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la otra sosteniéndole la nuca; la boca hundida en el cuello. Me ven. Darío la suelta de inmediato; Romina baja como puede, el elás
y a correr. El pasillo se estira como goma caliente; una izquierd
manos que buscan agua y no la encuentran. Abro la llave. El grifo tar
etrás de la puerta, una camilla, una risa que cambia de dirección. El hospita
yo de nada. El cerebro fabrica historias con lo que tiene a ma
xcusas de urgencias, cenas pospuestas, promesas flojas. Qué fácil es mentir cuando
ible con lo que acabo de ver. Me seco la cara antes de que haya lágrima
a desinfectante barato y a café frío. Me tiemblan los muslos sin ruido. Me gustaría llamar a mi ma
r. Cuatro adentro, cuatro afuera. Un segundo quieta. Otro más
ste?». Otra vibración: «Estoy afue
. Estoy aquí. Si no quieres
er un enemigo cuando bajo la mirada. Elijo cosas sencillas: abrir l
jos de parar caídas. Yo ab
ice- o no pod
como un traje de plomo.
uí -su
de ropa -respon
los ojos; dos internas comentan algo y guardan el final de la frase cuando pasamos. Cam
con el peinado intacto y una sonrisa envuelta, como si nada existiera fuera d
obre todo, como presencia. No me exige palabras; me las presta. Y cuan
o
no pregunta «¿
st
e su propio idioma. Cuando por fin me encuentro otra vez e
ice-. Pero v
na cuando me atrevo a nombrarlo. Afuera, el hospital no se enter
sa nace en el pasillo como si no hubiera pasado na
 
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