lejandra
dormitorio de Agustín. Las cortinas, los muebles, el aroma a madera cara y un leve perfume de colonia, todo era exactamente co
a allí, sus ojos apartándose de los míos en el momento en que se encontraron. Un des
plana, desprovista de emoción-. Necesita descansar. Le lle
vida, que acababa de intentar ahogarme? La humillación era una herida abierta. Que
endureciéndose-, siempre te mete en p
que me hacía fuerte. Ahora era un defecto. Una razón para su crueldad. Sentí un escalofrío recorrer
eja. La avena humeaba, inocente e insípida. Caminé hacia la
, una imagen de delicado sufrimiento. Levantó la vista cuando entré, una so
spués de todo. Mi pobre bebé, ha sido un susto tan grande.
un accidente. Deliberadamente golpeó el tazón, enviando avena hirviendo sobre mi antebrazo. Un grito
una actuac
lastimarme! ¡A mi bebé! -se agarró el estómago
tro contraído por la rabia. Corrió al lad
n, mi amor?
dome con un dedo tembloroso-. Está tan celosa,
ntó de golpe, sus
da de veneno-. ¡¿Cómo puedes ser
ba pálido, mi
voz apenas un susurro-.
scuchando. Su rabia
rne viva. Me empujó fuera de la habitación, cerrando la puerta de un porta
poyé contra la pared fría, mi cabeza dando vueltas. Me remangué la manga. La quemadura estaba irritada, ya infectándose. Podía escuchar las pa
ogiendo el dolor agudo. Era una distracción, un escudo contra las heridas más prof

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