sesión de protocolo con una consultora llamada Madame Dubois, una mujer de cabello plateado
sde el cielo -corregía con una voz suave como la seda rasgada-. La sonrisa para la prensa es di
Vance. Hasta su forma de caminar fue ajustada: pasos más largos y seguros, sin prisa,
los matrimonios estratégicos de la alta sociedad y los escándalos que debía evitar mencionar. Fue en una de estas sesiones
cando un atisbo de humanidad en el árbol
ción, siempre fresca, pareció congelarse. Thorne, qu
profesional neutralidad, adoptando un tono cortante-. Bajo ninguna circunstancia. N
r. La reacción era demasiado visceral para ser solo un si
a, encontrándolo de pie frente a la nevera abierta, iluminado solo por la luz interior. Llevaba pantalones de chándal
ivia, sintiendo la necesi
o la nevera. Se apoyó contra la isla de la cocina, cruzando los brazos. Sus ojos, en la penumb
ento. -Fue una pregun
para leerlo, detectó una tensión en su mandíbula-. En este mundo, Olivia, la curiosidad es un lu
azando su vaso de agua como un talismán-. ¿Por qué esta farsa? Usted no parece el tipo de hom
z de la luna que se filtraba por la ventana acar
a. Es la silla desde la que se dirige todo. Mi primo Sebastian y sus secuaces están esperando como buitres a que Alistair muera para despedazar la compañía. El testamento es claro: si no e
ra solo una comedia romántica para un anciano. Era una batalla por un imperio. Alex
soy... su ar
sin corazón que todos pintan. La prueba de que puedo establecer lazos, de que pu
punzada de algo que no era lástima, sino una extraña empatía. Él también
us palabras con cuidado-. ¿Encontrar a a
ermitirme. Las emociones nublan el juicio. Los sentimientos crean puntos débiles. En mi mund
profunda soledad que habitaba en el centro de aquel hombre. Él ve
ivia, y por primer
Una galería de arte. Asistiremos con mi tía Beatrice.
escrutadoras. Beatrice Vance era una mujer de mediana edad con un vestido de flores chillo
ndida... Cuéntame, ¿cómo soportas a este traba
n admirable. Pero hemos encontrado un equilibrio. De hecho, justo anoche nos tomamos
ado con una copa de champán, deslizó un brazo alrededor de su cintura. El gesto era posesivo, protector.
sus ojos escarbaban, buscando grietas-. Y,
Olivia, usando la línea preparada-. Pero
nte. Su mano en su cintura apretó un po
ntre flashes de prensa y sonrisas. En el coche,
nvencida. Y si ella lo está, e
rando por la ventana los neones
ado contra la luz de la calle. -No es nec
a se quitaba los zapatos de tacón en la e
ptable" -dijo, su voz
as que nunca. Estaba aprendiendo a moverse en su jaula, pero cada movimiento la definía, la moldeaba. Alexander Vance no solo le había comprado su tiempo; estaba, lentamente,
 
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