vista d
de obediencia fría y hueca que apenas estaba aprendiendo a usar.
sí
lica. Paseó a Isabella por toda la ciudad, comprándole joyas y ropa, un espectáculo público para que todo el bajo mundo lo presenciara. Los susurros me se
. Sin joyas. Sin artificios. Era un lienzo en blanco, limpio de
dominio, con Isabella aferrada a su brazo. Era hermosa, toda ángulos afilados y gracia dep
stello de algo en sus ojos, no culpa, sino una extraña inquietud. E
a sonris
te él como el Mar Rojo. Se detuvo, impone
Me gustaría que conocieras a Isabella. Mi mujer eleg
a a matar una parte de mí. Me neg
is ojos bajos en una imagen perfecta de
oz uniforme y clara-. Mi
la se curvaron en una sonrisa triunfante. E
nclinó, el olor empalagoso de su perfume barato era una invasión-. Debes venir a
e Dante. Sus ojos eran oscuros, inquisitivos, tratando de desc
istir -respondí, m

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