
spués de que el escáner registrara mi huella. "Así, siempre tendremos que hacerlo juntos", había dicho, su voz
l dinero y la fama. Era un pequeño departamento en un tercer piso sin elevador que había conservado, pagando la ren
lvidados. Mateo y yo nos movimos por las pequeñas habitacion
alando un oso de peluche
estro". Cada regalo de Alejandro, cada artículo asociado con él, fue dejado atrás. Lo observé, un nudo formá
asomando en mis ojos. Se acercó y me dio un
ro la había pintado con Mateo hacía un año, durante un raro fin de semana en el que estuvo completamente presente, cuando todavía er
o un sol torcido. Mi mano tembló mientras tomaba un marcador negro del escrit
garabateó sobre su propia figura de palitos. "Dibujaré uno nuev
a única persona que se había mantenido firmemente
ueron a la basura. La ropa que había dejado en el clóset fue embolsada para donación. Incluso enc
iones severas y debilitantes al polvo y al polen. Sin pensar, barrí la ca
el cuadro, el olor a látex fresco cubr
a en blanco. Tomé la mano de mi hijo, nuestra única maleta junto a l
ñado, el pelo revuelto, la camisa arrugada. Apestaba a alco
o?", exigió, sus ojos ardi
, protegiéndolo. "No, Ale
escalera. Era Valeria, envuelta en una de las batas de s
ba tan preocupada. Por favor, no me mandes lejos de nuevo. La señor
pajarito. Estoy aquí". Pasó una mano por su cabello, luego sus
han estado diciendo cosas. Esparciendo rumores de que la señora Garza quiere que me vaya. Han sido... c
me miraba. "¿Ves lo que has hecho? Tú y tus
ojos de Mateo con mi mano. "Está bien,
ofía, no que la aterrorizaras", conti
teatral. "Por favor, señor Garza, no culpe a su espos
ostuvo contra su pecho, acunándola. Me miró por encima de s
o, su voz baja y amenazan
susurro desesperado. "Mami, ¿cuándo nos va
corazón doliendo. "Pront
verlos. Alejandro le susurraba algo, sus labios rozando su oreja. Ella soltó una risita, un sonido agudo y tintineant
i rostro y un rugido hueco llenó mis oídos. Era el son

GOOGLE PLAY