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Emireth, una joven adoptada por una familia adinerada, se enamora de su hermanastro Maximiliano, pero su relación es prohibida. Cuando queda embarazada de él, los padres de Maximiliano la castigan convirtiéndola en sirvienta y le quitan al bebé.
Emireth, una joven adoptada por una familia adinerada, se enamora de su hermanastro Maximiliano, pero su relación es prohibida. Cuando queda embarazada de él, los padres de Maximiliano la castigan convirtiéndola en sirvienta y le quitan al bebé.
Capítulo 01
Verano...
Solía ser nuestra estación favorita, porque las hojas de los árboles caían; disfrutábamos verlas alzarse en vuelo o sentirlas crujir bajo nuestros pies descalzos.
Reíamos, vivíamos al máximo cada día, como si fuera el último. Quizás nos confundimos en el decurso que a veces pareció detenerse en esos momentos en los que tus ojos se fijaron en mis labios, yo sonreía nerviosa intentando descifrar tus intenciones; pero sólo llegaba tu dulce caricia a mi mejilla, tu voz que hacía de lo demás superfluo.
El tiempo se convirtió en monotonía, lento y veloz con tu ausencia. Aún lloraba por las noches, durante el día; el transcurso era demasiado difícil sin ti. Pensé tirar la toalla, pero... ¿Cómo hacerlo, si después de todo tenía motivos para seguir?
Era difícil verlo y escucharlo decir mamá, llamar papá a quien realmente era su abuelo, doloroso tenerlo cerca y no poder expresarle lo mucho que lo amo. Siempre que tenía la oportunidad lo traía a éste lugar, y sentados en el columpio lanzábamos rocas al lago.
Adoraba ver esa complicidad entre los dos, comprender lo que otros no.
***
Desperté sudorosa, la tenue luz de la luna se colaba por la ventana entreabierta al descuido. Estaba tan cansada que debí olvidarlo anoche. Me quedé unos segundos observando el cielo de la madrugada apenas esclareciendo, el viento ligeramente frío acarició mi rostro, haciéndome temblar en mi lugar.
¿Por qué no estás aquí? ¿Por qué tuviste que irte y dejarme con éste enorme vacío?
No me percaté de que varias lágrimas descendían con travesura, mojando su camisa, una de las pocas cosas que tenía de él. Su aroma se había ido hace mucho de esa prenda de vestir pero lo que significaba para mí, seguía ahí, manteniendo vivo los recuerdos, su esencia conmigo.
Aun cuando las promesas se rompieron, la burbuja en la que vivíamos ese tarde explotó y la felicidad se desvaneció, había mucho de lo que fuimos alguna vez, en el presente.
Sé que en el suyo también.
"Eres mi ángel", leí el grabado en el brazalete que me regaló cuando era una pequeña, jamás me lo había quitado. Sentía que mientras más conservaba conmigo esos detalles que nos forjaron, él estaría cerca.
Siempre...
Observé con nostalgia la fotografía sobre la mesita de noche. Hacía varios años atrás que fue tomada, estábamos en la playa abrazados y con una enorme sonrisa en nuestros rostros. En ese momento solo tenía ocho y él trece.
Jamás lo olvidaría.
Odiaba que se acabase todo, nada debió terminar de esa manera; cometimos errores, pero el precio fue demasiado alto.
Aún seguía mirando sus ojos azules, esa sonrisa roba suspiros, sus labios. Podía sentir su tacto en mi piel, la manía que tenía de tomar un mechón de mi cabello y aspirar el aroma a flores que emanaba.
-*J'adore la douceur de tes cheveux, mon ange -me había dicho cuantiosas veces en el perfecto francés que sonaba tan etéreo de sí.
-Es sólo un champú, Max -le respondí dejando que acariciara mi coronilla. Suspiró juntando sus labios en mi frente, contagiándome de su risa vibrante.
-Lo sé, pero lo hace mi favorito el hecho de que seas tú quien lo use.
En realidad Maximiliano no sólo estaba en mis sueños, también en la realidad.
La que me pertenecía y me fue arrebatada.
"Si estuvieras aquí todo sería diferente".
Sí él estuviera presente en mi vida. El infierno no existiría y tal vez podríamos estar juntos, no lo sabría decir con certeza mucho menos cuando la vida se empeñó en ponernos demasiadas trancas y lo alejó de mí, aunque era el destino que había trazado.
Otra vez quería ponerme a llorar como una tonta. No podía dejar de pensarlo y esa noche al igual que las anteriores lo había hecho demasiado, lo extrañaba de una forma que no sabría explicar y mi corazón dolía cada vez que retrocedía atrás en mi cabeza y traía devuelta todos esos recuerdos que los dos forjamos de una forma especial y los guardamos al menos yo, lo había atesorado. Volví a la cama y me acomodé adoptando una posición fetal mientras trataba de conciliar el sueño, era difícil en esa situación porque la causa del insomnio se debía a mis pensamientos encaminados a su ser.
