cos en un millón de pedazos dolorosos allí mismo, en el vestíbulo del Peninsula. Sentía el pecho hueco, como si alguien me hubiera arrancado el corazón y dejado una cavidad vacía y
o? ¿Una bomba? Me quedé paralizada, observando a Damián y Julia. Él instintivamente la atrajo hacia sí, protegiéndola con su cuerpo, su mirada fija en ell
rmol, mi cabeza golpeando la piedra fría. Mi visión se nubló. "¡Damián!", susurré, mi voz perdida en la cacofonía. Extendí una mano, una súplica desesperada, pero él ya se estaba moviendo, guiando a Julia hacia una discreta salida de
y burlona. Me palpitaba la cabeza, un dolor sordo que se extendía por mi cráneo. El dolor en mi brazo se intensificó, pe
co se desvanecieron, reemplazados por un rugido en mis oídos. El dolor, tanto físico co
de hospital, las sábanas blancas y estériles en marcado contraste con la lujosa seda de mi pro
tás des
conmovedores ojos estaban fijos en mí. "Gracias a Dios", suspiró, su voz suave, casi angelical. "Estaba tan preocupada. Después de que te encontré inconsciente e
de que Damián me abandonara por ella. Sus palabras se sentían como vene
Pero le dije: '¡Damián, Sofía te necesita! ¡Es tu esposa!'. Pero él... él simplemente no podía dejarme". Sus ojos se abrieron d
ga cuidadosamente colocada, retorciéndose en la herida. "Mi condición"
i diagnóstico de cáncer, éramos inseparables. Iba a pedirme matrimonio. Teníamos todo planeado. Nuestro futuro. Nuestro hogar. Incluso los nombres de nuestro
na repetición? ¿Una suplente para su futuro perdido con ella? El pensamiento era una serpiente venenosa, enroscándose alrededor
e, mi voz sorprendentemente firme. "Suena verdaderamente... épico. Una tragedia, en realidad, que
. "Pero Damián... es un hombre muy leal. Y tan protector. Nunca me superó de verdad, sabes. Solo... encontró una distracción". S
e no necesito una enfermedad terminal para retener a un hombre. Y ciertamente no necesito yacer en una cama de hospital, suplicando atención, pa
", siseó, su fachada angelical desmoroná
co exagerada, incluso para una artista clásica". Me incliné más cerca, mi voz bajando a un susurro peligroso. "Crees que eres muy lista, ¿no? Haciéndote la víctima, tratand
"¡Me eligió a mí
hora mismo, soy su esposa. Un hecho que pareces desesperada por cambiar". Mi sonrisa se amplió,
s vitales. "Señora Garza, no debería agitarse", la reprendió suavemente. "Se ha dado un
e, luego se detuvo en la puerta. "Ah, y por cierto, acabo de enviarle un mensaje a Damián. Le dije que me sentía débil y que lo necesitaba. Estará aquí en cualquier momento. Veamos a quién viene
raría. No otra vez. Cerré los ojos, tratando de conjurar el rostro de Damián, su
un salto, luego se hundió. Era Damián. Se me cortó la r
segundo, vi preocupación, quizás incluso alivio. Mi esperanza parpadeó. Luego se giró, su voz áspera
mi brazo, la caída. Simplemente había pasado de largo por mi puerta, de camino a la de ella. El air
vuelta, a mirar por la ventana el bullicioso horizonte de Hong Kong. La enf
ier herida física, me invadió. Oí una conversación en voz baja fuera de mi puerta, un par de enfermeras chismorreando. "¿Viste eso? El
ágrimas, calientes y silenciosas, corrían por mi rostro, mezclándose con la sangre fresca que se filtraba del vendaje de
. El médico protestó, pero yo fui firme. Mi decisión estaba tomada. No me quedaría ni un segundo más en este l
ostura cuidadosamente construida. "La eligió a ella, Ale. Realmente la
o a través del teléfono. "En serio, Sofía, sal de
grimas corriendo por mi rostro. "Él
o único que importa! Vuelve a casa. Lo resolveremos juntas. Pero prime
razón. Yo era Sofía Garza. La novia a la fuga. La que estrelló un co
el dolor en mi corazón permaneció, un latido constante y sordo. Damián nunca volvió a mi habitación. Ni una sola vez. Julia, por ot
ncontró una laguna. Nuestro acuerdo prenupcial, meticulosamente elaborado por mi padre, hacía casi imposible que me fuera sin perde
se quedaba atrapada.
dosos, las fiestas más exclusivas, perdiéndome en un torbellino de luces parpadeantes, música vibrante y emociones baratas. Bailé hasta que me dolieron los pies, bebí hasta
sos y vacíos. Pedí otro tequila derecho, el quinto. Un joven apuesto, un bailarín profesional que había conocido
le, moviéndonos al ritmo pulsante. Era joven, vibrante y nada exigente. Era todo lo que Damián no era. Por un momento fu
Era libre. O al menos, intentaba serlo. Asentí, con una sonrisa desafiante en mis labios. "Tú guías"

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