ía
po temblando con una
ras un cliché en mi lengua, pero m
probablemente lo había visto todo,
ito financiero; era un barrio más rudo y ruidoso, lleno de bares de mala muerte y estudios de tatuajes, el aire espeso con el olor a cerveza b
ioso de su Bentley y entraba en el ruidoso bar sin dudarlo un segundo. Este no era su mundo. Este era m
ando mi chaqueta empapada a mi alrededor. Me arrastré ha
scenario, y la multitud era una masa sudorosa y retorcida. Escaneé la ha
vi a
oscuro estaba acorralada contra una pared por tres hombres de aspecto matón.
o y controlado al que estaba acostumbrada. Fue un borrón de furia primigenia. Se lanzó contra los homb
lejero. No lanzaba golpes limpios; era brutal, eficiente, apuntando a las articulaciones y los puntos débiles. Había una rabia oscura y ate
o no les dedicó una mirada. Inmediatamente se volvió hacia la mujer, toda su postura cambian
alivio que era doloroso de escuchar.
ritó ella, su voz una mezcla de ira y lá
apretado, tan desesperado, que parecía que intentaba fusionar sus cuerpos en uno. Era un abrazo que
ébil y simbólica. Luego, hizo algo que me heló la sangre. Incl
la soltó. Simplemente la abrazó más fuerte, sus ojos c
expresión en su rostro me destruyó. Era una mirada que yo había anhelado, una mirada por la que había suplicado, una
ble como para que él pudiera proteger a su verdadero amor, esta chica del lado equivocado de la c
s dos, encerrados en su propio mundo privado y doloroso. Yo era una extraña, una completa y absoluta tonta. Cada palabra amable, cada toque gentil, ca
almente la sacó del bar y la metió en su coche, a
mis dedos entumecidos y torpes
das sobre una mujer llamada Camila Solí
aba de pie en medio de nuestra fría y vacía sala de estar. Una no
spalda contra el cuero frío del
a de amor se leía como una trágica novela romántica. El brillante y rico heredero enamorándose de la pobre y hermosa artista. Él
rado. Habían amenazado a Camila, su vida, su familia. Alejandro, para protegerla, había hecho un trato. Regresarí
ejarían en
no era para mí. Era para mantenerme contenta, para mantener intacta la fachada de nuestro matrimonio
que me congelaba el alma. Yo era un accesorio. Un accesorio bien cuidado
más que un inconveniente barato, un pequeño
z independencia a la que siempre me había aferrado, se sentía como una broma. Había dejad
m
a de amor. No sería el precio que él p
volvió a ca
tacones de aguja que me hacían sentir poderosa, y pinté mis labios de un desafiante roj
ir sus mund
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