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Gardenia (inclou El príncipe que no tuvo su final feliz)

Gardenia (inclou El príncipe que no tuvo su final feliz)

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Acerca de

Contenido

"Tessandra Winter no tiene una vida nada fácil. Durante el día es una simple universitaria, una chica normal, pero de noche trabaja en un club nocturno para pagar el tratamiento de su hermana pequeña, enferma de leucemia. Las cosas ya son bastante complicadas de por sí, pero todo empeora cuando conoce a Dan Adams, uno de los chicos más populares y mujeriegos de la universidad. Sin duda, un chico muy peligroso... Aunque Tess luchará con todas sus fuerzas por no caer en sus redes, la atracción que existe entre ambos es muy fuerte. Pero cuando la verdad salga a la luz su mundo se desmoronará y Tess y Dan deberán decidir si tienen en su corazón un hueco para el otro. ¿Qué harías cuando lo prohibido es la única salida? Ganadora en los Premios Watty 2014 (no oficiales) en la categoría «ChickLit: Lo más popular»"

Capítulo 1 1

No te amo como si fueras rosa de sal, topacio o flecha de claveles que propagan el fuego: te amo como se aman ciertas cosas oscuras, secretamente, entre la sombra y el alma.

Te amo como la planta que no florece y lleva dentro de sí, escondida, la luz de aquellas flores, y gracias a tu amor vive oscuro en mi cuerpo

el apretado aroma que ascendió de la tierra. Te amo sin saber cómo ni cuándo ni de dónde, te amo directamente sin problemas ni orgullo: así te amo porque no sé amar de otra manera, sino así de este modo en que no soy ni eres, tan cerca que tu mano sobre mi pecho es mía, tan cerca que se cierran tus ojos con mi sueño.

Soneto XVII de Pablo Neruda.

Prefacio

Estaba hincada frente a la mesita de la casa, mis rodillas do lían, no quería moverme porque observaba a mi hermana cepillar el cabello de Morgana, no había un solo juguete en la casa que no tuviera nombre.

Había decenas de muñecas en el estante de nuestro cuarto, algunas usaban vestidos hermosos, otras hablaban, pero ella amaba a su pequeña muñeca de trapo, aunque fuera la más fea de todas. Mamá decía que Lilibeth era el tipo de persona que veía la hermosura de algo que otros podrían etiquetar como desagradable. Muchas veces quise ser un poco como ella, a pesar de que Lili aseguraba que quería ser como yo. No lo entendía, yo no era capaz de encontrar luz en las penumbras, me enfocaba en las cosas oscuras porque estaba sumergida en ellas.

No sabía por qué a una persona tan valiosa le había tocado vivir una prueba tan complicada. No comprendía por qué a alguien que veía cosas buenas, le había tocado vivir las malas.

Nunca pude aceptar que le diagnosticaran leucemia.

Cuando traspaso el umbral, el conocido pasillo me hace soltar todo el aire que estaba conteniendo en mis pulmones, lo cual es extraño ya que este sitio no es mi lugar favorito, más bien es todo lo contrario, si pudiera me largaría y no volvería jamás; pero se siente familiar y me alivia de alguna forma.

Nunca he sido una cobarde y sé defenderme, pero andar sola por las calles a altas horas de la noche no me gusta. Siempre tengo que estar alerta, prestar atención a los sonidos y sombras, nunca sabes si hay alguien a tus espaldas listo para atacarte. Todas las noches es la misma rutina, todavía no logro adaptarme y no sé si pueda acostumbrarme algún día.

Estabilizo mi respiración agitada antes de seguir caminando, las paredes están tapizadas de terciopelo negro —como casi todo el club—, hay pequeños candelabros empotrados en la pared, parecería una cueva oscura si no fuera por la tenue luz de color rosado que le da cierto aire de inocencia a un lugar que no guarda más que sexo, drogas y alcohol.

Hay chicas con las tetas al aire caminando de un lado a otro sin pudor alguno y algunas están en ropa interior; seguramente acaban de bajar del escenario. Hay otras chicas que aguardan en el pasillo, sentadas en los sillones de cuero que están pegados a las paredes, esas llevan trajes muy elaborados, tanto que podría tratarse de una fiesta de disfraces. Veo corsés elegantes, guantes hasta los codos, plumas, medias de red, ligueros y tacones casi tan altos como los rascacielos.

