de la blusa que la falsa Martha me había dejado sobre la cama. Cada prenda se sentía como un disfraz, una
e pie junto a la puerta. Estaba vestido con un traje gris, su portafo
oz con un tono de reproche amabl
dora, paternal. Pero ahora, a la luz de mi descubrimiento, la ex
r Martha apareció a su lado, toman
pequeño ataque de nervios, pero
ncio, sin atre
uerta, lo vi. Fue un gesto simple, se
por segunda vez en
uierda, comía con la izquierda, lanzaba una pelota con la izquierda.
gesto torpe, no natural. Y su reloj, el caro reloj suizo que nunca se quitaba, estaba en la muñec
o
odía
d a la falsa Martha. Los dos. Ambos eran impostores. ¿Desd
ue me dejó sin aliento. ¿Les había pasado lo mismo que a Mi
so David, su sonrisa empezando a parece
sa Martha rápidamente, su voz como un látigo.
no eran gentiles. Eran firmes, como los de dos guardias escoltando a un prision
duda. Esta
entras que el falso David se puso al volante. Las puertas se cerraron con
por la ventanilla, el tranquilo vecindario suburbano ahora parecía una pr
se puso e
jo el falso David, mirándome por el espejo retrovisor. "E
ble, pero sus ojos en el ref
¿Por qué? ¿Qué querían de mí? ¿Por qué era tan
i propio papel. "Estoy un
El seguro de mi puerta. La manija. ¿Podría abrirla y saltar en un semáforo? Probableme
e estaba llena de gente, coches, vida. A solo unos centímetros de mí, del
ora o
, dije de repente, llevá
ceño, una mezcla de moles
o, Sofía. Ya
e", insistí, mi voz sonan
ta. Una apues