iba, su sonrisa era una mezc
lo. Estamos
tando del espectáculo. La humillación de Ximena era la
os de Mateo por un segundo. No había súplica en ellos,
voz plana, sin inflexiones
lo quedaban noventa y cinco. Un
ridas. Sin decir una palabra más, se dio la vuelta y se adentró en la oscurid
servicio que ahora le habían asignado. El mismo asistente
que no salgas de
a de sus manos con un trozo de tela. El dolor era un recordatorio constante de que todavía estaba viva, d
eció de nuevo. Su rostro mostraba
na. El patrón tiene un
espondió, s
el asistente, sin atreverse a mirarla a los ojos. "Son sus favoritos, importados de la capital. El patró
una sirvienta. Por un instante, una oleada de algo parecido a la ira la recorrió. Pero la
s," dijo
o y, con paciencia infinita, comenzó a raspar el lodo con las uñas. Luego, usó el borde de su propia fald
lvió los zapatos a Rami
su cuarto. La miró con una extraña mezcla
ra, no soy un monstruo. Si te quedas, si te comportas, puedo permitirt
na migaja de caridad diseñad
nte a los ojos por prime
"No quiero tu caridad. Solo quiero que cump
a, su falta de gra
ingrata!" espetó él.
icción entre su oferta de que se quedara y su deseo subyacente de que desapareciera la golpeó con fuerza. Una t
iente humillación. Cada día, le enviaba un mensaje a Mateo a través de Ramiro: "No lo olvides. Faltan noventa y cuatro