ista de Br
e clara. El pitido rítmico de las máquinas imitaba el latido frenético de mi propio corazón. Los cirujanos, sus rostros ocultos por mascarillas, se movían con
nguíneo. Mis párpados se volvieron pesados, pero una extraña conciencia se aferró a mí. Sentí la presión, el dolor sordo, luego el dolor agudo y penetrante mientras perforaban mi hueso de la cadera. Mi cuerpo palpitaba, incl
enciosa. Una enfermera, de rostro amable, estaba revisando mi intravenosa. -El pr
¿Y Kevin? ¿Dónde están? -Mi voz era débil, pero mi urgencia era palpable. N
spués del procedimiento, señora. Y su hermano... ha sido trasladado a otra instalación. E
ntenté llamar a Damián, mis dedos temblorosos buscando a tientas el teléfono de la mesita de noche. No hubo respuesta. Llamé d
go momento, mirando el techo estéril, luego una feroz resolución se encendió dentro de mí. -Llame a la po
la desgarradora historia. Mis moretones, mi brazo roto, la cicatriz de la extracción de médula ósea y el esca
te silencioso, desprovisto de cualquier actividad. Pero los restos estaban allí: equipo médico, viales vacíos, escalofriantes registros de datos que mos
os, tarareando una melodía repetitiva y sin tono. No me reconoció. Su mente, una vez tan aguda, tan vibrante, era un paisaje destrozado.
n por mi rostro. Mi brillante y aspirante a hermano científico, reducido a esto. Hab
un daño irreversible por el fármaco experimental. El análisis de los residuos en los viales reveló que era una neurotoxina, diseñada
ión, su sonrisa orgullosa, su emoción por la escuela de medicina. Todo, robado. Una rabia ardiente, fría y ab
lto precio, contraatacaron con una ferocidad que igualaba la mía. Negaron todo, tejieron historias de mi inestabilidad, mi cod
uesto, su comportamiento de calma superioridad. Él parecía un poco más delgado, sus ojos un poco más atormentados, pe
a historia de Kevin, mi propio sufrimiento, la crueldad fría y calculada de sus acciones. Presenté
una ex-amante resentida que intenta extorsionar a mi familia. La señorita Méndez tiene un historial de comportamiento errático
-grité, incapaz de contenerme-. ¡Sabes lo que
mento, nítido y oficial-. Además, Su Señoría, como puede ver, este es un formulario de consentimiento firmado, del propio Kevin Méndez, aceptando participar en un programa de
lo que parecía. Una réplica nauseabunda. Mi corazón lat
ción de la familia Macías, sus esfuerzos filantrópicos, sus ava
La jueza desestimó el caso. Habían ganado. De nuevo. Habían us
isa lenta y triunfante se extendió por su rostro. Sus ojos, ll
andra, y juntos, salieron de la sala del tribunal, dejándome en las ruinas de mi fallido intento de justicia. El mundo fuera de su jaula do

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