Sumergida en mis pensamientos, me dirijo hacia mi camerino y enciendo la bombilla, aquí sí hay luz blanca y potente. Cierro la puerta detrás de mí, voy directo al ropero de madera negra y me asomo dentro. Ahí está mi vestuario de hoy justo como cada viernes, si en algo se caracteriza este club es en ser el más lujoso, pomposo y caro. Aquí la gente derrocha cantidades exageradas de dinero para ver un gran espectáculo erótico, por lo tanto, cambiamos de traje cada fin de semana. Me pregunto cuántos habrá en la bodega, pero es imposible estimar una cantidad.

Cada chica tiene su estilo, nuestro jefe se apega mucho a él a la hora de comprar mercancía o seleccionar la música que bailaremos, por algún motivo los clientes disfrutan que cada una tenga una personalidad, pueden buscar lo que les gusta entre todo el catálogo. Es algo más que solo sentarte a ver cómo bailan desnudas un par de mujeres.

Deslizo hacia abajo el cierre del porta trajes. En esta ocasión llevaré un precioso corsé negro con finas líneas plateadas y botones del mismo color en la parte delantera, así como ropa interior a juego y un que otro accesorio.

Me desnudo, dejo mi ropa perfectamente doblada sobre el tocador. Me pongo unas delicadas bragas de encaje y el sostén. Acto seguido, me dejo caer en un taburete de cuero.

Con movimientos gráciles me pongo mis medias negras de red, mi blanquecina piel se colorea de color oscuro. Hay muchas cosas que quisiera estar haciendo en este momento, cualquier cosa estaría bien para mí, sin embargo, estoy aquí, atrapada. Es muy jodido, pero no soy el tipo de chica que se revuelca en la autocompasión, hay que hacer lo que hay que hacer y listo, no hay más, no puedo perder el tiempo lamentando mi destino y lloriqueando en los rincones, aunque debo de admitir que de vez en cuando es difícil guardar la compostura y fingir que no me afecta hacer algo que me causa repugnancia, si lo repito lo suficiente tal vez me lo crea.

Me abrocho el liguero y cierro las pinzas en el borde de las medias. Luego prosigo con el corsé, me cubro el torso, aprieto los cordones hasta que este se aferra a mi cintura como una segunda piel.

Cuando termino lanzo un suspiro que se pierde por la música estridente del club, ese ruido no impide que escuche cómo alguien toca la puerta desde el exterior, me sobresalto. «Toc, toc», y ya sé quién es.

—¡Tessy! Te quiero en el escenario en cinco minutos —dice una voz masculina, ronca y muy familiar.

—Ahora voy, Sawnder —digo, prestando más atención a mi reflejo.

—Tenemos lleno hoy, hermosura —suelta antes de marcharse.

Sawnder Smith es mi jefe y el dueño de la famosa cadena de bares The Garden, por lo que sé, su padre le heredó el negocio.

Tiene una gran cantidad de clubes nocturnos en Estados Unidos, desde Washington hasta Florida y de California a Maine. Es un exitoso benefactor de muchos sitios en Las Vegas y planea extenderse hacia España y México. Aun no comprendo qué hace viviendo en lugar tan pequeño como Hartford, pero Sawnder siempre evita hablar sobre su vida personal. Lo entiendo, conozco ese sentimiento, si te aferras a lo que te importa tal vez este mundo no sea tan real.

A pesar de los muchos rumores que hay por ahí sobre él, mi jefe es una buena persona y un gran amigo, siempre dispuesto a brindar las dos manos si lo necesitas, se esfuerza para que nos sintamos cómodas. Nos trata como si fuéramos una familia, eso es lo único que me hace sentir menos miserable cuando estoy aquí.

Melancólica, me aplico labial escarlata y trato de no llorar porque el maquillaje no puede arruinarse ahora. No, claro que no, ¿quién querría ver eso? Todos aquí pagan por ver el lado lindo, o no ver en absoluto.

Me acomodo el corsé por última vez, ajustándolo en las partes adecuadas, al igual que mi cabello castaño que cae en ondas curvándose sobre mis senos, por último, coloco mi delicado antifaz decorado con una fina línea brillante en el contorno de los ojos; las plumitas del extremo amenazan con doblarse, así que, rápidamente, les rocío fijador para que se queden quietas.

