nte y agonía, un aroma que se
máquinas que pitaban monótonamente, después de in
n silencio que yo conocía bien, un
n el silencio: "Vaya, vaya, ¿qué te
i hermana, regodeándose en nuestra des
n débil," susurró Perla, y sentí a
licía no hacía nada, la escuela se lavaba
a. Demasiado buena pa
ejo. El mismo rostro que Sofía, pe
o el suyo, me puse s
era Elena.
i hermana, juré una venganz
abían con quién s
y la única que podía contenerme
nadie que