aire, frío y estéril como su propia existencia, vibraba con la anticipación de la orden que estaba a punto de recibir. Su traje oscuro, impecable como siempre, no delataba ni una arruga, ni el más
sombra letal que se m
rada escaneando el perímetro con la familiar eficiencia de un depredador. La seguridad era la esperada: hombres
n la opulenta sala de estar. El Don, un hombre corpulento
preámbulos-, tengo
ndo. Su rostro era una
ado. Muy
cibió un matiz en su voz, algo inus
a declarar contra los Russo
y sin escrúpulos. Atacar a su testigo era una declaración de guerra d
erla. A toda costa.
ldas, un escudo humano. Algo que
Don? -preguntó con voz
Un silencio pesado se instaló en la habitac
cado, Lucass. La t
da de hielo que lo protegía se agrietó. Elena. La Elena de hace años. La Elena de la risa fácil y los ojos que brillaban como esmeral
ue el corazón le golpeaba con una
untó, su voz a
sintió l
nociste. H
utalidad. Recuerdos fugaces de una playa al atardecer, del roce de su mano, de la electricidad que había existido
le asignará protección. Necesitas discreción absoluta. Y, Lucass... -la voz del Don se v
ta, sus ojos vacíos,
ndido
mañana irás a buscarla. Los federales la están moviendo, pero ella pidió protección ad
Elena, confiando en la misma organización q
Lucass. Pero no falles. Y no
spondió Lucass, la v
ancó, dejando atrás la mansión, el peso del encargo oprimiéndole el pecho. Elena. Después de todos estos años. El pasado, que creía haber incinerado, re
por el sonido del limpiaparabrisas. Lucass se sentía como si hubiera abierto una caja de Pando
do reflejando la penumbra. Se sentó en el sofá, la copa entre sus manos, y miró por la ventana. La ciudad, un mosa
su mundo se fracturara. La mujer que ahora estaba en peligro, y cuya vida d