a Hodg
labra que podía pronunciar, el único camino que podía ver. Mi corazón, una vez tan lleno de una frágil y recién descubierta e
perfecta, su esposa perfecta, su fachada perfecta. Al día si
. No tomes decisiones precipi
idad de reparación. Pero Alejandro no lo veía así. Para él, esto era un p
evo, su voz su
, Daniela. Solo para hablar las cos
como una recaída, otro episodio de mi "inestabilidad mental". Lo sabía, tan seguro como que el sol saldría.
aprobación. Mi madre, Diana, se movía nerviosamente a su lado, sus ojos se desviaban nerviosamente entre Alejandro y yo. Mi padre estaba sentado frente a ellas, con
odos están preocupados por ti. Has pasado por mucho, y esta re
nmediato, su voz afi
o ha hecho por ti, apoyándote en tus... dificultades...
en un gesto conciliador, pero sus ojos contenían u
, Diana, se ret
hombre. Te mantiene. ¿Qué harías sin él? ¿A dónde irías? Tu
ve, pero aterrizaron con fuerza,
"Tienes una buena vida aquí. Una vida estable. No la tires por un malentendido tonto. Si
er sido mi refugio, mi ancla, era solo otro brazo de su control. No estaban vien
con un acero que no sabía que poseía. "Alejandro me engañó. Con C
paso adelante, su
perdido. Pero te elegí a ti. Siempre te elijo a ti". Se volvió hacia nuestras familias. "Nunca tuve la intención de
ntió enér
niela. Pero está aquí, rogando tu perdón. Deberías e
a nombrar a nuestros hijos como ella, Berta. 'Caridad' y 'Dan
de Alejand
iero arreglar esto. Quiero explicarlo todo". Sacó su teléfono. "Mira, inclu
dedo flotando sobre
evolvió. No. A e
ó una, dos veces, luego la voz de Carid
sa? ¿Finalmente te deshiciste
ro de Alejandro se puso ceniciento, sus ojos se abrieron de pánico mien
n sonido agudo y burl
a, déjalo ir. Eres noticia de ayer. Él nunca te amó. Solo fuiste un ca
ca. Caso de caridad. Las palabras hacían eco de los senti
e el teléfono de la mano a Alejandro. "¡Cómo
etuvo abruptamente. Su
ti, Daniela. Pero no cambia nad
rta y dura, había conectado con mi mejilla. El sonido fue un crujido fuerte y repugnante en el silencio atónito de la habitación. Mi cab
cimiento que florecía rápidamente. Alejandro me había abofeteado. Delante de todos. El hombre
dedos entumecidos, cayendo silenciosamente sobre la alfombra de felpa. Mi visión nadó, no por el golpe físico, sin

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