o sobre la pantalla. "Terminé. T-E-R-M-I-N-É". Estaba fuera, verdaderamente fuera. Sentía el c

erdonarás?", preguntó ella, s

, Ale. No hay perdón para eso. Lo amé. Lo amé con todo lo que tenía. Pero también sé cómo alejarme

rvé por un momento, una extraña mezcla de lástima y desprecio arremolinándose dentro de mí. Parecía vulnerable, casi humano. Pero la imagen de él eligiendo a Julia, de é

caridad más exclusiva de la ciudad, un evento que Damián normalmente dominaría. Era una declaración de guerra, una declaración pública de mi libertad. Entré, con la cabeza en alt

o polillas a la llama. Sus cumplidos, su conversación ansiosa, fueron un bálsamo para mi ego

ces l

nadora gestándose en sus profundidades. La multitud de hombres a mi alrededor pareció encogerse bajo su mirada. Lo odiaba. Odiaba verme reír, ver

etérea con un vestido blanco vaporoso, su brazo entrelazado con el del padre de Damián, Federico. Le son

lgo parecido a la nostalgia, cruzando su rostro. Luego, le susurró algo a Federico, quien asintió gravemente, y Damián comenzó a mo

suavemente su brazo. Ella le sonrió, una sonrisa llorosa y agradecida. Parecían una pareja reunida, una trágica historia de amor q

l evento principal de la noche: un combate de esgrima competitivo. ¿El gran premio?

das ese jarrón? ¿El que siempre hablamos de encontrar juntos? Dijiste que sería el centro de mesa perfecto para

uro hogar. Nuestro futuro hogar. Era audaz, manipuladora. Sentí una oleada de adre

orprendiendo a los hombres a mi alrededor. Mi v

s abiertos de par en par por la alarma. Comenzó a caminar hacia mí, su vo

rostro. "Soy perfectamente capaz. ¿O tienes miedo de que gane? ¿Y entonces quién se llevaría el 'premio' p

ía, su preocupación, por una vez, sintiéndose genuina. O quiz

diente. "Olvidas que soy la que estrelló un convertible en una fuente. Un pequeño combate de esg

mano. Siempre había sido buena en esto, un pasatiempo de la infancia que mi padre había fomentado. Mis oponentes e

ra de Damián, fuera de los juegos manipuladores de Julia. Con cada estocada, cada parada, cada embestida calculada, se

re corpulento que me doblaba en tamaño, cayó ante mi

erdadera diosa!". Su atención, su asombro genuino, era embriagador. Era un marcado contraste con la posesividad sofocante de Damián, o la

terrumpió la adulación. "

peligrosa. No pidió. Ordenó. Los hombres a mi alrededor, intimidados por su abrumadora presencia, retrocedi

oria. "Gracias a todos", dije, dirigiéndome a los admi

no sujetando mi brazo no herido. "Dije

te contigo", siseé, zafándome del b

a. Mi herida anterior se había reabierto ligeramente. Su expresión se suavizó, un destello de algo parecido a la preocupación en su mi

z, de familiaridad, se agitó dentro de mí. Este era el Damián que me había protegido del accidente de c

o desdén, inundó mi mente. Era una farsa. Una actuación. Su pr

eocupación nunca dura, Damián. Siempre es temporal". Me di la vuelta y me alejé, con la espalda rec

cándome agua fría en la cara. Mi reflejo me devolvió la mirada, feroz y desafiante, pero con una persistente vulnerabilidad en mis ojos. Saqué una

los ojos entrecerrados, sus delicados rasgos torcidos en una mueca de desprecio. "Así que ganaste"

spejo. "Julia, por favor. No es

trofeo, haciendo alarde de tu victoria temporal. Crees que eres mu

mi voz peligrosamente tranquila. "Y tú perdiste. ¿Ese jarrón? Es mío. ¿El título de señora Ferrer? Ta

paso más cerca. "Pero solo eres una niña mim

esperada aferrándose al pasado. Un recuerdo desvaído tratando de hacerse relevante de

oso. "¡Maldita zorra!", chilló, abalanzándose sobre m

de mí. Nadie tocaba a Sofía Garza sin consecuencias. Agarré sus muñecas, retorciéndolas, y con un

ro, Julia", dije, mi voz baja y peligrosa. "Yo no juego. Y ciertamente no toler

de pie a trompicones, con los ojos entrecerrados. "No tienes idea de con quién estás tratando. Damián hará que te arrepientas de esto. Te hará pagar". Retrocedió, sus movimientos agitados, frenéticos. "