Una vez lista, me dirijo a la puerta y salgo al pasillo, lo recorro pisando fuerte mis tacones de plataforma, a pesar de que me tiemblan las rodillas. Me posiciono detrás de la cortina, solo tengo que esperar mi señal. Unos minutos después, la canción de Gina termina y el lugar es inundado por decenas de aplausos, billetes y palabrotas.

Pasa a mi lado, su mueca de desagrado me hace carcajear.

—¡Qué carita!

—¡Está lleno de estúpidos! —gruñe furiosa—. Creen que pueden tocar, ¡imbéciles!

Sí, bueno… Esa es una batalla con la que tenemos que lidiar. Entiendo su enojo como en carne propia porque yo también vivo lo mismo, tengo que esquivar las manos pegajosas que buscan adherirse a mi piel.

Georgina me da una mirada que pretende darme ánimos y toca mi codo de manera fraternal. Su tez trigueña me da un poco de envidia, luce como una amazona. Es alta, de ojos más negros que la noche, curvas por todas partes e inteligente a pesar de su falta de estudios. A los quince años quedó embarazada y tuvo que ingeniárselas sola pues sus padres y su novio decidieron darle la espalda, es madre soltera de un lindo niño de seis años.

Se va dando zancadas largas, la miro hasta que desaparece en el interior de su camerino. Regreso la mirada y me doy cuenta de que los ojos pardos de Finn me observan desde el escenario, lleva el cabello rubio amarrado en una coleta, su contextura robusta lo hace parecer más grande de lo que en verdad es. Asiento con la cabeza indicándole que estoy lista. El adolescente esboza una casi imperceptible sonrisa y empieza a bromear con el público.

No sé de dónde salió este chico, solo sé que un día Sawnder llegó con él y nos dijo que era importante tratarlo bien porque había sufrido mucho en su vida. Él nos trató con respeto desde el primer momento, incluso toma el papel del hermano mayor sobreprotector y tiene los ojos bien abiertos para avisarle a los guardias si necesitamos ayuda.

—Damas y caballeros, cuidado con sus corazones y no despeguen sus ojos de... ¡Gardenia! —La misma presentación de todos los viernes me hace enderezar la espalda e iniciar mi camino al frente.

Empieza el alboroto antes de que puedan verme, pongo los ojos en blanco y repito mi lema: «por Lili, es por Lili, solo por Lili». Fuerzo mi pícara sonrisa y salgo a la oscuridad.

Camino al centro del escenario con confianza. La voz particular de Nina Simone canta la introducción de Feelin’ good. En cuanto las primeras notas suenan, se enciende una luz que me ilumina y me deja a la vista de todos esos ojos hambrientos.

Paseo la vista por los alrededores con rapidez, no debo perderles de vista si quiero seducir. Mis ojos se traban en una mirada que me escanea, un estremecimiento me recorre la columna al contemplar esos ojos verdosos fijos en mí, siento que ya lo he visto antes. Sus pupilas profundas provocan que mis articulaciones tiemblen. Tomo un respiro hondo y sacudo mi cabeza para apartar esos pensamientos y concentrarme.

Muevo mis caderas con lentitud, lo que provoca que toda la testosterona que hay en este lugar incremente, los silbidos y obscenidades no tardan en llegar. Me desconecto porque es más sencillo de esa manera.

Me dejo llevar gracias al ritmo, improvisando y trepando el tubo metálico como si fuera una liana. En las alturas todo es mejor, es como si mi mente bloqueara a los presentes en la sala y se concentrara solo en disfrutar el baile y los sonidos del dulce piano de la melodía. Hago maniobras rápidas cuando Simone juguetea con su voz y luego desciendo con violencia rodeando el poste.

Al final, me acerco al borde gateando. Recojo los billetes que han puesto en la orilla de la plataforma y los introduzco en mi escote. Ninguno se atreve a estirar la mano, saben que no deben hacerlo a menos que quieran una paliza.

Termino el espectáculo aventándoles un beso tronado. Las luces se apagan, posteriormente, me levanto y regreso a mi camerino. Todo el trayecto lo recorro agitada, queriendo huir lo más rápido posible de ahí.

En mi camerino me encuentro a Gina, quien está esperándome haciéndose una coleta alta.

—¿Irás a tu casa? —pregunta, distraída, pasando la liga por su cabello largo y sedoso.

—Sí, mañana iré al hospital con Lili —respondo.

