ví a casar con él, se sintió menos como una reconexión y más como una amputación cruel y prolongada. Ahora, después
Había arrasado nuestro apartamento perfecto, sus cosas perfectas, desesperada por borra
estra junto al mar. Su nota adjunta, garabateada con prisas, había profes
sado semanas en él, escondido en su estudio, saliendo con aserrín en el pelo y una sonrisa orgullosa
un libro de poemas que había mencionado casualmente que quería. Me lo presentó con un flo
a. Cada gran gesto. Vertí
ló, él la tergiversó. "Eres tan posesiva, Sofía", me acusó, con voz
ia". Una "hermana". La sola idea me revolvía el estómago. Desde su pueblo compartido
ue era. Una deuda, afirmaba, que nunca podría pagar. "Ella es como una hermana para mí, Sofía. Solo una hermana". Le creí. O, qu
sma peligroso. Incluso vi una foto nuestra, una antigua de nuestra boda, como fondo de pantalla en su teléfono. Una táctica
idad. Una oportunidad para que mi madre viviera. Fue, en cambio, una segunda forma de
la manipulación emocional que me forzó a volver a su vida. El amor que una vez sent
labra tierna de Leonardo, cada caricia, se sentía como una violación. Interpreté el papel de la esposa i
lvo, volvería a solicitar el divorcio. Esta vez, no me iría con las manos vacías. Ya había consultado con una abogada, una mujer
Pagaría. Entendería verdaderamente el significado de la pérdida. El precio que

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