una mezcla que para Elena Rojas era el aroma del triunfo, el olor del f
oda una pared lateral de la tortillería de Doña Carmen, un torbellino de col
ven artista, cuyas manos, manchadas de mil colores, eran la
desde que su padre, un valiente agente de la Patrulla Fronteriza, había muerto
do para que Miguel pudiera pintar, para qu
n el rugido de dos camionetas negras que
liderados por un joven de ropa cara y sonrisa torcida, Ricardo Mendoza, el
icardo, su voz goteando sarcasmo. "Pero el arte cu
ural, su cuerpo delgado temb
gente, no para crimi
e borró, sus ojos se en
r, mo
os y patadas llovían sobre el cuerpo del joven mientras otros, con una crueldad metódica, vo
ó en el caos, intentó llegar a su hermano, pero
guel, que yacía en el suelo, y con una calma aterradora, tomó
o, seguido de un grito d
la ot
ó Ricardo, antes de levantarse y limpi
o un rastro de destrucción y desespe
ista, eran una masa informe de huesos rotos y s
e encogió al tamaño de una sala de
ltas en vendas gruesas, su rostro pálido y
, con el corazón lleno de una furia
cia, el oficial que la atendió bostezó mientras ella re
ana, "la familia Mendoza es... complicada.y la impotenc
estruyeron su vida!", gritó Elena, sus pa
y entró Ricardo Mendoza, flanqueado
o por completo a Elena, y saludó
no hubiera ningún malentendido", dijo Ricardo, y luego sus oj
amilia es dueña de este barrio, de la policía, de los jueces. Si sigues
daré un consejo, acepta la lana que te ofr
, el veneno de sus palabr
ema que debía protegerla le había dado la espalda, l
ño departamento, el s
a perdida en la pared donde colgaba una
de madera pulida, est
n fondo, no tenía dinero, ni po
ego miró la placa de su padre, un objeto frío y pesado, el
, una idea comenzó a formarse, un últ
e el honor, sobre la lealtad, sobre la Patrulla Fro
do a su país, les había dejado más que un re
, sus dedos temblorosos rozae tenía, el ho
clamar la justicia