Empiezo a desvestirme, la práctica hace que no se me dificulte la tarea, sin embargo, no era fácil hacerlo, al principio Gina me ayudaba. Siempre fue amigable conmigo, ella fue la única que me dio la bienvenida en este lugar, las demás solo me veían con aires de superioridad, por debajo de las pestañas o simplemente ni se inmutaban; la mayoría no confía en los demás con facilidad. Así son nuestras vidas, o nos defendemos con uñas y dientes o te aplastarán; lo aprendí a lo largo de todos estos años, nadie va a sacar las garras por ti. Con el tiempo las chicas se dieron cuenta de que no era una amenaza y me aceptaron. Cuando llegué yo no era más que una chiquilla asustada que se quebró en el suelo cuando se percató de lo que significaba entrar a este mundo, Gina se arrodilló a mi lado y me sostuvo hasta que dejé de sollozar.

Siempre voy a estar agradecida.

Me pongo unos simples jeans desgastados y una blusa de seda blanca, también me deshago del labial rojo y del resto de maquillaje.

—¿Va progresando? —cuestiona mirándome por el espejo. Lanzo un suspiro melancólico. Mis ojos se cristalizan, así que aprieto los párpados para que las lágrimas no fluyan. No me gusta llorar y no dejo que todos me vean así.

—No lo sé, hay días que ella está bien y hay otros en los que no lo está.

—Tranquila, Tess, ella es fuerte. Claro que lo es.

No puedo responder porque un maníaco toca la puerta con ímpetu, ambas saltamos del susto. Las dos sabemos perfectamente de quién se trata, esos golpeteos no se pueden confundir.

—Tessy, afuera hay alguien que quiere verte —informa Sawnder en tono burlón. Ruedo los ojos.

—¿Quién? —pregunto, a pesar de saber la respuesta. Abro y me encuentro con su cara dividida por una sonrisa divertida.

Su cabello medio oscuro es corto y despeinado, lleva un arete en una oreja y sus brazos están cubiertos por tatuajes revueltos que nunca me he detenido a inspeccionar, luce como el malo aparentando ser bueno. No le calculo más de cuarenta, tampoco menos de treinta.

—Tu admirador número uno —canta a lo que frunzo el ceño. Jamás he visto al tipo, pero viene siempre y les pide a los guardias que me digan que quiere verme. No importa cuántas veces lo rechace, sigue viniendo. No obstante, nunca me muestro como Gardenia, no socializo con los clientes—. Me pagó para llevarte de nuevo, sigue así y te convertirás en millonaria un día de estos. Gina ríe por lo bajo, contemplo cómo se saca los dólares del bolsillo trasero de su pantalón y me los tiende. Sawnder guiña un ojo antes de irse. Son al menos doscientos cincuenta dólares y solo por pedirles que me hablen, esos ricachones sí que pueden despilfarrar sin preocuparse por qué comerán al día siguiente. Guardo el dinero en un lugar seguro.

Salimos al pasillo, nos encontramos a algunas chicas reunidas antes de salir a escena, el resto está en la parte delantera del local ya que muchas aprovechan los días de pago para obtener beneficios de los hombres que asisten a The Garden.

—¡Camelia y Gardenia, no olviden recoger sus honorarios! —grita Danna para picarnos. Se carcajean, incluyéndome, solo asiento hacia mi compañera. A pesar del ambiente agradable, no todas tenemos una relación tan cercana, incluso hay algunas que solo vienen a trabajar y se marchan.

—No olvides no lanzarte sobre Sawnder, Freesia —contesta Georgina, causando más risas y que la rubia se tiña de color rosa. Es una verdad conocida que Danna se le lanza a nuestro jefe cada minuto, también sabemos que siempre ha sido rechazada. Danna es una buena chica, dulce y simpática, es la más pequeña del lugar y la más querida.

Gina me convence de tomar algo en el bar mientras esperamos a que nos den el pago del día, por lo regular no tardan más de media hora. Eso sí, entramos como si fuéramos clientes normales para no levantar sospechas, aunque a ella le da lo mismo.

Julius, el barman, sonríe al reconocernos, pero no dice nada porque sabe que soy muy reservada. Pido un daiquirí de fresa e iniciamos una plática banal sobre lo que haremos el fin de semana. La morena se distrae por charlar con un hombre, quien le coquetea y se le acerca más de la cuenta, no es que ella ponga resistencia. Concentrada en mi trago y en la frutilla colocada en el filo, no me doy cuenta de la presencia a mi lado hasta que es demasiado tarde. Suelto un grito y derramo todo el líquido sobre la barra en cuanto escucho su voz cerca de mi oído.

