acó de su parálisis. No podía permitirse el lujo de derrumbarse. No ahora. Si la medalla no estaba, algui
o sus ojos brillaban con una nueva determinación. El m
su voz más firme
todavía mojada y una expresión de alarm
onía unos jeans viejos y la primera camiseta que encontró.
a no era el niño despreocupado de hacía unos minutos. Podía sentir la tens
algo malo?" preguntó,
a, su tono suavizándose un poco al ver su cara asustada. Se arrodilló frente a él
a Mateo. Asintió, tragando saliv
de tela. Era una prueba, aunque fuera una pruebaastrándolo por las calles polvorientas de su colonia. No se atrevió a mirar hacia la
respondiendo a la pregunta no formulada de Mateo. "Necesito
sas?" preguntó Mateo. Para él, como para muchos en el barrio, Vargas
respondió Sof
un blanco brillante que contrastaba con la mugre y el abandono de los edificios circundantes. En la fachada, un eno
ulido y un aire acondicionado que les heló la piel. Se dirigieron a la oficina
hillón y unas uñas acrílicas larguísimas, los miró por encima de
preguntó, su voz tan a
rgas. Es urgente," dijo Sofía,
ne una agenda muy apretada. Si quieren una audiencia, tienen que llen
mi casa. Y sobre algo que sus hombres robaron
iera. "Mire, señorita, no sé de qué me está hablando. Aquí no trabaja ningún l
neadas contra la pared. Un par de ancianas, un hombre con sombrero de campesino. Todos los miraban. Sofía p
apenas audibles pero cort
iempre los mismos,
on en líos y ahora
¿no? Pobrecitos, pero q
argo en su boca. Mateo se apretó contra su pierna, escondiendo la
" dijo Sofía, plantándose frente al esc
guridad, tenemos a una persona alterada en la recepción de preside
ilidad más palpable. Estaban solos, rodeados por un muro de indiferencia y desprecio, en el mismo lugar que se suponía