de más de treinta años, y, he de confesar, ni yo misma pud
surró ella casi en un
ina, que es tu familiar!
artos? Somos de "séptima agua"
rón, erigido en una exclusiva zona para gente muy adinerada, estaba c
una sauna, piscina, un complejo deportivo con pista
": un cuarto con salida privada al balcón, baño con jacuzzi y ducha doble, televisor de última generación... todo de primera clase. Por supuesto, nos sentimos incómodas y quisimos explicarle que jamás habíamos
onfiadas, y hasta hoy no
amada para la audición. Ya sólo nos quedaba un
ad. No hacíamos más que sumergirnos en la piscina, jugar al tenis, sudar en la sa
estábamos preparadas para dejar el descanso e iniciar la grabación, cuando desde la agencia enviaron u
lo de no echarnos, sino también de ayudarnos con algo de dinero. Esta vez nos resultó extraño su generoso ofrecimiento, aunque nuestras ment
los amigos de Valera. En realidad, no nos intimidaron mucho, pues la casa era lo s
si no nos equivocamos. Una noche, cuando ya nos íbamos a dormir, la puerta de nuestra habitación se abrió de golpe y, antes de que pu
ntarles qué estaba ocurriendo, cuando de pronto me sujetaron e introdujeron algo en la boca
través del aro me penetró un enorme miembro negro de u
tanto, mis manos quedaron esposadas a la espalda con grilletes de cadena,
contacto con el mundo exterior, salvo el táctil, desapareció, y emp
una idea bastante clara. No recuperé la consciencia ha
ero en el aire, sujeta por la espalda con cuerdas. En mi ano sentía un hormigueo extraño, como si estuviera
que toda la escena empezó a excitarme. Ni yo misma entendía por qué m
y decenas de amigos de Val
ía. Al fijarse en mis miradas, los hombres negros estallaron en risas, comentando lo bien formada que tenía la cadera, aunque demasi
seguir "admiradoras" para el club, y que nosotras, Cristina y yo, les serviríamos de estupendos juguetes sexuales. Lo primero, por supuesto, era la iniciaci
hecho un enema e introducido en el ano una sustancia que anulaba el dolor, facilitaba la dila
ra tan placentero que mi abertura comenzó a contraer
ntimientos tan antagónicos: vulnerabilidad, seguridad, la sensación de fragilidad frente a sus manos en mis caderas, la entrega a un macho
a Cristina y ver sus ojos vidriosos, colmados de lujuria y dispuestos a venirse, comprendí que ella
embro, y por suerte los hombres neg
e devotas del club. Cristina y yo repetimos sus palabras con el mie
como la combinación de todas. Tras el juramento, nos descolgaron y nos dejaron en el suelo. Los "mie
n esa noche memorable, per
s sobre todo. Decidimos buscar cualquier trabajo, p