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Bruno Ferrer, regresó a Monterrey. Lo primero que hiz
golpe de gracia. Con una sonrisa cruel, me acorraló y
table. Dos veces. Desperté en el hospital, tosiendo s
maras-, voy a disfrutar rompiéndole
ue el cáncer, acelerado por su
ital que lo llamaran. Mi venganza final no era pelear contra él. Era mo
ítu
vista d
os de cicatrices. Fuimos el amor más grande y la fuente de dolor más profunda del otro. Hacía tres años habíamos pactado un
hizo fue prenderl
y oficial, declaraba mi tienda de discos, "El Surco", como un riesgo hist
pieron los cristales; destrozaron las vitrinas, partieron vinilos clásicos
bruto con una sonrisa arrogante, y le rompí la nariz con
angre en
e harías
reluciente, impecable con un traje que costaba más
z era un murmullo bajo y ab
o re
nó, una sonrisa cruel jugando en sus
Pero el fuego dentro de mí, ese que a él siempre le encantaba a
ya me habían dicho qu
arillento y enfermizo sobre todo. Me apoyé contra la pared fría, el vaso de plástico
. Dahlia Varg
. Las tomografías están... cubiertas. E
ro una última frase quedó flot
la lista. ¿Quién va
a reclamar
rámite en una vida a punto de ser sellada como "cerrada". Miré mi teléfono, mi pulgar flot
oné l
undo timbre, su
Qu
a e irónica se dib
voz sonando distante y h
escu
alabras sabiendo a ceniza-, n
ía rentado para El Surco. Era más pequeño, más limpio y no tenía nada del alma del lugar antiguo. Limpié el mostra
olumen bajo. Un presentador de noticias locales hablaba con en
sa a su ciudad natal con bombo y platillo, anunciand
rencia de prensa, luciendo en todo m
rilla de diseñador. Era impecable, su gabardina inmaculada, su cabello rubio
ileras de discos-. Este lugar es increíble. Busco algo
vida y socio de negocios de Bruno. Parecía mayor, más cansado. Sus ojos se encontraron con los míos
no se d
úsica. Me dijo que escogiera algo especial para esta noche. -Se volvió hacia
to hacia el
Solo por unas horas. Bruno va a
sa y carnívora, pareció agitarse con furia. Estaba empeorando. Podía sentirlo, un dolor sordo y constante que ninguna cantidad de analgésicos podía borrar por compl
que era Graciela Larios por su par
iero poner una pequeña estación de escu
onocía la historia. Había visto las peleas a gritos, los p
ara se acercó a su rostro. Vi la tenue línea pl
elea por algo que ahora ni siquiera podía recordar. Fue una de nues
ta bajo mi suéter. Un recuerdo suyo, un empujón contra la esquina afilada de una mesa que
en la televis
uelto a Monterrey por negocios. ¿Hay alguna ra
n destello de d
nueva. -Hizo una pausa para darle un
sa, soltó un gritito de alegría. Mi
í, con un toque de curiosidad en sus ojos-. ¿Conocía
s por encima de su cabeza. Su expresión
por tercera vez. Graciela jadeó y corrió hacia la pu
Br
aba para besarlo. Él le devolvió el beso, pero lo vi: una vacilación de una fracci
ico y cargado momento, la ciudad, la lluvia y la burbujeante prometida rubia desapa
da. Profundizó el beso, sus ojos todavía fijos en los míos, un acto descarado de
vuelta, mis manos limpiando metódicame
ó a mí, su voz
o lo hagas. Por favo
Carlos? -pregunt
jo, luchando por encontrar la palabra correcta
chica, una con el pelo enredado y los dedos manchados de pintura, gritándol
y Graciela finalmente entraron, trayendo
zumbido del café, goteando condescendencia-. ¿De
la familiar y tóxica atracción de su gravedad. La
-

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