ista de So
tas, una mezcla vertiginosa de trauma emocional y dolor físico por la quemadura en mi brazo. La
ecién nacida, su rostro no era dulce e inocente. Era el rostro de Karla, contorsionado en una mueca de desprecio, aferrando a mi bebé. Y luego, desde las sombras, emergió Ricardo, sus ojos fríos y calculadores, intercambiand
i cuerpo estaba empapado en un sudor frío, la quemadura en mi brazo palpitando con
cardo entrando a zancadas, su r
, su voz aguda-. Tienes alg
allá del miedo. Solo quedaba un odio crudo y ardiente. Me senté lentamente
? -pregunté, mi voz plana
dedos clavándose en la carne quemada. Me estremecí, pero no mostró remordimien
s por todas partes, muebles volcados. Y en el centro del caos, Camila estaba sentada en el suelo, sollozando incontrolable
El cachorro. El que Karla
usurré, mi voz
ista, sus ojos enro
perrito! -gimió, señalánd
cardo se contor
, Sofía? ¿Cómo pudiste la
z débil-. Estuve en mi habitaci
erro! ¡Estabas celosa! ¡Este es solo otro de tus arrebatos irracionales! -Me ag
vo. Culpándome de algo que no había hecho. Haciéndome d
-dije, mi voz ganando fuer
bur
laramente eres inestable. Ya he contactado al Dr. Evans. Es
abios-. ¿El mismo Dr. Evans que es amigo personal tuyo? ¿El
os bri
nthouse, bajo estricta supervisión. Sin contacto exterior. Sin teléfono, sin internet. Sol
o. Me estaba encerrando. Justo como lo había oído conspira
susurré, un destello de miedo fi
Y por nuestra... reputación. -Se volvió hacia los dos corpulentos guardias de seguridad que ahora
trolador. Y entonces, una extraña, casi serena calma se apoderó de mí. Es
mi garganta, un sonido desprovisto
oz escalofriantemente suave-. ¿Crees que puedes contr
a él. Sin otra palabra, volví a la habitación, con la cabeza en alto. Oí a Ricar
mí con un golpe definitivo. Oí el clic de la cerrad
ientes y silenciosas que corrían por mi rostro, quemando surcos en mi piel. Me deslicé hasta el suelo, mi respiración entrecortada, mi cuerpo sacudido
n ganado. Pensaron que me habían roto. Estaban equivocados. Cerré los ojos, imaginando el rostro
ía controlada. Escapar
ptop, todavía en la mesita de noche. Me había quitado el teléfono, pero n
eciso, comenzó a f
s de Karla. Interpreté el papel de la esposa angustiada y confundida, permitiéndoles creer que me tenían exactamente donde querían. Pero cada noche, escondida bajo
ugar. Mi ruta de escape. Mi nueva vida.
percibida. Camila dormía. Había sobornado a los guardias de seguridad, prometiéndoles
razón latiendo con fuerza, salí por la ventana, descendiendo lenta y cuidadosamente los quinc
ás. No dediqué una mirada a la jaula dorada que dejaba a
Mientras nos alejábamos, saqué mi viejo teléfono desechable, el que Ricardo no conocía. Inserté una
abía
a estaban comprados. M
El dolor sofocante, las mentiras interminables, la traición que había definido mi vida durante demasiado tiempo. Una extraña sensación de

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