—¿Puedo sentarme? —pregunta, a pesar de que ya está sentado.

Lo más jodido de todo es que logro identificarlo, las alertas se activan en mi mente. Jamás he cruzado palabra con él, pero sí lo he escuchado hablar en los discursos de inauguración de los eventos deportivos en la universidad. No me equivoqué, sí conocía esos ojos verdes que me miraban fascinados. ¡Genial! ¿Ahora qué?

Dejo la cabeza gacha, esperando que mi cabello cubra mi identidad, no deseo más riesgos en mi vida. Seguramente no tiene idea de quién soy ni de que asistimos a la misma universidad, los chicos como él no se cruzan con las chicas como yo porque están muy perdidos en sus autos y sus penes.

De todas formas, hago cualquier cosa para que no vea mi rostro. Hartford es un lugar pequeño, si un chico como él decide enterrar mi dignidad, toda la población me condenará. He visto a todas las chicas con las que sale, sé que ama romper corazones y, aunque el mío ya está roto, no quiero arriesgarme.

Aquí, llamando mi atención, está nada más y nada menos que Danniel Adams. Todo él es ropa cara, loción elegante y calzado de marca.

¿Por qué lo conozco? ¡Simple! ¿Quién no conoce a los Adams en Connecticut? Y no hablo de la familia tenebrosa que vive en un castillo encantado —aunque se parecen bastante—, hablo del hijo primogénito de uno de los abogados más importantes del estado y del Senador. Sí, el pececito de un tiburón gordo lleno de colmillos filosos al que le gusta hundir a sus adversarios, ¿y por qué no? Dejarlos en la ruina y, además, todos lo aplauden.

—No quise asustarte, dulzura —susurra, inclinándose un poco hacia mí para que lo escuche sobre el ruido. Silba entre dientes como si tuviéramos un gran problema. No me muevo, quiero largarme—. ¿Me dejas reponer la copa desperdiciada?

—Puedo pagar mis tragos, gracias —digo, altanera, mirando hacia otro lado, esperando que el rechazo lastime su orgullo.

Me echo hacia atrás cuando recoge un mechón de mi cabello, lo que ocasiona que mi cara quede al descubierto. No me escondo de nuevo porque se verá ridículo, lo miro con las cejas entornadas. Aparta su mano cuando se da cuenta que el toque no es para nada de mi agrado, su boca se abre formando un círculo y entrecierra los párpados, estudiándome.

—Yo te he visto en alguna parte —dice, para mi mala fortuna.

—No lo creo, no procuro a niñatos que salen a gastar el dinero de sus papis y a presumir lo que no es suyo. Lo siento, esa gente no me va, así que te pido que te pierdas por ahí —refuto.

Suelta una risotada echando el cuello hacia atrás, no veo el chiste en el asunto. Julius se acerca y limpia el desastre, le doy una sonrisa secreta de disculpa.

—Con que este bonito rostro es el de una sabihonda —asegura con picardía. Voy a girarme para ignorarlo, pero él habla de nuevo—: No vengo a presumir mi dinero si es lo que te preocupa, pero podría darte un par de billetes si te portas bien.

Me atraganto con mi propia saliva por su atrevimiento, ¡qué hijo de puta!

No me da tiempo de responder, se aproxima al costado de mi cara, tanteando mi comportamiento. Su aroma varonil se cuela en mi cerebro y me aturde por un instante.

—Puedo ser muy generoso si me la chupas con esa boquita arrogante —susurra.

Me pone furiosa. ¿Por qué las chicas están perdidas por este sujeto?

Con mi dedo índice lo alejo y me pongo de pie de un brinco. Le sonrío de lado, sus ojos se iluminan al creer que me ha convencido. Ya no me importa si me reconoce, solo deseo dejarle claro que no lo quiero cerca.

—Qué fuerte, ¿eres deportista? —pregunto y apoyo mi palma en su antebrazo, le doy un apretón a su músculo. Veo que sus pupilas se dilatan, toma varios respiros profundos antes de contestar.

—Juego fútbol americano —responde.

Claro que sí, es el capitán del equipo, el tipo rodeado de animadoras y deseado por muchas chicas que lo persiguen porque tiene dinero, un futuro asegurado y carita bonita; pero yo no busco un prospecto que cumpla mis caprichos, lo único que necesito es salir adelante y ayudar a mi madre a pagar las cuentas.

