de S
qué todo lo que tenía en mi arte. Pinté con una ferocidad que no había sentido desde antes de conocer a Ricardo. Pinté
mable y perceptiva, un fotógrafo con ojos gentiles que parecían ver a través de la fachada que había construido a
en la escena artística del centro. Ya no era Sofía de la Torre, la trági
ganización benéfica para víctimas de incendios forestales. El acto de firmar los papeles desent
o un incendio forestal, un monstruo aterrador y rugiente que consumía todo a su paso. Estaba sola, llorando, hast
miedo. El fuego se acer
que corr
té pero no solté su mano. Lo arrastré, corriendo a ciegas a través del humo, lejos del calor. Encontramos una pequeña c
aba ll
sus manos cubriendo su r
ratando de s
n. Yo ser
on y mis piernas cedieron. Encontré una carretera y le hice señas a un camión de bomberos. Recue
siendo sacado del bosque por otro bombero. Sus padres estaban allí. Lo envolvieron
te años, me había preguntado qué le había pasado. Cuando conocí a Ricardo de la Torre, el famoso CEO, sentí una extraña atracción, una sensación de fam
trauma me había dado una cicatriz y una obsesi
almacén convertido en Brooklyn, cuando entró, sin anunciarse. Se veía d
z tensa-. Piensa que ya deb
la vista de
es es u
lor agudo y acre en la habitación-. No puede entender
ije, sumergiendo mi pincel en
se entr
uí, jugando a la artista muerta de hambre. Per
rió de golpe. Dos hombres enormes con trajes negros irrumpier
ca
l estudio, sus oj
e te has estad
rizando en Ximena que ahora se acobardaba en la es
ó a su lado, atrayéndola a
sollozó Ximena en su pecho-. D
era una máscara de pura e inalterada rabia. Este no era el
igió h
as estado acosando durante dos años. Enviándole amen
adora. Una fanática cu
hada de pintura, tirando de mí hacia adelan
lección sobre meter
se envolvieron alrededor de mi cuello, apretando. La pr
a! -jadeé, ara
ecir mi nombre -siseó,
, la amarga ironía me golpeó. El niño cuya vida había
a de seguridad -su jefe de seguridad, un hombre llamado Mi
. esa es la señori
siquiera
ó, sus ojos fijos en los míos, l
umbé en el suelo, jadeando por aire,
dome con desprecio-. Te dij
hacia su
de mi país. No quiero volver a v
o a una extraña. Estaba e
, una delicada cadena de plata con un solo dije en forma de estrella -un dije que había
sobre la delicada estrella de plata. Por una fracción de segundo, v
sde la esquina, y el
queña estrella hasta convertirle nuestra historia compart
s del que nunca había oído hablar, supe que este era el verdadero final. No e
-
e Ric
de plata aplastada me ato
mpos, el lujoso sofá de cuero sintiéndose menos como
cardo -dijo, su voz
na acosadora que ha estado hos
te hace s
ción de pérdida profunda que no podía nombrar. Y seguía viendo el rostro de esa
a. Campos-. Durante dos años, cada sesión fue sobre Sofí
había algo. La había borrado de mi vida, de mi empresa, de mi
s que decir -di
ijo la Dra. Campos, su voz suav
sado que no era más que humo y sombras. Pero e
uio hacia abajo, hacia la o
z, sonando distante y joven-
s dibujand
e
én es
. La que
mi lado, comenzó a temblar, mis de
sostenía un trozo de papel. Había dib
en su muñeca, claro como el día, había una pequeña y perfec
icardo -dijo suavemente-. Una y
pina dorsal. No era Ximena. La cicatriz de Xime
ién demonios

GOOGLE PLAY