unda, un instrumento que había sido mi vida, mi pasión, mi única herencia. Dejé de ser Ricardo Mendoza, el mariachi con alma,
stracción, una carga. Yo la amaba, o creía amarla, con una devoción ciega. Respeté su decisión. Para demostrarle mi compromiso, para que nunca dudara de mi amor y
é el respeto de los trabajadores, aunque nunca el de mis suegros. Para don Fernando y doña Elena, yo siempre fui el mariachi pobre que les robó a su hija,
e, un extraño en mi propia casa. Mientras buscaba un viejo álbum de fotos para mostrarle a un amigo, encontré una caja de madera que nunca había visto, escondida en el fondo del clóset de Sofía. La curiosidad me pudo. Dentro, no
lo se abría bajo mis pies. Veinte años de mi vida, de mi sacrificio, de mi lealtad... eran una mentira. Una farsa cruel y elaborada. El aire me faltaba. No era un error, no era una confusión
había sentido. Atravesé el salón lleno de gente sonriente y música, y me paré frente a So
¿qué es
ra. Su sonrisa se congeló. Me tomó del brazo y me arr
nde saca
sin una pizca d
uiénes son estos niños, S
z en veinte años, vi a la verd
mis hi
así de
uerías hijos! ¡Me hice
rdiendo e
erederos para
omo si habla
Aleja
alle de corazón, siempre lo fue. Era la única manera
El dolor era físico, un p
¿El idiota que cuidaba la casa mien
. Fue un arreglo. La haciend
Don Fernando me miró con el desprecio de
de hacer un escándalo. Sofía hizo lo q
ntió, con los
y gracias a nosotros. ¿Qué más quieres? Ahora
crueles. Miré a Sofía, buscando una última chispa de la mujer
se callen. Diles
é, con un
azón, Rico. Es por el
curso, la última pie
sos niños desaparezcan. Quédate conmigo. Olvi
a, lo sabía. Pero era
orta y seca. Una risa
s. Son el futuro de 'La Escondi
einte años. La piel debajo estaba pálida. Lo puse sobre la mesa de caoba. Mi mano
cabó,
nó hueca,
divorc