vista de
e donde incluso el zumbido distante de la ciudad parecía cesar. El único sonido era el clic deliberado y rítmico de mis tacones sobre
ros. El rostro de Héctor, generalmente tan animado y seguro de sí mismo, pasó del shock a un miedo pálido y profundo. Sus ojos, abiertos y aterrorizad
ro todavía surcado de lágrimas, y un destello de indecisión cruzó sus facciones. Su orgullo, su necesidad de proteger su imagen
te recuperó la compostura, acurrucándose de nuevo al lado de Héctor, enterrando su rostro en su hombro, sus sollozos renovándose de repent
está intimidando! -se lamentó Cristina, su
Héctor. Él era quien me había traicion
onal, pero cortó el silencio atónito-. Dijiste que me arrastrarías hasta aqu
ceniciento, sus labios temblaban. No salieron palabras. La bravuconería, la arrog
la fuente de su privilegio. Incluso cuando yo lo apoyaba en silencio, resentía el poder inherente que yo tenía, el pod
ambiaron miradas nerviosas, sus sonrisas de fiesta reemplazadas por expresiones de confusión e inquietud
echo. -Oye, tipa -arrastró las palabras, envalentonado por el alcohol y una lealtad fuera de lugar-. No puedes simplement
us ojos desprovistos de emoción. El hombre, enfrentado a una fuerza pura e inflexible, se atragantó con sus siguientes palabras, su bravuconería desinflándose como un glob
ndo la distancia con Héctor. Lo miré d
ante-. Te hice una pregunta. ¿Fue una amen
ándose del abrazo de Cristina, poniéndose de pie a trompicones. Me agarró del brazo, sus dedos
cuchado desde que era un niño. La visión de su rostro aterrorizado, suplicando dis
as y tus amenazas frente a esta gente. Dejaste que tu novia me golpeara hasta casi ma
un poco emocional. Y tú estabas... ya sabes, vestida de forma casual. No te reconoció. Fue un error. Pode
oción cerebral, la humillación pública, el intento de extorsión -todo- como si Cristina "se pusiera emocional"
e había ido. Todo lo que quedaba era un niño mimado y consentido, dispuesto a sacrificar a cua
i riqueza, mi amor en él, solo para que se diera la vuelta y me llamara "limosnera", "sanguijuela". ¿Cuántas veces lo había cubierto, pagado
ro, pero resonó con una fuerza que lo hizo estremecerse-. ¿Es eso lo
ación, evitando mi mirada firme. -¡No! ¡C
llando. Distantes al principio, luego creciendo rápidamente en volumen, más cerca.
nas crecieron hasta un crescendo insoportable, luego se cortaron abruptame
e figuras uniformadas. Detectives de civil, seguidos por oficiales de la policía de la ciudad, entraro
ó la habitación, se detuvo cuando me vio. Caminó d
-preguntó, su voz tra
ondí, mi
urrucado más en el costado de Héctor, su rostro ahora de un blanco enfe
intento de extorsión. Tiene derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que diga puede y será usada en su

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