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Gemas de Poder

Gemas de Poder

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¿Qué pasaría si despertaras de una espantosa pesadilla recurrente, siendo el centro de un ritual que tu familia hace a escondidas? A lo largo de su vida Samantha había creído ser una adolescente corriente e incluso estereotipada, pero después de aquella noche su familia no tuvo más opción que explicarle quién era en verdad: una persona con gran energía interna capaz de manipularla a su antojo. Con la idea de normalidad esfumándose en un mundo que se ponía de cabezas, Samantha debe ser fuerte y luchar para pasar inadvertida pues esa será la única forma de resguardar a su familia y a ella misma de aquellos que se hacen llamar sus amigos y protectores.

Capítulo 1 1991

—¡No me interesa! No puedo con esta situación –gritaba Dillas.

La saliva salía enfurecida de su boca, mientras una cantidad generosa comenzaba a acumularse en la comisura, haciendo que se viese como un verdadero perro rabioso.

—Te va a escuchar, por favor –le dijo su esposa Thaly reafirmando una súplica.

—Nunca me dijiste que así serían las cosas, jamás me lo contaste —respondió él tratando de bajar la voz.

—No tenía manera de saberlo, ¿crees que no te lo diría? Yo no... –tartamudeaba Thaly sin que pudiera salir de su garganta esa explicación.

Pese a eso, Dilas no cedía.

—Ya basta con todas esas mentiras y estupideces: ¡Tú me mientes! Tenías que saber en lo que ella se convertiría.

—Ella no se ha convertido en nada, puede ser solo…

—¿Solo qué? –interrumpió Dilas Séllica con voz casi suplicante.

Con esa pregunta reinó el silencio en la habitación. Dilas imploraba una esperanza que lo sacara de la oscuridad donde se encontraba sumergido, pero Thaly no podía darle esa luz que lo rescatara. En el fondo de su corazón ella deseaba decir lo que él quería escuchar, pero pensaba más rápido de lo que hablaba y no era fácil revelarle aquello. Estaba tratando de armar frases para darle paz, o mentirle, pero después de tantas farsas sostenidas por tanto tiempo su consciencia desechaba la posibilidad. Se habían agotado los engaños.

Po eso, cuando vio su cara contraída con desespero, su frente perlada de sudor y sus mejillas húmedas de lágrimas sin poder reconocer si eran de tristeza o de rabia, Thaly respiró profundo y abandonó todas sus creencias de honestidad y verdad una vez más. Intentó contagiarle sus esperanzas, comprar un poco de tiempo tal como lo había hecho antes.

—Tenemos que esperar Dilas, por favor, veamos cómo se desenvuelven las cosas.

Tomó las manos de su esposo pese a la reticencia y subió con deliberada lentitud por sus brazos sintiendo el cosquilleo de sus vellos en la punta de sus dedos; acarició los codos, ásperos de tanto sol; llegó a sus hombros anchos y fornidos, esos que tanto tiempo la hicieron sentir segura, y allí con esa cercanía que no tenían desde hace tanto tiempo le susurró con aliento cálido sobre su rostro:

—Por favor Dilas.

Tras un segundo la duda cruzó la vista de Dilas y sus músculos se relajaron, sus ojos perdieron su destello animal y recobraron la humanidad pero, apenas Thaly pensó que había conseguido su objetivo, su semblante se endureció con rapidez.

—¡Suéltame, no me toques! —dijo sacudiéndose de las manos de Thaly— ¿Crees que no sé lo que haces? Sé muy bien que juegas con mi mente y haces que olvide pero ya basta, esto no puede durar más tiempo, está acabando conmigo.

Thaly podía palpar el dolor que lo embargaba, él estaba perdiendo la cordura justo delante de ella y ya no había nada que hacer.

Con sus brazos caídos y gran pesadez en el estómago, Thaly supo que era tan grande su amor por él que deseó apartarse para no verlo sufrir y así todos los años vividos con Dilas acabaron en ese momento.

Era cierto que ella lo manipulaba pero creía con fervor que lo hacía por su bien y por su felicidad, ahora en su mirada había entendido que estaba alargando la aceptación de una inevitable verdad: Dilas ya no la amaba y sus evasivas solo hicieron que el poco amor que quedaba, se acabara.