—Bueno, campeón, en esta ocasión no habrá anotación —digo y muerdo mi labio para retener la risa. Le doy un par de golpecitos en el hombro como despedida.

No me despido de Gina porque está muy ocupada con su conquista, me giro para escabullirme a la salida. Mi corazón va a mil por hora cuando me despido con una sonrisilla de los guardias de la entrada, parecen dos matones, pero son muy amables. Una vez afuera, respiro el aire cálido de Hartford, Connecticut.

Camino hacia la parada de autobuses y me coloco mis auriculares, The Kinks con su todo el día y toda la noche explota en mis oídos. Me trepo al transporte público vacío.

No demoramos demasiado, el camión me deja en Upper Albany a unas cuantas calles de mi casa. Por instinto agacho la cabeza como si eso fuera a protegerme del montón de pandilleros peleando frente a un mural de Marthin Luther King, hablando en un idioma que no entiendo. Apresuro el paso e intento pasar desapercibida, este barrio está repleto de gente mala, a nadie le gustaría toparse con la persona incorrecta durante de madrugada en una calle desierta.

Mi casa es pequeñita, el vidrio de una ventana está estrellado y falta un pedazo de cristal en la esquina. Una vez unos niñatos estaban jugando a lanzarse piedras, nos dimos cuenta hasta que llegamos un día después y los vecinos nos contaron lo ocurrido, nadie quiso hacerse cargo de la reparación, por lo que tuvimos que poner una bolsa plástica para que la corriente de aire no entre.

Meto la llave en la cerradura, abro la puerta y la cierro tan pronto me encuentro en el interior. Camino en silencio hacia la habitación que compartimos mi madre, mi hermana y yo. Están acostadas ya, ¡menos mal!

Solos somos ellas y yo, nos apoyamos las unas a las otras sin importar qué. Mi madre, Romina Winter, es costurera y confecciona ropa en sus ratos libres, trabaja de manera independiente haciendo vestidos y reparaciones, tiene clientes importantes que le confían sus prendas de más de diez mil dólares. Después de la muerte de mi padre, nuestros ingresos disminuyeron, pero la verdad es que nunca nos faltó nada hasta que Lili enfermó, el dinero comenzó a escasear, no teníamos ni para comprar pan, perdimos nuestra antigua casa y el auto, lo perdimos todo. Ahora es más fácil pagar las cuentas, pero no podemos darnos el lujo de desperdiciar.

Durante mucho tiempo le escondí de dónde sacaba tanto dinero, pero no se puede esconder un trabajo que te exige salir tarde, los tacones y el maquillaje los podía ocultar, pero no mis entradas silenciosas a las doce. Cuando se enteró se puso histérica, lloró, gritó y dijo muchas cosas de las cuales se arrepintió, hay palabras duras que todavía sigo recordando, son mi infierno. Lo aceptó después de que entendiera que teníamos que luchar para salvarla y que, si tenía que sacrificar algunas cosas, lo haría.

No tuve otra salida, y vaya que las busqué, no había ventanas ni escapatoria, solo una cárcel y no me quedó más remedio que adaptarme. En este mundo injusto y lleno de mierda no hay mucho que podamos hacer.

Le doy una mirada a Lili, su semblante suave me hace esbozar una sonrisa. Mi hermanita de diez años es una niña dulce, paciente y fuerte. A pesar de su escasa edad, es más madura que mucha gente adulta. La admiro porque no puedo entender de dónde saca esa alegría y ese amor por la vida, no importa lo mucho que le duela, ella es feliz. Yo habría perdido las esperanzas de haber estado en su lugar. Seríamos copias exactas de no ser porque ha perdido todo su cabello y está muy delgada.

Recuerdo que cuando los doctores nos contaros de su enfermedad, mamá y yo lloramos, pero Lili se enojó, nos repetía una y otra vez: «ustedes no tienen derecho de cuestionar por qué suceden las cosas. La vida les da sus peores batallas a sus mejores soldados; y yo, voy armada». Una frase conocida que calaba en el alma. Era increíble ver cómo una niña tan pequeña hablaba de ese modo y tenía tanta determinación y valentía.

Suspiro, me limpio las lágrimas traicioneras y me voy a dormir.

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19 Capítulo 19 19
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29/03/2023
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