cionado durante siete largos años de matrimonio. Su esposo, Ricardo Fuentes, estaba sentado a su lado, rígido como una estatua, con la mirada fija en su plato intacto. Era un genio,
a, sus amistades, incluso su sueño de estudiar en Florencia. Una beca para un prestigioso programa de restauración de murales la esperaba, una oportunidad
desorbitados por el terror, se aferraba a ella como un náufrago a una tabla de salvación. Él se pegaba a su cuerpo, temblando, buscando el calor y la seguridad que solo ella parecía poder darle,
la voz de su suegra, una mujer con la mis
un poco cansado hoy, ha estado trabaja
istracción para desviar la atención de Ricardo. Pero sus dedos temblorosos hicieron clic en el archivo equivocado. En lugar
su escritorio de caoba, con las venas de las sienes marcadas y la respiración agitada. Su camisa de lino, siempre impecable, estaba arrugada. El audio llegó un
an con una pericia explícita sobre el cuerpo de Ricardo. La mujer era su "terapeuta", Elena Vargas, una supuesta historiadora del arte
perdió todo color, se sentía como si el suelo se hubiera abierto bajo sus pies. Con un movimiento torpe y rápido, apagó
n latiéndole con una fuerza dolorosa en el pecho. Abrió su laptop, fue a la página del programa de Florencia y, con una determinación que no sabía
ctos el número de un abogado que una amiga le había re
un trámite de divorcio", dijo con una voz que sonaba extrañ
eraba tan repulsiva que necesitaba pagarle a otra mujer para que lo tocara. Siete años de un matrimonio que había sido una mentira