El empedrado de la ciudad de Murra Kish estaba húmedo por la garúa matutina, los toldos de color verde musgo estaban extendidos, lo que indicaba que los comerciantes estaban por abrir sus negocios. Agitando mi mano para no detenerme, saludé a los que me vieron pasar mientras disfrutaba los diferentes aromas: las flores de la señora Amira, el café del señor Mohamed y el pan de Hassan; amaba las mañanas, en especial, las húmedas y frías.
Mi mente volvió al trabajo y recordé que debían estarme esperando. Apuré el paso, pude ver a los estudiantes impacientes y al público en general haciendo fila. Miraban de un lado a otro, y cuando vieron a mi silueta asomarse en la delgadez de la calle, se juntaron en la entrada. Sentí un alivio: atravesé la plaza corriendo y levanté la tapa de mi bolso para sacar el pesado aro de hierro de donde colgaban las tres llaves del mismo material.
El choque de nuestros cuerpos me dejó sin aire. Salí disparada hacia atrás, volando directo al suelo. Mientras intentaba resistirme, alcancé a ver a unos llevarse las manos a la cabeza y a otros taparse el rostro. Aquellas imágenes me hicieron sufrir antes de lo inevitable: recibí un golpe seco contra la piedra que me dejó inmóvil, extendida en el suelo, mirando al cielo y tratando de asimilar lo que me había sucedido.
El impacto inicial fue tan inesperado que ni siquiera lo vi venir. Supuse que era un hombre por su altura y peso, pero no pude afirmarlo.
Un curioso joven corrió hacia mí, se quedó a mi lado, buscaba algo con la vista y luego corrió, alejándose de la escena. Una chica me dio la mano para levantarme y yo tomé impulso. De pie, me di cuenta de que mi bolso no estaba a mi lado. ¿Me habían robado?
-Mi bolso, ¿lo has visto? -interrogué a la chica mientras colocaba mis manos sobre sus hombros.
-Un hombre corrió con tu bolso y el chico fue detrás.
-¿Cuál chico?, no puedo perder mi bolso, lo que llevo allí es irremplazable. ¿Por dónde se fueron?
-Cruzaron por aquella calle -indicó la joven con angustia.
Corrí en esa dirección y cuando estaba por doblar en la esquina de la panadería el chico venía con mis pertenencias.
Caminamos juntos, sin hablar, recuperando el aliento, hasta la gran puerta antigua.
El muchacho se quedó detrás de mí con los demás, mirando la maniobra que yo ejecuté de manera mecánica y notó que mis pequeñas manos encajaban las llaves en las cerraduras con un orden en particular. Sentí el peso de su mirada y su respiración cerca de mi espalda, pero sin dudar continué, solo después de que estaban las tres llaves en sus orificios correspondientes comencé a girarlas una a una, de arriba a abajo.
-¿Qué pasa si empiezas por la de abajo? -la pregunta me causó gracia y extrañada por su capacidad de observación, volteé a ver de quién se trataba.
-Nunca antes me habían hecho esa pregunta. Supongo que no abren los cerrojos, la verdad es que no lo he intentado. Es una puerta tan antigua que prefiero no correr el riesgo y hacer justo lo que me enseñaron.
Algunas personas rieron, otras lo consideraron un abuso del entrometido muchacho.
Cuando se abrió la puerta, entré para encender las luces y los equipos, dejando unos minutos en espera al público. Cuando estuvo listo mostré cortesía con cada quien al pasar por el torniquete de seguridad. El último en entrar fue mi salvador.
-¿Cuál es tu nombre? -preguntó-. Yo soy Alfonso.
-Hola, me llamo Fátima. ¿Eres nuevo en la ciudad?, no te había visto.
-La historia es larga, vengo de otro país, se llama Blâwerenstein, me acabo de graduar de historiador.
-¿Y qué haces en la ciudad?
-Investigo sobre libros y rescato a chicas en apuros.
Ambos sonreímos.
-Has llegado al lugar perfecto, esta es la biblioteca más antigua del mundo. Apuesto a que encontrarás más obras de lo que puedas imaginar -abrí mis brazos señalando la grandeza del lugar-. Cambiando de tema: iba a darte las gracias, pero todo fue tan rápido -susurré.
-No te preocupes, casi se me escapa el ladrón, pero corro rápido. En cuanto al libro busco uno en especial, pero iniciaré dando un vistazo rápido a lo que tienes a la vista.
Alfonso caminó entre los estantes zigzagueando como quien no sabía decidir por dónde empezar. Al poco, regresó al mostrador donde tecleaba apresurada información en la computadora.
-No quiero nada de lo que tienes para el público, estoy detrás de un libro muy antiguo. ¿Dónde queda esa sección?
-No puedo ayudarte con eso, existe un área especial para resguardar ese tipo de obras, manuscritos y otras colecciones que por su valor histórico están bajo la cuarta llave. Nadie puede entrar allí.
-Me preguntaba exactamente eso, ¿por qué abres con tres llaves si estamos en la biblioteca de las Cuatro Llaves? Me pareció contradictorio, solo que no quise ser molesto con otro de mis comentarios.
-Parece que eres muy hábil ¿Te gustan los juegos de palabras?, o ¿simplemente viniste a cuestionar cualquier cosa para sacar conversación?
-Las dos cosas -afirmó sonriendo-. En seis meses debo viajar a Londres para iniciar la Maestría y no puedo hacerlo a menos que pueda corroborar si ese libro existe y cuál es su contenido.
-Si me das una pista puede que te oriente. ¿Qué maestría quieres cursar?
-Maestría en Magia y Ciencias Ocultas -indicó con orgullo.
-Calla, no lo vuelvas a repetir. Esos temas están prohibidos. Definitivamente, aquí no está lo que buscas, pierdes tu tiempo.
-No seas radical, según el seguimiento que vengo haciendo años, un mercader lo trajo hasta acá en el siglo IX.
-No es posible, nadie traería un libro prohibido para nuestra tierra. No tiene sentido.
-Lo tiene, precisamente porque está prohibido. El mercader lo adquirió para sacarlo de circulación, quería enterrar el conocimiento que contenía para siempre. Era la única manera de garantizar que nadie lo leyera. Tenerlo bajo custodia.
-Mejor lo hubiese destruido, no tiene sentido.
-El libro tiene secretos valiosos, lo guardó porque quizás un día pudiera serle útil a alguien. ¿Comprendes?
-Me estás confundiendo, ¿sabes que si alguien te escucha voy a estar en problemas?
-Necesito saber si existe, quiero tenerlo en mis manos.
-Conmigo no cuentes para eso, soy quien custodia el saber que aquí reposa. Sigo instrucciones de los que ocuparon el cargo antes y no pienso salirme de la línea.
-No te voy a comprometer en nada, apenas estoy siendo sincero.
-Entonces, anda a revisar lo que disponible y déjame trabajar, ¿sí?
-De acuerdo, te dejo en paz si aceptas comer algo en la tarde y que tomemos el té. Luego te doy más detalles, fuera de tu lugar de trabajo.
-De acuerdo, te alcanzaré luego de cerrar la biblioteca.
-Te voy a esperar donde el sol corona el obelisco, justo antes del atardecer.