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Isaac Alexander, el CEO de una compañía de inversiones en auge, se enfrasca en una rutina poco convencional. A través del ventanal de su oficina puede observar a una hermosa y sexy mujer que trabaja todos los días en el edificio de enfrente. Lo que comenzó como una rutina de platónica contemplación, se va tornando día tras día en un problema para Isaac, quien deberá ponerle solución al torrente de sensaciones que crecen en su interior cada vez que ve a la dueña de las hermosas piernas en las que desea perderse. ¿Podrá el señor Alexander hacer sus sueños realidad?
-¡Jefe! ¡¿Se encuentra bien?! -menciona Tom en cuanto cruza por la puerta y ve la mano ensangrentada de su jefe.
En el alfombrado suelo de la oficina se pueden observar los fragmentos de cristal esparcidos bajo la sangre de Isaac Alexander.
El CEO de la compañía, para la que lleva trabajando dos años, no parecía reaccionar ante sus palabras, pero, Tom podía intuir que el señor Alexander había presionado una copa de vino vacía con tanta fuerza, que esta se quebró en su mano, y ahora el piso de la oficina era un completo desastre.
El extraño escenario se había suscitado segundos atrás, mientras él terminaba el último informe del día.
Tom escuchó una maldición que sonaba al señor Alexander, así que corrió hasta la oficina y lo vio de pie frente al gran ventanal.
Ver la mandíbula tensa de su jefe, junto con la forma en la que empuñaba su mano sana, le hizo comprender a Tom que debía moverse en silencio.
Sintiendo un poco de pánico por la sangre que goteaba de la mano de su superior, el muchacho corrió en búsqueda del botiquín de primeros auxilios que se encontraba en el baño privado del CEO.
Tom podía escuchar al señor Alexander respirar profundo y pesado mientras era atendido por él en completo silencio. Él no se atrevería a preguntarle el motivo por el que su mano terminó pagando las consecuencias de su furia.
Tom terminó la tarea de quitar los fragmentos de cristal, limpiar las heridas y vendar la mano con paciencia. Tomó los implementos de curación y se marchó, dejando atrás a un taciturno señor Alexander que probablemente maquinaba una solución para aquello que lo hizo perder los estribos minutos atrás.
─── ❖ ── ✦ ── ❖ ───
Isaac Alexander había perdido la cuenta de cuántas veces: resopló, se removió en su asiento, se puso de pie, volvió a sentarse y repitió el proceso una vez más.
Se sentía frustrado, furioso y decepcionado.
Él era consciente de que no le correspondía sentir aquella bilis acumulándose en su estómago gracias al espectáculo que presenció esa tarde desde el ventanal de su oficina.
Isaac ahora poseía en su mente una perfecta representación gráfica del dicho: «La curiosidad mató al gato».
Tenía bastante sentido para él, considerando que en esta ocasión, era ese maldito gato con mala suerte.
El comprar binoculares para poder mirar a detalle al bombón de cabello oscuro -y hermosas curvas- que trabajaba al otro lado de la calle, era cruzar una línea muy peligrosa.
Y vaya que acababa de pagar el precio.
Tener que presenciar como la mujer de la que llevaba obsesionado más de dos semanas; era desvestida y acariciada por un superior de la compañía en la que trabajaba, era una experiencia anticlimática.
La curiosidad por ver aquellos seductores labios rosas y carnosos -abiertos en una perfecta «O» mientras se la follaban contra el escritorio- le impidieron apartar la vista, y en su lugar, observó el vaivén de sus hermosos y delicados pechos meciéndose para el placer de los ojos que lo observaban a centímetros de distancia.
Isaac sintió como la bilis subía por su garganta una vez más, y maldijo su falta de determinación para ir hacia ella e invitarle unos tragos.
¿Y qué si tenía novio?
Quizás, el idiota que se la está follando era solo su amante.
En ese caso, sería aún más sencillo señalar el camino hacia su cama.
El dolor en su mano le recordó cuán importante era no involucrarse demasiado con una mujer.
No permitiría que un inconveniente como ese le restara puntos a su determinación.
Ella sería suya, ahora más que nunca.
Isaac planeaba darle la follada de su vida. Ella lo disfrutaría tanto, que olvidaría el nombre de cualquier otro cabrón que la haya tocado antes que él.
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