—Aléjate de mí y llévate a tu hija contigo —sentenció Dilas con amargura.

Esa frase lastimó a Thaly, la cólera en el «tu» exprimió el rechazo de la paternidad y sus diez años de relación se quebraron dando paso a la soledad.

Desesperada insistió en salvar algo de amor paternal para Samantha diciendo:

—Nos iremos, pero entiende que no es culpa de Samantha, ella es y seguirá siendo tu hija.

—No, ella no es mi hija. Ella… Eso no salió de mí.

—Dilas... —lo llamaba Thaly suplicando mientras él se alejaba.

Se dirigió hacia el estudio donde dormía desde hace más de seis meses y trancó la puerta con tanta fuerza que los cuadros y fotografías de la pared temblaron haciendo caer una de ellas. El cristal se agrietó en múltiples pedazos, distorsionando las caras felices de la pareja con su pequeña niña de cachetes regordetes y rosados, que se empeñaba en agarrar a la persona que tomaba la foto.

Y así, sin una palabra más, cesaron las peleas en el pequeño apartamento de la Calle Saint Raph.

***

Más tarde esa misma noche, iba caminando una mujer alta de piel morena y cabello largo muy negro con sus jeans azules de pull & Bear ajustados a su cintura y una camisa blanca Zara que parecía flotar con cada paso que daba. Arrastraba con una mano una maleta de apariencia muy pesada y con la otra sostenía a una niña con un morral en su espalda.

Samantha tenía ocho años, era pequeña para su edad y siempre lo sería, su cabello negro con suaves rizos estaba recogido en una coleta apresurada en lo alto de su cabeza. Se parecía a su mamá, compartían el mismo cabello negro pero en Samantha resaltaba con un brillo azulado, mientras que en Thaly el brillo era rojizo. El caminar ligero, simple y con cierto contoneo también las asimilaba. Ambas tenían piel blanca solo que Thaly tenía pecas que adornaban su nariz y mejillas y Samantha no. La diferencia entre ellas se notaba en sus ojos, los de Thaly eran negros, profundos e intensos y los de Samantha eran color caramelo, suaves y delicados como los de Dilas, capaces de expresar hasta la más mínima emoción a quien los detallase.

—Sami no llores, nos irá bien —dijo Thaly mientras le apartaba el cabello de la frente.

—Estoy llorando porque tú estás llorando —le respondió Samantha mintiendo.

Samantha había aprendido a fingir, fingía que no escuchaba las discusiones de sus papás o que dormía mientras su madre sollozaba en la sala, fingía que no sentía el desprecio de su papá cuando ella se acercaba y, sobre todo, fingía que no se sentía culpable de que las cosas en casa hubieran empeorado. Era muy buena fingiendo siempre que no le preguntaran pues no sabía mentir y ni se molestaba en intentarlo.

Esa noche, Samantha fingía que no le importaba dejar atrás a su papá y desvió la atención con una pregunta.

—¿Cómo sabes que nos irá bien? –dijo con un hilo de voz temeroso.

Thaly miró al cielo como buscando la respuesta en las estrellas, suspiró con profundidad para llenar cada espacio de sus pulmones y después de soltar el aire con mucha lentitud, le respondió.

—La verdad es que no lo sé Sami, pero espero que nos vaya bien. Hoy nuestras energías dispusieron que debiéramos cambiar de rumbo y eso es lo que haremos. A veces las cosas no salen como se quiere, pero eso está bien.

Thaly también era buena fingiendo que estaba tranquila o que aceptaba el designio que acababa con los mejores años que había vivido. Fingía que no le aterraban los días que estaban por venir, sabiendo con una seguridad pavorosa que no tendría la fuerza para sobrellevarlo.

—¿Nuestras energías? –insistió Samantha incrédula del destino.

Ella no creía que lo sucedido fuera una consecuencia de esa Ley de la Atracción de la que siempre hablaba su mamá y aunque hubiese creído en la energía de atracción, la respuesta vaga e imprecisa que le dio Thaly no era lo que esperaba y eso comenzaba a inquietarla.

Thaly seguía tan absorta en su cadena de pensamientos que ignoró la sutil burla en la pregunta de su hija. Entonces, con la mirada clavada en el piso y el sonido de las ruedas de la pesada maleta de fondo, le respondió.

