ltó a Mateo con un empujón brusco y dio una orden silenciosa a sus hombres. Se retiraron, no con miedo, sino con la promesa de una violencia fu
pero ileso. La multitud, al ver que el drama había terminado, se d
Sofía sabía que solo había ganado una pequeña batalla, no la guerra. Había jugado
da ruido, cada sombra que pasaba por la ventana. Sofía no se atrevía a dejar a Mateo solo ni por
ez llegó una s
ilde casa. La calle polvorienta parecía encogerse ante la opulencia de los vehículos. Del auto principal desce
de inmediato: Lorena, la hija de un empresario rico con quien Vargas había estado haciendo negocios. Y detrás de ellos, el padre d
, la herramienta de jardi
ué gusto verte. Veo que has estado ocupada. Te presento a mi prometi
con una mueca de asco, como s
están haciendo tanto escándalo?" dij
escudo de latón, el emblema del regimiento del padre de Sofía. Era lo único que quedaba, aparte de
era reaccionar, Lorena
uego, con una fuerza sorprendente, lo arrancó de la madera y lo arrojó al suelo polvorriento. Lo pisó,de la garganta de Sofía. "¡No
ás un mal recuerdo." Se volvió hacia Vargas y la multitud de aduladores. "No entiendo por qué pierden el tiempo con esta ge
oportable. Pero lo que
hacia los matones, sino hacia el escudo de latón abollado. Se arrodilló y lo recogió, trat
susurró, su vocecita
mirada, incómodo. Incluso Vargas pareció mostrar una fracción de segundo d
ena, un hombre corpulento y de cara roj
s, mocoso!" gritó. Y sin previo
ón volando de sus manos. Se llevó una mano a la mejilla, donde una marca roj
móil, viendo cómo su futuro suegro golpeaba a un niñ
o, se reveló como un monstruo. Y su silencio fue más cruel que el golpe mismo. Vio en los ojos de Vargas una indiferencia total, un vacío gélido q
físico, sino por la traición. La última pizca de fe infantil se extinguió en ese
azo de metal abollado y por una traición que ningún niño debería experimentar, la llenó de una furia tan