s de mí, el chasquido agudo reverberando por el pasillo de mármol. Mis piernas me llevaron ciegamente a mi habitación, el santuario que ya no se sentía como tal. En el momento en que el
en mis rodillas, sollozando hasta que mi ga
apó de mis labios. Por supuesto que no lo hizo. Me estaba castigando. Castigándome por atreverme a desafiarlo, por presenciar su infidelidad, por no seguirl
tro lado del pasillo, estaba fuera de los límites, un espacio sagrado al que rara vez se me permitía entrar. Era una manifestación física de toda nuestra relación: él, amurallado e intocable; yo, siempre disponible pe
encia, era exactamente lo que necesitaba. No lo quería allí. No qu
n la mesa del desayuno, impecablemente vestido, como si nada hubiera pasado. Levantó la vista cuando entré, un ceño fru
era preparó tu favorito, huevos revueltos con cebollín. -Hizo
de la comodidad, a través de la rutina. Un vestido de diseñador nuevo, una escapada de fin de semana que enviaba a Daniella a planear, o simplemente mi des
vez
arero, y saqué una silla directamente frente a él. Las patas de madera rasparon rui
é al personal de la casa, que generalmente era invisible, flotando en la peri
la de Call
a baja, de advertencia-. Daniella es esencial para mis operaciones. Necesita
e me había cortejado con tanta intensidad. Él era un empresario brillante y carismático, y yo, una graduada de marketing con ojos brillantes que aún buscaba su lugar, había quedado completamente cautiv
dos que él mismo elegía, antes de que Daniella se hiciera cargo. La forma en que sus ojos solían arrugarse en las esquinas cuando lo hacía reír, antes de que se volv
de lujo, subcontratado y gestionado, algo para ser dispensado a través de un tercero. Se habí
geramente, pero firme-. Tal vez deberías casarte con Danie
ndizó, sus ojos
la raspando hacia atrás con un ruido agudo-. No te
tado acumulando dentro de mí durante meses, las palabras que destrozarían la fachada de nuestra vida ju
-anunció, su voz perfectamente modulada, ignorando mi presencia por completo-. Y su reunió
mientras parpadeaba de Daniella a mí. Recogió su ma
s calmado. -Se giró, siguiendo a Daniella fuera de la
ia. Mi pecho se sentía apretado, sofocado. Las palabras que anhelaba decir, la verdad que necesitaba desatar, estaban atrapadas en mi garganta, ahogadas por su indiferencia,

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