acó su teléfono y marcó el nú
eguntó Elena a modo de saludo. Su voz
ez en días, una sonrisa genuina se dibujó en su r
emos con los abogados para constituir la empresa. Bi
na, una exitosa empresaria en el ramo de la tecnología, le había ofrecido asociarse con ella en un nuevo proyecto
s que ahora pesaban como anclas. Abrió un viejo portafolio y sacó unos papeles amarillentos. Eran los planos originales de la primera oficina, dibujados
ro se lo había pedido, prometiéndole que se lo devolvería con creces, que todo lo que construyeran sería de los dos. Ella le creyó. Le entregó su único pa
abia contra él por su deslealtad, pero sobre
recorte de periódico, las fotos de sus aniversarios, las cartas que él le escribió al principio de su relación. Vio cómo el papel se enroscaba,
upuesto. Había publicado una nueva foto. Esta vez era una selfie de ella y Alejandro en un restaurante caro. Él la abrazaba por det
tima por el hombre que necesitaba reafirmar su ego de una forma tan patética
ejandro. Entró en el salón y la vio sentada en el suelo, frente
. Su voz tenía un tono de irritación, pero tambié
espondió ella
os y fotos en las repisas. "¿Y todo esto?
ndo", dijo el
ó de estrategia, intentando sonar preocupado. "¿Estás bien, Sofía? Me preocupas.
fía finalmente se giró para mirarlo. Su rostro estaba iluminado por las l
a plana, sin emoción. No se molestó en discutir, en se
a la normalidad, a la rutina doméstica que siem
o ella, volviendo su a
que peleara, a que llorara. Este silencio, esta indiferencia, era un territorio desconocido y aterrador para él. No po