eya
sola llamada. Ni un mensaje. Ni una flor. Nada de Marcelo. Nada de Efraín. Era un silencio más ruidoso que cualquier grito, una confirmación brutal
illo, hablando por teléfono con una sonrisa en el rostro que nunca me había dedicado. No nos vio. No nos sintió. Era como si fuéramos
rnos más dolor, nos impulsó a seguirlo. Nos arrastramos por el pasillo,
nacido. Un bebé. Marcelo y Efraín estaban a su lado, sus caras iluminadas con una felicidad que jamás habíamos visto. Daniela se veía
. Una oleada de náuseas me invadió, un dolor tan agudo que casi me hizo caer. Era un
a. Por mí. "Vámonos," susurré, agarrando el brazo de mi hermana y tirando de e
rte. Ahora. Si no vienes, le pediré a la administración que di
ubo respuesta inmediata. Un minuto después, mi teléfono comenzó a arder. Marcelo. Lo dejé sona
serio y ojos cansados. Contamos toda la historia, desde el momento en que nos interceptaron hasta el abandono en el hospital. Estela, con
nescrutable. Cuando terminamos, suspiró. "Señoritas Villa, ¿
rque estaban demasiado ocupados con su 'hermana' para preocuparse por nuestras vidas. P
rían nuestra historia. Les expliqué cómo nos habían encontrado, al borde de
carrera, su vida. Todo por su negligencia." Mi
ré una investigación exhaustiva, señoritas.
vez, Marcelo y Efraín, acunando a su bebé. Esta vez, la imagen venía con un mensaje: "Mi
dolor, más humillación. No había lágrimas, solo
por Daniela. Era un lugar frío, lleno de recuerdos que ahora me parecían ajenos. Encendí mi teléfono. Cie
"¡Mireya! ¿Qué demonios te pasa? ¿Por qué me mandaste ese mensaje? ¡Mi casa e
o, por si no te das cuenta," respondí, mi voz sor
problemas! ¡Estela, eres una idiota, arrastra
entó arrebatarme el teléfono, pero la detuve. No
dije, ignorando sus insultos. "Y dile a Efraín l
atrevas!
unca le había escuchado, tronó en el auricular. "¡Son unos imbéciles! ¡Unos jodidos id
l bebé en brazos, envuelto en una mantita azul. Se veía pálida, débil
debilidad. "Lo siento mucho. No quería que esto pasara. Marcelo
, cruzándome de brazos. "Sabemos quién eres y l
ó Marcelo. Daniela, con una teatralidad nauseabunda, tropezó y dejó caer al bebé
de un empujón brutal. Caí al suelo, el impacto me
ó Marcelo, su rostro contorsionado por la
eto, mi cuerpo tendido en el frío suelo. Acarició s
plano. Un silencio pesado cayó entre nosotros. Su rostro palideció. "¿Y nuestr
ónde está nuestro hijo, Mireya? ¿Qué pasó con nuestr

GOOGLE PLAY