Lo echaba demasiado de menos.
Me dolía la ausencia de su sonrisa, de sus ojos, de la forma en que solía tratarme antes y después de lo que pasó entre nosotros. Entendía que su prioridad eran sus estudios y su formación profesional, pero no podía entender cómo pasaron tantos años sin que se diera cuenta de que cada día estaríamos separados. Yo no tendría a alguien a mi lado y él no me tendría a mí. Recordar que alguna vez me prometió que nunca me abandonaría, pero ahora se sentía así, como un abandono. No importaba cómo se llamara, él me había dejado.
Consciente o no, las lágrimas comenzaron a caer sobre mi almohada, testigo de noches interminables de llanto.
Cada noche era lo mismo, el dolor de su ausencia se intensificaba cuando la oscuridad de la noche lo inundaba todo y los recuerdos del pasado regresaban de una manera dolorosa. No era suficiente dormir con su camisa, necesitaba su presencia física a mi lado y que estuviera al tanto de lo que estaba pasando, aunque yo había actuado mal. Las consecuencias de nuestras relaciones fueron mucho peores de lo que hubiera imaginado. Nunca pensé que mis padres adoptivos, especialmente esa mujer, serían capaces de hacerme la vida un infierno por lo que hice.
Todos cometemos errores, no soy la excepción. También soy humana y fui tonta, no fui prudente y sé que no actué correctamente, pero merecía que él me diera una oportunidad. No merecía este trato hostil e indiferente de su parte. Lo que más me dolía era que el fruto de nuestro amor, nuestro hijo, me había sido arrebatado de una forma que destrozaba mi corazón.
Definitivamente no le deseaba esta situación injusta ni a mi peor enemigo, mucho menos a una madre.
Intenté dormir una y otra vez dando vueltas y vueltas sobre aquella colcha, acostumbrada a mis giros nocturnos pero no podía hacerlo, esta vez el insomnio había surgido demasiado fuerte y me ganaba. Ni siquiera la ardua jornada del día ayudaba, porque no importa cuánto cansancio hubiera en mi sistema, simplemente no ocurría la somnolencia. En estos casos lo mejor era levantarme de mi cama, salir de la habitación y dirigirme a la cocina por un vaso de agua y quizás sentada sobre un taburete llegara el sueño que tanto quería.
Sin embargo, debía pensar en las reglas de la casa y una de ellas era, que la servidumbre no tenía derecho a estar husmeando por allí cómo se le llamaba a eso. Parecía mentira que de un momento a otro había pasado a ser la hija adoptiva a una simple sirvienta a la que todos los días sin importar el daño que me ocasionara a mí, me hacía sentir como basura e inservible. Tampoco dejaba de repetirme lo idiota que había sido al enredarme con su hijo.
Me consideraba una cualquiera, incluso no dejaba de decírmelo en la cara.
Sin importar que alguien me viera por esas horas andando a través de la casa, dejé la cama y abandoné la habitación caminando rápidamente pero siendo cauta hasta la cocina. Una vez estuve frente a esa nevera, la abrí y me serví un vaso de agua lleno hasta el tope, aunque de todos modos no iba a ingerir todo ese líquido cristalino. Cómo pensé, me quedé sentada en ese taburete y miré un punto fijo en la pared mientras sentía el desborde de otras lágrimas rodar sobre mis mejillas tan rápidamente.
Parecía raro que no me había secado, tanto tiempo llorando no había servido para sacar hasta la última gota de lágrima que habitaba mi cuerpo. La necesidad de soltarlo todo, había estado allí demasiado tiempo y me carcomía y me dolía simplemente no sabía cómo parar.
Finalmente empecé a sentir los párpados cansados y bostecé un par de veces, así que lavé el vaso, lo dejé en su lugar y me cercioré de dejar la cocina como si no hubiera estado allí esa noche. Ya estaba de nuevo en mi cama y me acurruqué sobre la colcha, poco a poco el sueño fue rodeándome como una serpiente. Solo que esa a prisión se sentía demasiado bien ya que me alejaba de la realidad para caer en los brazos de la inconsciencia, que en mi situación me hacía demasiado bien. Ya no sabía del mundo, ni de la maldad de todo lo que vivía, era yo y mis sueños.
Sin embargo la pregunta rebotaba en mi cabeza una y otra vez torno a lo sucedido, respecto a ese joven que había robado mi corazón y se llevó la mitad con él.
¿Qué pasaría si no fuera un sueño?
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