Rivas
quemadura contra el fuego que ardía dentro de mí. Entré furiosa en la cabaña, mi corazón aún l
en su rostro. Sus ojos, sin embargo, estaban desprovistos de c
Ayla -ronroneó, su voz demasiado sacar
i estómago se revolvió
tuviera envenenado? -repliq
anchó, helándome
es tuyo para d
es de que pudiera presionarla, tomó su tazón, inclinándolo hacia atrás. Bebió las últim
la puerta, su mano todavía frotándose el cue
ró la garganta y soltó un jadeo ahogado. Tropezó hacia
volviéndose de un rojo moteado
ad. ¿Una espina de pescado? Imposible. Había deshuesado meticulosamente el pescado, especialmente el fresco que co
tro grabado con terror. La levantó, acunándola c
anta! ¡Te cons
Ayla". Una fría comprensión me invadió. No estaba envenenada. Me estaba incriminando. Incriminándome por dañar a su
pero su mirada, fija en él, estaba llena de una desesperación ma
era una máscara de a
n por su rostro mientras salía tropezando. Amaba a ese niño, de verdad. Más de lo que nunca me había amado a mí. Más de lo que nunca había amado a nuestro
s ojos, salvajes y furioso
, o a nuestro bebé, te juro p
on amenazas? -Mi última pizca de simpatía por Iliana se evaporó. Era un arma, empuñ
-gritó, desesperad
a y peligrosa-. Arrodíllate ant
biertos de par en par por la sorpresa. El brazo
¡Esto no es una brom
llos, mi mirada inquebrantable. Extendí la mano, mis dedos trazando el rubor violáceo en la mejill
de tu precioso hijo, más valiosa que tu preciosa dignidad? -Me incliné más cerca

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