mín y un nueva se añadió a ellas. Aún un hilillo de humo se levantaba desde el cigarrillo moribundo cuando sacó otro de la cajetilla. Acarició con la punta sus labios rojos y lo dejó en el centro de
idea suya… —
la gravedad de las acusaciones en
volvió a sonreír dándole
en no comprende. — El po
una pronunciada vista de su escote, apagó e
acer algún movimiento en mi contra. Todas sus artimañas, son predecibles. Después de muchos a su l
inversiones millonarias, que dona miles de dólares mensualmente a obras de caridad. Un pilar de nuestra comunidad.
ando las puntas doradas de su cab
ctrica puede hacerle al cuerpo de un hombre? … — añadió el policía. — Sabe Dios, que
da sarcástica y volvió a saca
no es la primera vez que le ocurre. Se ve que eres nuevo en este pueblo y sabes muy poco de lo que hab
os labios para contener la sonrisa. — …es el coche de mi esposo… ese hombre tan honorable y querido, que dona mi
ó despacio. Sus tacones resonaron entre las paredes de la pequeña habitación mientras le daba la vuelta a la mesa recta
las piernas dejándole ver sus muslos a travé
odía sentir su mirada desnudándola poco a poco. Miró
suelo y se acercó despacio mirándolo
llamado a la oficina de tu jefe dónde te contarán que no eres leal a la justicia, y que no estás aquí para proteger y servir al pueblo. Desde el minuto en que acept
policía, que intentaba ma
e que me vea en la terrible necesidad de esposarla a la mesa durante e
rando de nuevo su reloj y tomó su lugar
ndo la carpeta amarilla que tenía delante y levantando la p
scucha? — murmuró ell
ijo? — pr
ó ella alzándose de nuevo y poniéndo
nzó a escribir
— Escribe eso también en tu pequeño archivo. El policía alzó la mirada, m
diato, firme ante su oficial superior; pero aquel hombre no se dignó ni siquiera a mirarlo. Extendió su mano hacia la rubia que apagaba el último cigarrillo en el cenicero rebosante de colillas y cenizas. Ella la tomro en mi
aminar hacia la salida, con su an