rafiado y vendado. Un esguince, afortunadamente, no una fractura. Pero la doctora, una mujer de rostro amable y ojos cansados, insistió
ra mis jeans rotos. La lluvia se había intensificado, ahora un aguacero despiadado.
rrucábamos en el sofá, viendo películas viejas. Esos recuerdos, antes reconfortantes, ahora se sentían como burlas crueles, fantasmas de un pasado que nunca existió realmente. La ansiedad, una compañera constante durante
toda velocidad junto a la acera, salpicando una ola de agua sucia
ó hacia mí, su rostro una máscara de indignación-. Hay gente, de verdad. Probablemente algún niño rico con derechos. ¿Viste quién era? Brenda Santos, l
nseúnte
parecer, está forrado. O al menos, su familia lo está. Grupo Williams, ¿
era mujer sombríamente-. Estas socialités, siempre persig
s y se quejaba de la deuda de los préstamos estudiantiles, era el heredero de una fortuna inmobiliaria? Las piezas encajaron, grotescas y escalofriantes. Sus fraca
omparada con los hilos de diseñador de Brenda y la riqueza oculta de Ángel, yo era un fantasma, un remanente de una vida que él había expl
resa en el rostro del conductor mientras
or -grazné, dánd
eran un lujo que rara vez me permitía. Había caminado, andado en bicicleta, tomado el autobús, todo para ahorrar ese peso extra. Ahora, con
s el dinero salía de mi mano. La idea de subir tres tramos de escaleras con mi tobillo era un nuevo tormento. Pero a
lonia barata y a algo dulce, empalagoso. Ángel estaba de pie en la sala, de espaldas a mí, mirando la lluvia por la ventana. Su
ó sobre mi tobillo vendado, mi ropa rota, el lodo manchando mi car
só? -preguntó, su v
na, desprovista de emoció
llo! Ven, déjame ayudarte -dio un
pulsión visceral
ía que poseía-. Estoy bien. Ya fui al médico. Me lo revisaron -señalé
su cuello. Apartó la mirada, sus ojos rec
estaba preocupado -s
tranquila-. ¿No estabas demasiado ocupado ate
e, sus ojos se abrieron d
ómo sabes l
de mis labios-. Y sobre Ángel Williams. Heredero de Grupo Williams. E
illas, dejándolo con un aspecto enfermizo. Abrió
ando sarcasmo-. ¿La que necesitaba una cirugía cerebral de
eció, vis
uedo expl
r trece años de mentiras? ¿De explotar mi lealtad, mi trabajo duro, mi amor, para financ
u bravuconerí
. iba a decírtel
, Ángel? ¿Cuando fuera demasiado vieja, demasiado rota, demasiado ag
na mirada de pánico en los ojos. Intentó silenciarlo, pero era demasiado ta
metido? ¡Los abogados están llamando! ¡Ese pago de un millón de dólares po
léfono, su rostro un
siseó en el auricular, su voz apenas audible. Intentó te
esa deuda absurda que has acumulado con los usureros? ¿Creíste que no me enteraría? ¡Les debes casi
ado pagando honorarios de abogados. Había estado apostando. Y pagando por Brenda. Esto
ntalla, cortando la voz furiosa. Se v
No es lo que parece. Solo... me metí en un pequeño probl
tor. Tomaste mis sueños, mi seguridad, mi futuro, y te lo jugaste. Pagaste por Brenda con eso. ¿Y luego intentaste que yo también pagara por su esguince de tobillo? -mi mi
jes de negocios" a conferencias que no produjeron clientes. Todas las veces que había estad
n un destello desesperado-. Brenda tiene razón. Tengo que ir a lidiar con esto. Mi familia... esta
continuo" de tu tía? -pregunté, mi voz cortando su sali
en el pomo. Se dio la vuelta, un
co más, te prometo que esta vez será diferente. Lo juro. Nos casaremos.
rada. Pero esta vez, cayó en saco roto. Sus palabras sonaron huecas. Vi el e
firme-. No, Ánge
de nuevo. Lo miró, y un destello de irritación cruzó su rostro. Rápidamente de
o que irme -dij
a en el asiento del pasajero, tamborileando sus uñas perfectamente manicuradas en la ventana, con u
a tamborileando contra el cristal de la ventana.
re mí. Durante trece años, había estado viviendo una mentira, sofocándome bajo el
tido, hasta que encontré el que necesitaba. Adriana Bauer. Mi madre. La formidable directora ejecutiva de Grupo Mayli
ido del tono de marcado
oferta -la oferta que había hecho años atrás, una ruta de escape de una vida que nunca aprobó.

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