tocarse en el aire denso de la hacienda. Se dio l
euda saldada. Tómalo como un pago por tus ser
de Ximena lo detuvo en seco, tan fría
aba. El pacto nos ata, te guste o no. Y solo
una carcaj
un cuento de viejas.
derlo. Para él, eran solo palabras, supersticiones de pueblo. Para ella, er
mún. Era una hija de la tierra, una curandera de un linaje que se perdía en el tiempo, de un pueblo oculto que vivía en armonía con la naturaleza, lejos de la ambici
la intención y el poder de Mateo, destinado a una entidad espiritual. Al consumirlo, Ximena había interceptado esa energía, y ahora su propia fuerza vital estaba entrelaz
sque, el sonido del viento entre los oyameles, la sabiduría silenciosa de su abuelo, el Abuelo Curandero, quien la estaría esperando. Volver a casa era
e había acercado y le había puesto una mano en la frente, cantando en voz baja una vieja canción de cu
ue nunca
La promesa de amor eterno, el deseo de que nunca lo dejara, y ahora su orden bru
ella. Miró a Mateo, que ahora hablaba animadamente con el
lo llam
o, y se acercó a ella
nero? ¿Quieres dinero? Te da
do cumplas los noventa y seis deseos que quedan. Así que empieza a desear. Pide lo que quieras, lo m
hacerse de ella para siempre y sin más complicaciones e
ualquier cos
quier
n. Pero ahora estoy ocupado. Tengo que recibir a Sof
i corriendo, ansioso por reuni
do un contrahechizo, un rebote de energía caótica que su cuerpo apenas podía soportar. Sintió un frío glacial en sus huesos, como si el invierno se hubiera instalado en su médula. Un tos seca y do