—Hija, desde que el mundo existe no hay casualidades ni coincidencias, las cosas pasan porque nuestras energías mueven nuestro alrededor sin siquiera notarlo, son ellas las que modifican el rumbo de la humanidad, muchos lo llaman destino, en cualquier caso no podemos luchar contra él porque solo nos quedará el cansancio y la tristeza de saber que la batalla estaba perdida antes de empezar. Lo que hoy ha ocurrido ha sido por la energía que emanamos —afirmó Thaly mientras volteaba a mirar a Samantha—, tú y yo debemos seguir avanzando en un camino distinto al de tu papá, solo deseando que en algún momento nuestras energías puedan atraernos y volvamos a encontrarnos con mejores resultados.

Samantha escuchaba atenta como la adulta prematura que siempre demostraba ser. Era una niña avanzada para su edad en diversos aspectos y niveles, salvo en su tamaño físico. Entendía a la perfección todo lo que su madre decía, incluso lo que escondía debajo de esas palabras: la resignación cuando no hay más nada que hacer. Sin embargo, no lo aceptaba y por esta razón preguntó:

— ¿Y dejaremos todo atrás?

Esta vez Thaly no respondió de inmediato, se tomó una pausa cuando comenzó a sentir la agonía de dejar atrás al amor de su vida por quien cambió todo lo que conocía. Thaly adoraba a Samantha, pero más amaba lo que ella provocaba en Dilas, cómo a él le brillaban los ojos de tan solo con escuchar su respiración y cómo se desbordaba de amor en cada gesto que le ofrecía, así que cuando ese amor se convirtió en miedo Thaly sufrió sabiendo que un corazón roto no se cura y menos cuando es tu propia hija quien lo rompe.

—Si —le respondió por fin a Samantha—, aunque nos duela debemos dejarlo todo atrás y entender cuando la lucha está perdida porque seguir allí o regresar podría ser peor. También se gana rindiéndose, mientras no se pierda el propósito y mi propósito eres tú, por eso no te perderé y no me rendiré contigo nunca.

Thaly se aferró a esas palabras de fortaleza que acababa de decirle a su niña. Quería que se acrecentaran en su interior y le inyectaran la energía necesaria, pero con cada paso que daba en la oscura y fría noche sus fuerzas flaqueaban así como sus cansadas piernas. Luchaba por no caer de rodillas y llorar y lo estaba logrando gracias a la pequeña rompedora de corazones que sujetaba su mano con firmeza. Mientras tanto en su mente se atravesaban como flechas los recuerdos del padre amoroso, cariñoso y ejemplar que fue Dilas en algún momento, notando que fueron esas memorias las que la hicieron seguir luchando por mantener su quebradiza familia y que Samantha siguiera llamando a Dilas «papá» en las pocas ocasiones en que él permitía que ella se le acercara.

Habían llegado a una pequeña plaza después de caminar en silencio, unos cuantos minutos más. A Samantha los banquitos verdes le hacían recordar los días cuando caminaba con su padre de regreso del Colegio con su mano sostenida a la de él e intercambiaban sus tiernas miradas. Apartó rápido ese pensamiento de su cabeza, algún día lloraría por su padre pero no sería esa noche, sabía que su mamá necesitaba ver su fuerza.

—¿Y cuál es mi propósito? —preguntó Samantha para mantener distraerse de sus recuerdos.

Thaly colocó la pesada maleta con un sonido bastante estruendoso en el piso, se sentó con pesadez en el banquito y dando palmaditas a su lado le indicó a Samantha que la acompañara. En cuanto ésta se sentó, se arrimó a su lado y le brindó su calor envolviéndola con su abrazo.

—Algún día lo descubrirás, para eso tenemos un par de años. Pero hasta que eso pase descansa un poco mientras los abuelos llegan.

Thaly pasó su mano sobre el rostro de su hija y comenzó a acariciarle el cabello, tomando un mechón y enredándolo con suavidad en sus dedos. A Samantha le pareció curioso que su mamá dijese «un par de años», lo consideró muy específico y le dejo cierta intriga rondando su cabeza pero sus párpados comenzaron a pesarle demasiado, las caricias de su madre le dejaron ver cuán cansada estaba, aunque a fin de cuentas no se sorprendía pues no había dormido mientras escuchaba la pelea que ponía fin a la historia de sus padres.

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